Salomé, Herodías y Herodes
HERODÍAS:
LA OLVIDADA FEMME FATALE: por Alicia ROMERO LÓPEZ
… … Los rasgos que podemos extraer como originarios para la caracterización de la femme fatale, serían: mujer de fuerte personalidad, indomable, incluso que llega a atentar contra el orden establecido, ya sea divino o humano; que tiene relación con entes demoníacos, bien considerándola como parte de esa estirpe, bien atendiendo al mito en el que la mujer tiene relaciones carnales con dichos seres, por lo que la lujuria, entendida como deseo sexual no mesurado, también será una de sus características; mujer que atenta contra el orden natural, pues no adopta el rol de madre-esposa, sino que se rebela contra ello y por último la belleza extrema, con el cabello como elemento seductor más poderoso. Consideramos estas características como las bases fundamentales de la idea de femme fatale que se irá desarrollando a lo largo del tiempo, y que como se ha visto, tiene su origen en la figura de Lilith. Durante la Edad Media, época caracterizada por una fuerte sacralización de la vida cotidiana, se culpaba al Demonio de todos los fenómenos inexplicables y poco a poco, esta figura, va a relacionarse cada vez más íntimamente con la de la mujer, a la que se le consideraba lasciva, en contraposición a la no-mujer, es decir, a la figura de María. El desprestigio de la mujer fue tal que se llegó a demonizar incluso la menstruación, ya que convertía a la mujer en algo impuro3 , idea que encontramos ya en el Levítico: “La mujer que tiene el flujo, el flujo de sangre de su cuerpo, permanecerá en su impureza por espacio de siete días. Y quien la toque será impuro hasta la tarde. Todo aquello sobre lo que se acueste durante su impureza quedará impuro; y todo aquello sobre lo que se siente quedará impuro” (Lev. 15, 19-20). El hecho de demonizar a la mujer constituía una forma de sustentar el orden establecido, en el que religiosos –hombres, no olvidemos que hubo movimientos transgresores dentro de las comunidades de religiosas– y gobernantes regían sin tener que enfrentarse a las mujeres como grupo social activo.
En los Evangelios de Mateo y Marco se nos dice que Herodes
que había escuchado noticias de Jesús se preguntaba quién sería aquel que
ostentaba tanta fama. Herodes alega que es Juan el Bautista resucitado, ya que
él le mandó decapitar, introduciendo así la historia de cómo ocurrieron los
hechos: Mas llegado el cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías danzó en
medio de todos, gustando tanto a Herodes, que éste le prometió bajo juramento
darle lo que pidiese. Ella, instigada por su madre, «dame aquí, dijo, en una
bandeja la cabeza de Juan el Bautista». Entristecióse el rey, pero, a causa del
juramento y de los comensales, ordenó que se le diese, y envió a decapitar a
Juan en la cárcel. Su cabeza fue traída en una bandeja y entregada a la
muchacha, la cual se la llevó a su madre (Mateo 14, 6-11). En este
fragmento se observa que aunque Salomé es la que pide la cabeza de Juan el
Bautista, esta lo hace instigada por su madre, Herodías, señalando así a esta
última como la principal causante de la muerte del Bautista. En el Evangelio de
Marcos se relata la historia más detalladamente: Herodías quería decapitar a
Juan el Baustista porque la había difamado por haber abandonado a su marido y
haberse casado con el hermano de este, denunciando así una relación prohibida o
ilícita. - Es que Herodes era el que había enviado a prender a Juan y le había
encadenado en la cárcel por causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo,
con quien Herodes se había casado. Porque Juan decía a Herodes: «No te está
permitido tener la mujer de tu hermano.» Herodías le aborrecía y quería
matarle, pero no podía, […] Y llegó el día oportuno, cuando Herodes, en su
cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a los tribunos y a los principales
de Galilea. Entró la hija de la misma Herodías, danzó, y gustó mucho a Herodes
y a los comensales. El rey, entonces, dijo a la muchacha: «Pídeme lo que
quieras y te lo daré.» Y le juró: «Te daré lo que me pidas, hasta la mitad de
mi reino.» Salió la muchacha y preguntó a su madre: «¿Qué voy a pedir?» Y ella
le dijo: «La cabeza de Juan el Bautista.» Entrando al punto apresuradamente
adonde estaba el rey, le pidió: «Quiero que ahora mismo me des, en una bandeja,
la cabeza de Juan el Bautista» (Marcos 6, 17-25).
