(Leer un texto de Robert Walser, FÜR DIE KATZ, debajo del sitio http://reyaller.wordpress.com/2013/05/16/robert-walser-genial-suizo-de-bajo-perfil/?preview=true&preview_id=1419&preview_nonce=c3e53f1917&post_format=standard ]
Walser según el juicio de John Maxwell Coetzee
[en ADN Cultura del 11 de abril 2014] [fragmento]
...…Ser escritor era algo que Walser
encontraba difícil en los niveles más elementales: el nivel de usar las manos
para convertir sus pensamientos en marcas sobre el papel. Los manuscritos que
sobreviven de sus primeros años son un modelo de hermosa caligrafía. La
caligrafía, sin embargo, fue uno de los ámbitos donde primero se manifestó su
perturbación psíquica. A partir de los treinta años, comenzó a sufrir calambres
psicosomáticos en la mano derecha. Los atribuyó a una inquina inconsciente
hacia la lapicera como herramienta, que superó al reemplazar la lapicera por el
lápiz.
Escribir con lápiz era lo bastante
importante para Walser como para denominarlo su "sistema de escritura a
lápiz" o "método de escritura a lápiz". El método de escritura a
lápiz no sólo implicó el uso de un lápiz sino también un cambio radical en su
forma de escribir. A su muerte, dejó unas quinientas hojas de papel cubiertas
de un borde al otro por filas de signos caligráficos delicados y minuciosos
escritos a lápiz, una escritura tan difícil de leer que al principio su albacea
la tomó por un código secreto. Pero bajo la lupa, la escritura se reveló como
alemán común, aunque con tantas abreviaturas caprichosas que incluso los
mejores especialistas en Walser son incapaces de descifrarla más allá de toda
ambigüedad. La totalidad de sus obras tardías, incluida su última novela Der
Rauber (El bandido, 1925) -veinticuatro hojas de microgramas, unas ciento
cincuenta páginas impresas-, ha llegado hasta nosotros a través del método de
escritura a lápiz.
Más interesante que el desciframiento
de la escritura misma es la pregunta acerca de qué hizo posible el método de
escritura a lápiz que la lapicera ya no podía lograr (Walser siguió usando
lapicera para escribir cartas). La respuesta parece ser que, al igual que un
dibujante con una carbonilla en la mano, Walser necesitaba darle cierto tipo de
ritmo a la mano antes de poder entrar en un estado mental en el cual el
ensueño, la composición y el movimiento del instrumento de escritura se
convirtieran, en gran medida, en lo mismo. En un texto titulado "Esbozo a
lápiz" que data de 1926/27 menciona la "dicha excepcional" que
el método de escritura a lápiz le brindaba: "Me calma y me alegra".
El método se adecuaba a su modalidad de composición, que avanza menos por la
lógica o la narrativa que por el estado de ánimo, el capricho y la asociación.
El lápiz y la escritura estenográfica que el propio Walser inventó permitían un
avance resuelto, ininterrumpido pero impulsado por el sueño.
Walser escribía en alto alemán
(Hochdeutsch), una lengua que los suizo-alemanes, quienes constituyen las tres
cuartas partes de la población nacional, aprenden en la escuela pero no hablan
en su casa. El alto alemán difiere del alemán suizo no sólo por una multitud de
detalles lingüísticos sino también por su temperamento. Usar alto alemán -que,
si se quería ganar la vida con la pluma, era la única opción disponible para
Walser- entrañaba, inevitablemente, adoptar una actitud educada, socialmente
refinada, una actitud con la cual nunca se sintió cómodo. Aunque tenía poco
tiempo para la literatura regional suiza (Heimatliteratur), dedicada como
estaba a reproducir el folklore helvético y a celebrar las obsoletas
tradiciones populares, después de su vuelta a Suiza en 1913, Walser
deliberadamente empezó a usar expresiones suizo-alemanas en su escritura y, en
general, a sonar como un suizo.
La coexistencia de dos versiones
diferentes de una sola lengua en el mismo espacio social es un fenómeno poco
familiar tanto para el mundo hispanohablante como para el angloparlante. Al
traductor le crea problemas que a veces son insolubles. En el caso de los
textos de Walser, algunos traductores responden al problema ignorando la
presencia del supuesto dialecto, que se manifiesta no sólo en la presencia de
palabras y frases suizas, sino también en un colorido general de la prosa.