Herodías aparece en innumerables pasajes en la literatura
medieval , sin embargo, aquí nos centraremos en algunas obras del siglo XIX,
debido a que es en este siglo cuando muchos autores recogen leyendas, mitos y
textos de las tradiciones populares para recrear determinadas figuras femeninas,
estableciendo así las características de la femme fatale… Lo único que estrictamente se
sabe es que [Salomé] sedujo a Herodes y obedeció dócilmente a su madre, que
deseaba vengarse de Juan el Bautista. Porque la verdadera femme fatale de la
historia es Herodías, no Salomé, quien solo es una pequeña virgen exhibida
impúdicamente por una madre incestuosa. […] En una simbiosis del carácter
dominador y vengativo de la madre, la hija, en el período medieval, se funde y
se confunde con aquella, para convertirse en los últimos años del siglo XIX en
un ser lujurioso y letal (Bornay, 1999: 193).
En la obra Atta Troll (1843) de Heine, la figura de Herodías
aparece en todo su esplendor como representante de la femme fatale. El
protagonista de la historia ve pasar, desde la ventana de la cueva de la bruja
Urraca, una comitiva de espectros, entre los que se encuentran autoridades como
Goethe o Shakespeare. Sin embargo, en medio del cortejo destacan tres figuras
de mujer: Diana, el hada Abundia y Herodías, de la que se dice: […]
¿También era una diablesa como las dos anteriores? Si era diablo o ángel, no lo
sé. Con las mujeres ¿sabe alguien dónde acaba el ángel y empieza el diablo?
(Heine, 2011: 157).
Como se puede observar Herodías amaba a Juan el Bautista y
es ese amor el que le lleva a pedir su cabeza, hecho que no aparece en la
Biblia, ya que el deseo de matarle está asociado con las injurias que el
Bautista vierte sobre ella. Salomé no aparece, no es ella la que demanda la
decapitación del Bautista, sino que es Herodías la protagonista completa de la
historia. Se ha de señalar también la pasión desenfrenada de la mujer por su
amante, al que besa todas las noches. Esta imagen es una de las más
significativas, representa por un lado el deseo de Herodías, la lujuria, y por
otro el triunfo de la mujer sobre el hombre: si en vida no pudo tenerle, le
posee eternamente en la muerte.
…En la obra Hérodiade
(1864-1898) de Mallarmé no
encontramos esa predominancia de la figura de Herodías, sino que asistimos a
una simbiosis entre las figuras de la madre y la hija, pues las voces de las
dos mujeres se superponen; se menciona a Herodías y no a Salomé, y la escena
final del baile está puesta en boca de la madre, creando así una imagen confusa
de las dos mujeres. En esta obra Herodías es descrita como una mujer fría y
virginal, de gran belleza, cuyos únicos sentimientos se despiertan a través de
la mirada de Juan el Bautista, pero al no ser correspondida solo la muerte de
este podrá satisfacerla. Es presentada como una mujer independiente y
autosuficiente: “Oui, c’est pour moi, pour moi, que je fleuris, déserte!”
(Mallarmé 2006: 52), que vive por y para ella: N[ourrice]. […] Et
pour qui, dévorée D’angoisse, gardez-vous la splendeur ignorée Et le mystère
vain de votre être? H[érodiade]. Pour moi (Mallarmé 2006: 48-50 –
La decapitación del hombre impone el triunfo de la mujer
sobre este, pero en el poema de Mallarmé se va más allá, pues Herodías besa los
labios inertes del Bautista, al igual que en el texto de Hein, consiguiendo no
solo su muerte, sino dar rienda suelta a su deseo, imponiéndose doblemente a
él. La sangre también juega un papel de gran importancia, pues es con la sangre
del Bautista con la que mancha Herodías su cuerpo, sus piernas: Par
un pire baiser L’horreur de préciser Tien et précipité de quelque altier
vertige Ensuite pour couler tout le long de ma tige Vers quelque ciel portant
mes destins avilis L’inexplicable sang déshonorant le lys À jamais renversé de
l’une ou l’autre jambe flambe assassin Le métal commandé précieux du bassin
Naguère où reposât un trop inerte reste Peut selon le suspens encore par mon
geste Changeant en nonchaloir Verser son fardeau avant de choir Parmi j’ignore
quelle étrangère tuerie Soleil qui m’a mûrie Comme à défaut du lustre éclairant
le ballet Abstraite intrusion en ma vie, il fallait La hantise soudain
quelconque d’une face Pour que je m’entr’ouvrisse et reine triomphasse (Mallarmé,
2006: 62).
Esta imagen puede ser entendida como una representación
simbólica del desvirgamiento de la protagonista, lo que no ha conseguido en
vida lo consigue en la muerte, y por otro lado como representación de la
menstruación, la sangre corre entre sus piernas, como otro símbolo del perder
la virginidad. Consideramos muy interesantes estas imágenes en tanto que la
figura de la mujer en ningún momento queda supeditada a la del hombre, sino que
al contrario ella es la subyugadora. Es esta una de las características más
importantes que describen a la femme fatale, la capacidad de independencia, en
este caso, unida al saberse bella, seductora y conseguir que decapiten a aquel
que la rechazó. Este texto de Mallarmé es uno de los que más vigorosamente
proyectan esta imagen de Herodías. La otra característica explotada en el texto
es la de la belleza y la seducción representadas a través de la imagen del
cabello de la mujer: Le blond torrent de mes cheveux immaculés,
Quand il baigne mon corps solitaire le glace D’horreur et mes cheveux que la
lumière enlace Sont immortels […] (Mallarmé 2006: 40).