Otros emplean uno u otro dialecto regional o social de su propia lengua.
Ninguna de las dos soluciones es satisfactoria.
Aunque el proyecto de reunir los
escritos de Walser se inició antes de su muerte, sólo después de que
aparecieran los primeros volúmenes de sus obras completas en edición académica
en 1966, y de que se lo comenzara a leer en Inglaterra y Francia, se le prestó
una amplia atención en Alemania. En la actualidad, Walser es más conocido por
sus cuatro novelas, a pesar de que constituyen sólo una fracción de su
producción literaria y a pesar de que consideraba que el género novelístico no
era su fuerte. Su propia vida, carente de acontecimientos pero desgarradora a
su manera, era su único tema verdadero. Todos sus textos en prosa, como sugería
el autor retrospectivamente, podían leerse como capítulos de "una larga
historia realista sin argumento", un "libro del yo [Ich-Buch]
cortajeado o descoyuntado".
El ayudante que da título a la novela
de Walser de 1908, Joseph Marti, es contratado como empleado y factótum general
por el inventor Herr Carl Tobler, tras despedir a su predecesor por
alcoholismo. Durante el año en que ocupa el puesto, Joseph está en una posición
privilegiada para hacer la crónica de la lenta declinación de la empresa de
Tobler y la pérdida de su espléndida casa.
Pero Walser no está interesado en el
aspecto trágico de tales acontecimientos, en este caso, la tragedia burguesa de
la caída de la casa Tobler. Tampoco está interesado en convertir a Tobler en la
típica figura cómica del inventor distraído. Sus inventos -el reloj
propagandista, la máquina expendedora de balas, la silla inválida, la máquina
de perforación profunda- no son más absurdos que los artilugios de la vida real
que capturan la fantasía del público y les procuran fortunas a sus inventores:
la bicicleta, el rifle de aire comprimido. Por fin, tampoco le interesa a
Walser describir el momento histórico en que el inventor como hombre de ideas
da paso al inventor-empresario, quien a su vez dará paso al inventor como
empleado asalariado del gran capital. El papel de Joseph en el establecimiento
Tobler puede ser secundario, pero es Joseph, no Tobler, el héroe del libro, y
la evolución (Bildung) de Joseph es el tema del autor.
El lugar de trabajo de Joseph es
también su lugar de residencia: si bien nunca le pagan su salario, recibe, como
parte del acuerdo, un confortable cuarto propio y todas sus comidas. Así,
inevitablemente, Joseph tiene que vivir muy cerca de Frau Tobler.
Un hombre joven, vigoroso y sin
ataduras lanzado en brazos de una mujer mayor, atractiva e insatisfecha es una
situación rica en posibilidades narrativas: al joven se le pueden hacer sufrir
las punzadas de un amor insatisfecho, por ejemplo; como alternativa, puede
tener una relación culpable con su amante. Pero aunque Joseph es indudablemente
sensible a los encantos de Frau Tobler y aunque Frau Tobler a veces parece
invitarlo a avanzar, cuando le llega a Joseph el momento de revelar sus
sentimientos, no es amor lo que expresa sino desaprobación: desaprobación por
la frialdad con la que Frau Tobler trata a su hijita Silvi.
Joseph es demasiado infantil como para
tener sentimientos paternales. De los cuatro niños Tobler, no son los varones
con quienes se identifica, tampoco con la frívola Dora de cabellos dorados,
sino con Silvi, la niña perturbada que moja la cama con regularidad y luego es
duramente castigada por el ama de llaves, con la aprobación de su madre. Sería
erróneo decir que Joseph quiere a Silvi: como Frau Tobler declara en defensa
propia, es difícil querer a una criatura que es como un animal y, además, tan
poco agraciada. Más bien, lo que perturba a Joseph es que, por no cumplir con
las expectativas de los Tobler, Silvi ha sido expulsada del seno de la familia
y entregada al implacable régimen de los sirvientes. En el destino de Silvi,
teme ver el propio.
Los sentimientos de Joseph hacia el
matrimonio Tobler son profundamente ambivalentes. Por un lado, apenas puede
creer en la buena suerte que lo hizo aterrizar en una situación tan cómoda, la
cual lo saca concretamente de la clase obrera en la que nació y le ofrece el
hogar que nunca ha tenido. Por el otro, le molesta su posición subalterna en la
casa y las indignidades a las que está expuesto sin cesar. Porque si bien los
Tobler han rescatado a Joseph del trabajo manual, no lo han elevado a su propio
nivel social. Al igual que otro de los héroes de Walser, Jakob von Gunten,
Joseph se ha convertido en miembro de la mal definida clase intermedia de los mayordomos,
escribientes e institutrices, ubicados uno o dos escalones más arriba en la
escala social que los campesinos o los sirvientes, pero con mala paga y de
quienes se espera que observen las normas propias de la clase media en el
vestuario y la conducta. Al igual que Jakob, Joseph está lleno de un
resentimiento incipiente y apenas oculto hacia la gente que le da órdenes y
cuyos modales imita.
La ambivalencia de Joseph se expresa
de diversas formas: en los alternativos ataques de diligencia e indiferencia
con los que desempeña sus tareas; en su conducta hacia Tobler, a veces
obsequiosa, a veces insubordinada. Nada de eso está calculado. Joseph es una
criatura de impulsos y estados de ánimo cambiantes. Puede hablar con frases
bien formadas, pero lo que dice a duras penas está bajo su control. Cuando se
dirige a Tobler, en el mismo parlamento le reprocha a su patrón que se atreva a
recordarle las comodidades de su situación, desdiciéndose de inmediato y
disculpándose por su tono insubordinado, para después retirar su apología y
defender su insubordinación como algo vital para su respeto por sí mismo.
Tobler le responde con un estallido de risa y dándole una orden sumaria.
Transformado al instante en el tímido de todos los días, Joseph obedece.
La corriente de sentimientos entre
Joseph y Frau Tobler es igualmente volátil. La conducta de ella oscila entre la seducción y la altanería; Joseph a veces queda
cautivado por la mujer, a veces es fríamente crítico.
Los Tobler, sometidos a incesantes
tensiones por los acreedores, enfrentados cara a cara con la ruina y la
humillación social, tienen estados de ánimo tan inestables como Joseph. Vivir
en casa de los Tobler es como estar metido en una ópera italiana. Joseph es lo
suficientemente suizo-alemán como para que la experiencia le resulte incómoda.
Sin embargo, los Tobler le ofrecen un estilo de vida familiar más satisfactorio
que todo lo que haya conocido (su propia familia sólo tiene una presencia
nebulosa en el libro: una madre psicológicamente dañada, un padre esclavo de la
rutina). La mansión de los Tobler, con su costoso techo de cobre, se ha vuelto
no sólo su residencia sino también su hogar. Por lo tanto, el paso que da al
final de la novela es enorme, cuando -afirmando su retorno a la clase obrera-
exige sus sueldos impagos y le dice adiós a la sede del orden y la pasión, del
confort y el tumulto, donde ha pasado el último año y, en compañía del borracho
Wirisch, sale a enfrentar el futuro.
Durante su año con los Tobler, Joseph
evoluciona y madura en un sentido importante: aprende a ser parte de una
familia, aunque se trate de una familia que por cierto dista mucho de ser
perfecta, en la que se le exige que dé más amor del que recibe y donde su lugar
siempre es precario. Pero, en otro sentido, Joseph permanece constante. El
rasgo constante de su carácter es lo más profundo y misterioso de él, lo que
convierte a su costado innoble -su ceguera, su vanidad, su satisfacción consigo
mismo- en algo irrelevante. El rasgo constante emerge en sus relaciones con el
mundo natural y sobre todo con el paisaje suizo a lo largo del ciclo de las
estaciones. Joseph no es religioso en ninguno de los sentidos habituales,
tampoco tiene pensamientos interesantes (su diario es banal), pero es capaz de
una profunda inmersión, casi animal, en la naturaleza y, a través de él, Walser
puede expresar lo que constituye el corazón de este libro: la celebración de la
maravilla de estar vivo.