Herodías es presentada como una mujer seductora, que ha
llevado al incesto a Herodes, pero sobre todo ambiciosa: “Elle songeait aussi que le
Tétrarque, cédant à l’opinion, s’aviserait peut-être de la répudier. Alors tout
serait perdu ! Depuis son enfance, elle nourrissait le rêve d’un grand
empire. C’était pour y atteindre que, délaissant son premier époux, elle
s’était jointe à celui-là, qui l’avait dupée, pensait-elle” (Flaubert,
1983: 108). Es esta una descripción que intenta ser negativa, pues Herodías
parece haber cedido al deseo de Herodes tan solo por el ansia de poder. Sin
embargo, consideramos que es una afirmación de sí misma como mujer poderosa, la
cual ha conseguido hacerse un hueco en un mundo de hombres y a la cual incluso
temen, pues el procónsul dice: “elle lui parut dangereuse”
(Flaubert, 1983: 113) y si Herodes no mata a Iaokanann es por miedo, entre
otras cosas, a ella: “Il craignait Hérodias, Mannaeï et
l’inconnu” (Flaubert, 1983: 111). Por lo que nos encontramos a una
mujer dueña de sí misma, fuerte, a la que los hombres temen, es decir, se
perfila la imagen de la femme fatale. Sin embargo, sí hay algo que aflige a
Herodías, que le hace palidecer: Iaokanann, la calumnia e insulta por su
matrimonio incestuoso con Herodes: Et elle redit son humiliation, un jour
qu’elle allait vers Galaad, pour la récolte du baume. «–Des gens, au bord du
fleuve, remettaient leurs habits. Sur un monticule, à côté, un homme parlait.
Il avait une peau de chameau autour des reins, et sa tête ressemblait à celle
d’un lion. Dès qu’il m’aperçut, il cracha sur moi toutes les malédictions des
prophètes. Ses prunelles flamboyaient, sa voix rugissait; il levait les bras,
comme pour arracher le tonnerre. Impossible de fuir ! les roues de mon char
avaient du sable jusqu’aux essieux; et je m’éloignais lentement, m’abritant
sous mon manteau, glacée par ces injures qui tombaient comme une pluie
d’orage». / Iaokanann l’empêchait de vivre. […] pourquoi sa guerre contre elle?
Quel intérêt le poussait? Ses discours, criés à des foules, ’étaient répandus,
circulaient; elle les entendait partout, ils emplissaient l’air. Contre des
légions, elle aurait eu de la bravoure. Mais cette force plus pernicieuse que
les glaives, et qu’on ne pouvait saisir, était stupéfiante; et elle parcourait
la terrasse, blêmie par sa colère, manquant de mots pour exprimer ce qui
l’étouffait (Flaubert, 1983: 107-108). Este fragmento recuerda en
muchos aspectos al Evangelio de Marcos, sin embargo, la recreación de Flaubert
es mucho más compleja, sobre todo, por la faceta psicológica que nos presenta
de Herodías, esa mujer que no teme a nadie ni nada se ve acorralada por un
predicador. Los insultos se repiten a lo largo del relato, es lapidada de
palabra, insultada por adúltera, la crítica misógina queda patente cuando nos
percatamos de que estas injurias solo recaen en la mujer y no en Herodes: […]
et les cailloux manqueront pour lapider l’adultère! […] Étale-toi dans la poussière,
fille de Babylone! Fais moudre la farine! Ôte ta ceinture, détache ton soulier,
trousse-toi, passe les fleuves! ta honte sera découverte, ton opprobre sera vu!
tes sanglots te briseront les dents! L’Éternel exècre la puanteur de tes
crimes! Maudite! maudite! Crève comme une chienne! (Flaubert, 1983:
125).
El final de la historia narra un festín celebrado en el
palacio de Herodes, mientras se debate sobre el Bautista y demás asuntos
políticos, aparece una bella joven que comienza a bailar. El tetrarca al verla
queda como sumido en un sueño, maravillado, y es en este momento cuando nos
encontramos con la clave a la obra y de la interpretación de la figura de
Herodías: “Ce n’était pas une vision. Elle avait fait instruire, loin de
Machaerous, Salomé sa fille, que le Tétrarque aimerait; et l’idée était bonne.