¡Qué días aquellos! Húmedos y
tormentosos, aunque con cierto encanto. Las hojas rojas y amarillas brillaban
febrilmente, ardiendo entre las brumas grises del paisaje. Las hojas de los
cerezos eran de un rojo incandescente, herido, doloroso, pero a la vez bello,
que reconciliaba y alegraba. Los prados y arboledas parecían a menudo envueltos
en velos y paños mojados; arriba y abajo, de lejos y de cerca, todo se veía
gris y húmedo. Uno recorría aquel paisaje como un sueño turbio. Y, no obstante,
ese clima y ese mundo expresaban también una secreta alegría. Se olían los
árboles al caminar bajo ellos, se oía caer la fruta madura sobre los prados y
senderos. Todo parecía doble o triplemente silencioso. Se hubiera dicho que los
ruidos dormían o temían dejarse oír. Temprano por la mañana y tarde por la
noche, las sirenas de niebla enviaban sus asmáticas señales sobre el lago,
anunciando el paso de algún barco en la lejanía. Sonaban como quejas de
animales indefensos. Sí, la niebla abundaba. Y de vez en cuando: buen tiempo.
Eran días auténticamente otoñales, ni buenos ni malos, ni particularmente
agradables ni muy sombríos que digamos, ni soleados ni cubiertos, sino de esos
que permanecen uniformemente claros y turbios de la mañana a la noche, que a
las cuatro de la tarde ofrecen la misma imagen del mundo que a las once de la
mañana, días en los que todo yacía bajo el velo de una placidez dorada y un
tanto opaca, en que los colores se replegaban silenciosamente sobre sí mismos,
como soñando por su cuenta, preocupados. ¡Cómo amaba Joseph esos días! Todo se
le antojaba hermoso, ligero y familiar. Esa leve tristeza
en la naturaleza lo volvía despreocupado, casi irreflexivo... Había que mirar
el mundo con calma, ecuanimidad, bondad y reflexión. Dondequiera que fuera,
veía siempre la misma imagen pálida y llena, el mismo rostro, y ese rostro lo
miraba con ternura y seriedad.
Walser escribió mucha poesía en el
curso de su vida -ocupa cientos de páginas en sus Obras Completas-, pero ningún
poema tiene la resonancia de un pasaje como el anterior, incorporado como está
en la historia de un sujeto expuesto a la experiencia. Vemos y olemos lo que
Joseph ve y huele, pero también sabemos lo que significan las estaciones en su
vida y cuáles son las preocupaciones y ansiedades que a tal punto compensan.
Pasajes como éste, de éxtasis y celebración, nos permiten entrar en la mente de
un hombre para quien el paisaje suizo, con sus estados de ánimo cambiantes, es
una figura benigna siempre presente, pero que es capaz de sentir la misma
gratitud ante la comodidad de una cama caliente.
Traducción: Cristina Piña
Un par de poemas de Robert Walser, que nunca se propuso ser poeta:
Un par de poemas de Robert Walser, que nunca se propuso ser poeta:
Der Schnee
Der Schnee fällt nicht hinauf
sondern nimmt seinen Lauf
hinab und bleibt hier liegen,
noch nie ist er gestiegen.
Er ist in jeder Weise
in seinem Wesen leise,
von Lautheit nicht die kleinste Spur.
Glichest doch du ihm nur.
Das Ruhen und das Warten
sind seiner üb’raus zarten
Eigenheit eigen,
er lebt im Sichhinunterneigen.
Nie kehrt er je dorthin zurück,
von wo er niederfiel,
er geht nicht, hat kein Ziel,
das Stillsein ist sein Glück.
Wie immer (inventario)
Die Lampe ist noch da,
der Tisch ist auch noch da,
und ich bin noch im Zimmer,
und meine Sehnsucht, ah,
seufzt noch wie immer.
der Tisch ist auch noch da,
und ich bin noch im Zimmer,
und meine Sehnsucht, ah,
seufzt noch wie immer.
Feigheit, bist du noch da?
und, Lüge, auch du?
Ich hör’ ein dunkles Ja:
das Unglück ist noch da,
und ich bin noch im Zimmer
wie immer.
und, Lüge, auch du?
Ich hör’ ein dunkles Ja:
das Unglück ist noch da,
und ich bin noch im Zimmer
wie immer.