Elle en était sûre, maintenant!” (Flaubert, 1983: 141). Esta afirmación
de Herodías nos hace ver que la idea del baile, y lo que ocurrirá a
continuación, ha sido suya, por lo que aun siendo Salomé la bailarina, es
Herodías la perpetradora del posterior crimen.
Para concluir solo queremos mencionar brevemente la obra
Salome (1891) de Oscar Wilde. En este texto la figura de Herodías prácticamente
carece de importancia, toda la acción dramática recae en su hija Salomé.
Herodías es injuriada por el Bautista: “IOKANAAN. Où est celle qui ayant vu des
hommes peints sur la muraille, des images de Chaldéens tracées avec des
couleurs, s’est laissée emporter à la concupiscence de ses yeux, et a envoyé
des ambassadeurs en Chaldée?” (Wilde, 1917: 31), pero ahí parece quedar
toda la relevancia de la misma en el texto. Salomé será la que se enamore de
Juan el Bautista, la que por su propia voluntad baile ante Herodes, la que pida
la cabeza del Bautista en una bandeja y la que bese su boca muerta: “Ah!
j’ai baise ta bouche, Iokanaan, j’ai baise ta bouche” (Wilde 1917:
102). Herodías responde en todo caso a la figura antagonista de Salomé, pues es
presentada como una mujer dolida por los insultos que tanto el Bautista como
Herodes (que la llama “stérile” (Wilde, 1917:48)) vierten
contra ella, pero que no toma ninguna medida para detenerlos, e insegura, pues
tiene celos hasta de su propia hija.
Como hemos visto, los mitos de mujer fatal tentadora abundan
desde la Antigüedad Clásica y, siendo Herodías una de las mejores
representantes de los mismos, consideramos que la importancia que se le ha dado
es escasa. Es un personaje relevante tanto en los Evangelios como en la obra
histórica de Flavio Josefo, sin embargo, consideramos de gran relevancia que en
la obra Gospel of the Witches se la relacione directamente con Diana y Lucifer.
Es a través de esta relación como hemos sentado las bases directas de la mujer
con lo demoníaco, elemento importantísimo, sobre todo en la Edad Media, para
caracterizar a las “mujeres no-naturales”, es decir, las que no respondían a
las características de la Virgen María. Este vínculo nos permitió acercarnos,
con cierta seguridad, al estudio de Herodías como prototipo de la femme fatale.
La obra de Heine, Atta Troll, no hace más que afirmar esta idea, pues en ella
vemos a una mujer que consigue lo que quiere: tener entre sus brazos a su amado
y besarle. La obra de Mallarmé, Herodiade, difumina un tanto la figura de
Herodías al entremezclarla con la de su hija Salomé, quitándole el protagonismo
que le otorgaba Heine. Sin embargo, Flaubert, en su Hérodias, recupera su
importancia y hace que Salomé parezca una joven ingenua a las órdenes de su
madre. Por último, la obra Salomé de Wilde convierte a la hija en una verdadera
representante de la femme fatale, mientras que la madre queda marcada
negativamente. Como se observa, la figura de Herodías como símbolo de la femme
fatale palidece a lo largo del XIX, y a partir de la obra de Wilde queda
eclipsada por Salomé.-
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HERODÍAS – por
Gustave Flaubert (selección de
pasajes con fin ilustrativo)
… Una
mañana, antes de que amaneciera, el tetrarca Herodes Antipas fue a acodarse en
la balaustrada y a observar… Antipas reconoció lo que temía ver: pardas tiendas
de campaña dispersas, soldados con lanzas que circulaban entre los caballos y
fogatas que al extinguirse brillaban como chispas a ras del suelo. Eran las
tropas del rey de los árabes, a la hija del cual había repudiado para tomar a
Herodías, casada con uno de sus hermanos que vivía en Italia sin pretensiones
al poder. Antipas esperaba la ayuda de los romanos, y como Vitelio, gobernador
de Siria, tardaba en presentarse, le roía la inquietud. ¿Acaso Agripa le había
desprestigiado ante el emperador? Filipo, su tercer hermano, soberano de la
Betania, se armaba clandestinamente. Los judíos rechazaban sus costumbres
idólatras, y todos los otros su dominación, de modo que vacilaba entre dos
proyectos: apaciguar a los árabes o concluir una alianza con los partos; y con
el pretexto de festejar su cumpleaños había invitado a un gran festín que se
realizaría ese mismo día a los jefes de sus tropas, los administradores de sus
campos y los notables de Galilea. Registró con mirada penetrante todos los
caminos. Estaban desiertos. Unas águilas volaban sobre su cabeza; los soldados
dormían apoyados en las paredes a lo largo de la muralla, y nada se movía en el
castillo. De pronto una voz lejana, como salida de las profundidades de la
tierra, hizo palidecer al tetrarca. Se inclinó para escucharla, pero había
callado. Se la oyó de nuevo, no obstante, y entonces Herodes dio unas palmadas
y gritó: -¡Mannaei! ¡Mannaei! Se presentó un hombre desnudo hasta la cintura,
como los masajistas de los baños. Era muy alto, viejo, flaco, y llevaba al
costado un cuchillo en una vaina de bronce. Su cabellera, levantada por una
peineta, exageraba la longitud de su frente. Cierta somnolencia le empalidecía
los ojos, pero le brillaban los dientes y sus pies se posaban suavemente en las
losas; todo su cuerpo tenía la agilidad de un mono, y su rostro la
impasibilidad de una momia. -¿Dónde está él? -preguntó el tetrarca. Mannaei
contestó, señalando con el pulgar un objeto situado detrás de ellos: -Allí,
como siempre. -Me había parecido oírle.
Y Antipas, después de respirar ampliamente, se informó
acerca de Iaokanann, al que los latinos llaman San Juan Bautista. ¿Se había
vuelto a ver a los dos hombres admitidos por indulgencia en su calabozo el mes
anterior y se había averiguado qué habían ido a hacer?
Mannaei contestó: --Cambiaron con él palabras misteriosas, como hacen los ladrones por la noche en las encrucijadas de los caminos. Luego se dirigieron a la Alta Galilea, anunciando que llevaban una gran noticia. Antipas bajó la cabeza, y luego, en tono de espanto, dijo: -¡Vigílalo! ¡Vigílalo! ¡Y no dejes entrar a nadie! ¡Cierra bien la puerta! ¡Cubre el foso! ¡Ni siquiera deben sospechar que vive! Sin haber recibido esas órdenes, Mannaei ya las cumplía, pues Iaokanann era judío y él execraba a los judíos como todos los samaritanos. Su templo de Garizim, destinado por Moisés para ser el centro de Israel, no existía ya desde el reinado de Hircano, y el de Jerusalén les enfurecía como un ultraje y una injusticia permanentes. Mannaei se había introducido en él para mancillar el altar con huesos de muertos. Sus compañeros, menos rápidos, habían sido decapitados. Lo vio entre dos colinas. El sol hacía resplandecer sus muros de mármol blanco y las láminas de oro de su techumbre. Parecía una montaña luminosa, algo sobrehumano que aplastaba todo con su opulencia y su orgullo. Mannaei extendió el brazo hacia Sión, y con el cuerpo erguido, la cabeza hacia atrás y los puños cerrados, le lanzó un anatema, creyendo que las palabras tenían un poder efectivo. Antipas le escuchaba sin que pareciera escandalizado. El samaritano añadió: -A veces se agita, desearía huir y espera la liberación. Otras veces tiene el aspecto tranquilo de un animal enfermo, o bien lo veo caminar en la oscuridad repitiendo: 11 "¿Qué importa? Para que él crezca yo tengo que empequeñecerme". Antipas y Mannaei se miraron. Pero el tetrarca estaba cansado de reflexionar…
… Alguien le tocó. Se volvió. Herodías estaba erguida
delante de él. Una toga de púrpura liviana la cubría hasta las sandalias. Como
había salido precipitadamente de su habitación, no llevaba collares ni
zarcillos. Una trenza de su cabello negro le caía sobre el brazo y su extremo
se hundía entre los senos. Le palpitaban las aletas de la nariz, le iluminaba
el rostro un júbilo triunfal, y dijo con voz fuerte, sacudiendo al tetrarca:
-César nos ama. Agripa está preso. -¿Quién te lo ha dicho? -¡Lo sé! Y agregó:
-Es por haber deseado el imperio para Cayo. Aunque vivía de sus limosnas, había
intrigado para obtener el título de rey, que también ellos ambicionaban. Pero
en el porvenir nada había que temer… Herodías expuso su plan: los clientes
comprados, las cartas descubiertas, espías en todas las puertas y cómo había
conseguido seducir a Eutiques, el delator. -¡Nada me costaba! ¿No he hecho más
por ti? ... ¡He abandonado a mi hija! Después de su divorcio había dejado en
Roma a aquella niña, con la esperanza de tener otros hijos del tetrarca. Nunca
hablaba de ello, y Antipas se preguntó a qué se debía ese enternecimiento.
Habían desplegado el toldo y colocado rápidamente grandes almohadones cerca de
ellos. Herodías se sentó y lloró vuelta de espaldas. Luego se pasó la mano por
los ojos, dijo que no quería seguir pensando en aquello, que se consideraba
dichosa, y recordó a Antipas sus conversaciones en el atrio, sus encuentros en
las termas, sus paseos a lo largo de la Vía Sacra y los anocheceres en las
grandes quintas de recreo, entre el murmullo de los surtidores, bajo arcos de
flores, ante la campiña romana. Lo miraba como en otro tiempo, restregándose
contra su pecho y con gestos mimosos. El la rechazó. ¡Estaba ya tan lejos el
amor que ella trataba de reanimar! Y todas sus desdichas se derivaban de ello,
pues la guerra continuaba desde hacía casi doce años. Había envejecido al
tetrarca. Sus hombros se encorvaban bajo una toga oscura con ribete violeta, su
cabello blanco se mezclaba con la barba, y los rayos del sol que atravesaban el
velo iluminaban su frente apesadumbrada. La' de Herodías también tenía arrugas;
y el uno frente al otro se contemplaban con gesto huraño…
…Pero en el fondo de la azotea, a la izquierda, apareció un
esenio con túnica blanca, descalzo y de aspecto estoico. Mannaei, desde la
derecha, se abalanzó hacia él levantando el cuchillo. Herodías le gritó:
-¡Mátale! -¡Detente! -ordenó el tetrarca. Mannaei se quedó inmóvil, y el otro
también. Luego, los dos se retiraron, cada uno por una escalera distinta,
andando hacia atrás y sin perderse de vista. -Yo lo conozco -dijo Herodías-. Se
llama Fanuel y trata de ver a laokanann, porque tú te obcecas en conservarlo.
Antipas objetó que podría ser útil algún día. Sus imprecaciones contra
Jerusalén ganaban para ellos la buena voluntad de los demás judíos. -¡No!
-replicó Herodías-. Aceptan todos los amos y no son capaces de crear una patria.
En cuanto al que agitaba al pueblo con esperanzas mantenidas desde Nehemías, la
mejor política consistía en suprimirlo. Nada apremiaba, según el tetrarca.
¿Laokanann peligroso? ¡Vamos! Y simulaba tomarlo a risa… ¡Calla! -ordenó. Ella
recordó su humillación un día que iba a Galaad para la cosecha del bálsamo: -La
gente volvía a vestirse a la orilla del río. En un montículo cercano hablaba un
hombre. Tenía una piel de camello alrededor de la cintura y su cabeza parecía
la de un león. En cuanto me vio escupió sobre mí todas las maldiciones de los
profetas. Sus ojos llameaban, su voz rugía y alzaba los brazos como para
arrancar el trueno. ¡Era imposible huir! Las ruedas de mi carro tenían arena
hasta en los ejes, y tuve que alejarme lentamente, envuelta en mi manto, helada
por aquellas injurias que caían sobre mí como lluvia de tempestad. Iaokanann le
impedía vivir. Cuando lo prendieron y ataron con cuerdas, los soldados tenían
orden de apuñalarlo si se resistía, pero se mostró dócil. Pusieron serpientes
en su prisión, pero murieron. La inanidad de esas tentativas exasperaba a
Herodías. Además, ¿por qué le hacía la guerra? ¿Qué interés lo impulsaba? Sus
discursos, gritados a las multitudes, se difundían, circulaban, los oía en
todas partes, llenaban el aire.
…Herodías sintió que hervía en sus venas la sangre de los
sacerdotes y reyes antepasados suyos. -¡Pero tu abuelo barría el tempo de
Ascalón! ¡Y los otros eran pastores, bandidos, conductores de caravanas, una
horda tributaria de Judá desde el reinado de David! ¡Todos mis antepasados
vencieron a los tuyos! ¡El primero de los Macabeos os arrojó de Hebrón, e
Hircano os obligó a circuncidaros! Y, exhalando el desprecio de la patricia por
el plebeyo, el odio de Jacob contra Esaú, le reprochó su indiferencia ante los
ultrajes, su debilidad con los fariseos que lo traicionaban, su cobardía con la
gente que la detestaba. -¡Eres como ellos, confiésalo! Y echas de menos a la
muchacha árabe que danza alrededor de las piedras. ¡Vuelve a tomarla! ¡Vete a
vivir con ella en su casa de tela! ¡Devora su pan cocido bajo la ceniza! ¡Traga
la leche cuajada de sus ovejas! ¡Besa sus mejillas cárdenas! ¡Y olvídame! El
tetrarca no escuchaba ya. Miraba la azotea de una casa, donde estaban una
muchacha y una anciana que tenía una sombrilla con mango de bambú, largo como
la caña de un pescador. En medio de la alfombra se hallaba abierta una gran
canasta de viaje. De ella desbordaban confusamente ceñidores, velos y arracadas
de piedras preciosas. La joven se inclinaba de vez en cuando sobre aquellas
cosas y las sacudía en el aire. Vestía como las romanas una túnica rizada y un
peplo con borlas de esmeralda; correas azules le sujetaban la cabellera, sin
duda demasiado pesada, porque de cuando en cuando se llevaba la mano a ella. La
sombra del quitasol se paseaba sobre la muchacha y la ocultaba a medias.
Antipas vio dos o tres veces su cuello delicado, el rabillo de un ojo, la
comisura de una boquita. Pero podía ver bien desde las caderas hasta la nuca
todo su talle, que se inclinaba para volver a enderezarse de una manera
elástica. Espiaba la repetición de ese movimiento, y su respiración se hacía
más fuerte y se encendían llamas en sus ojos. Herodías lo observaba. ¿Quién es
ella? -preguntó Antipas. Herodías respondió que no lo sabía, y se fue, aplacada
de pronto…
…Antipas cruzó toda la sala y se acostó en el lecho. Fanuel,
de pie, levantó el brazo y en actitud inspirada dijo: -El Altísimo envía en
ocasiones a uno de sus hijos. laokanann es uno de ellos. Si lo oprimes, serás
castigado. -¡Es él quien me persigue! --exclamó Antipas-. Me exigió una acción
imposible, y desde entonces me desgarra. Y yo no era duro al comienzo. Incluso
ha enviado desde Machaerus hombres que agitan mis provincias. ¡Maldito sea!
¡Puesto que me ataca, me defiendo! -Sus iras son demasiado violentas -replicó
Fanuel-. Pero no importa. Hay que ponerlo en libertad. -¡No se suelta a las
fieras! -dijo el tetrarca. El esenio replicó: -No te preocupes. Irá a predicar
entre los árabes, los galos y los escitas. ¡Su misión debe extenderse hasta el
extremo de la tierra! Antipas pareció abstraerse en una visión. -Su poder es
grande. ¡A mi pesar, le amo! - Entonces, ¿quedará en libertad? El tetrarca
movió la cabeza negativamente. Temía a Herodías, a Mannaei y a lo desconocido.
Fanuel trató de convencerle, alegando, como garantía de sus proyectos, la
sumisión de los esenios a los reyes. Se respetaba a aquellos hombres pobres,
indomables por me dio de los suplicios, vestidos de lino y que leían el
porvenir en las estrellas…
… Rodelas de bronce desparramadas en el pavimento cubrían
las cisternas. Vitelio observó una mayor que las otras y que no sonaba como
ellas al pisarla. Fue golpeando todas alternativamente, y luego gritó,
pataleando: -¡Lo encontré! ¡Lo encontré! ¡Aquí está el tesoro de Herodes! La
búsqueda de esos tesoros era una manía de los romanos. El tetrarca juró que no
existían. ¿Pero qué había allí debajo? -Nada. Un hombre, un preso. -¡Muéstralo!
--ordenó Vitelio. El tetrarca no obedeció, alegando que los judíos conocerían
su secreto. Su resistencia impacientó a Vitelio. -¡Abrid eso! -gritó a los
lictores. Mannaei adivinó lo que querían hacer. Al ver un hacha, creyó que iban
a decapitar a laokanann y detuvo al lictor cuando dio el primer golpe en la
rodela. Luego introdujo entre ella y el piso una especie de gancho, estiró los
largos brazos delgados, la levantó suavemente y la retiró. Todos admiraron la
fuerza de aquel anciano. Bajo la doble cubierta de madera había una trampa de
la misma dimensión. De un puñetazo separó las dos mitades y apareció un
agujero, un foso enorme al que rodeaba una escalera sin barandilla. Y los que
se inclinaron en el borde vieron en el fondo algo vago y espantoso. Un ser
humano estaba acostado en el suelo bajo una larga cabellera que se confundía
con las pieles de animal que le cubrían la espalda. Se levantó. Su frente
tocaba una reja empotrada horizontalmente, y de cuando en cuando desaparecía en
las profundidades de su antro…
…Herodías lo oyó desde el otro lado del palacio. Fascinada,
se abrió paso entre la multitud, y se quedó escuchando, con una mano en el
hombro de Mannaei y el cuerpo inclinado. La voz se elevó: -¡Ay de vosotros,
fariseos y saduceos, raza de víboras, odres inflados, címbalos retumbantes!
Reconocieron la voz de Iaokanann. Circuló su nombre y acudió más gente. -¡Ay de
ti, oh pueblo, y de los traidores de Judá, los borrachos de Efraín, los que
habitan en el valle fértil y los que se tambalean con los vapores del vino! …
El tetrarca retrocedió, pues la existencia de un Hijo de David le ultrajaba
como una amenaza. Laokanann le increpó por su realeza: -¡No hay más rey que el
Eterno! -gritó, y le reprochó sus jardines, sus estatuas, sus muebles de
marfil, ¡como el impío Acab! Antipas rompió el cordelito del sello que llevaba
colgado en el pecho y lo lanzó al foso, ordenándole que callara. La voz
replicó: -¡Gritaré como un oso, como un asno silvestre, como una mujer que
pare! "El castigo lo tienes ya en tu incesto. Dios te aflige con la
esterilidad del mulo." Se oyeron risas parecidas al chapoteo de las olas.
Vitelio se obstinaba en quedarse. El intérprete, en tono impasible, repetía en
el idioma de los romanos todas las injurias que Iaokanann rugía en el suyo. El
tetrarca y Herodías se veían obligados a soportarlas dos veces. Él jadeaba,
mientras ella observaba estupefacta el fondo del pozo. El hombre terrible
levantó la cabeza y, asiendo los barrotes, pegó a ellos el rostro, que parecía
un matorral en el que brillaban dos ascuas. -¡Ah, eres tú, Jezabel! Te
apoderaste de su corazón con el crujido de tu calzado. Relinchabas como una
yegua. Dispusiste tu lecho en los montes para realizar tus sacrificios
"¡El Señor te arrancará los zarcillos de las orejas, tus vestidos de
púrpura, tus velos!!”… Herodías buscó a su alrededor con la mirada a alguien
que la defendiera. Los fariseos bajaban hipócritamente la vista. Los saduceos
volvían la cabeza, pues temían ofender al procónsul. Antipas parecía morir. La
voz se hacía más fuerte, se extendía, rodaba con desgarramientos de trueno, y
al repetirla el eco de las montañas, fulminaba a Machaerus con rayos
multiplicados. -¡Arrójate en el polvo, hija de Babilonia! ¡Haz moler la harina!
¡Quítate el ceñidor, desátate el calzado, arremángate y pasa los ríos! ¡Tu
vergüenza será descubierta, tu oprobio será visto! ¡Tus sollozos te romperán
los dientes! ¡El Eterno aborrece el hedor de tus crímenes! ¡Maldita! ¡Maldita!
¡Revienta como una perra! La trampa se cerró y cayó la cubierta. Mannaei quería
estrangular a Iaokanann. Herodías desapareció. Los fariseos estaban escandalizados.
Antipas, entre ellos, se justificaba. -Sin duda -dijo Eleazar- es lícito
casarse con la esposa de un hermano, pero Herodías no era viuda, y además tenía
un hijo, lo que constituye una abominación…
…Herodías se volvió hacia él desde la escalinata. -Te
equivocas, señor -dijo-. Iaokanann ordena al pueblo que no pague los impuestos.
-¿Es verdad eso? -preguntó inmediatamente el publicano. Las respuestas fueron
en general afirmativas y el tetrarca las confirmó. Vitelio pensó que el preso
podía huir, y como el comportamiento de Antipas le parecía sospechoso, apostó
centinelas en las puertas, a lo largo de las murallas y en el patio… ¿Tal vez
volverían los árabes? ¿Descubriría el procónsul sus relaciones con los partos?
Sicarios de Jerusalén acompañaban a los sacerdotes y llevaban puñales bajo la
ropa. El tetrarca no dudaba de la ciencia de Fanuel. Se le ocurrió la idea de
recurrir a Herodías. Sin embargo, la odiaba. Pero ella le daría valor, y además
no estaban rotos todos los lazos del hechizo que había experimentado en otro
tiempo. Cuando entró en su habitación humeaba el cinamomo en una fuente de
pórfido, y se veían dispersos polvos, ungüentos, gasas parecidas a nubes y
bordados más livianos que plumas… Herodías, con una indulgencia desdeñosa,
trató de tranquilizarlo. Por fin, sacó de un cofrecito una medalla rara
adornada con el perfil de Tiberio. Eso bastaría para hacer que palidecieran los
lictores y se desvanecieran las acusaciones. Antipas, conmovido de
agradecimiento, le preguntó cómo había obtenido esa medalla. -Me la dieron
-contestó Herodías… La índole de los judíos horrorizaba a Vitelio. Su dios
podía ser muy bien Moloch, altares dedicados al cual había encontrado en el
camino, y recordaba los sacrificios de niños, así como lo que se decía del
hombre al que engordaban misteriosamente. A su corazón de latino le
desagradaban su intolerancia, su furor iconoclasta, su obstinación brutal. El
procónsul quería irse, pero Aulio se negó. Con la toga bajada hasta las
caderas, yacía detrás de un montón de víveres, demasiado repleto para comerlos,
pero obstinado en no dejarlos. La exaltación de la gente aumentaba. Se
entregaban a proyectos de independencia y recordaban la gloria de Israel. Todos
los conquistadores habían sido castigados: Antígono, Craso, Varo... -¡Miserables!
-gritó el procónsul, pues entendía el idioma siríaco y su intérprete sólo
servía para darle más tiempo para responder. Antipas se apresuró a sacar la
medalla del Emperador y, al tiempo que lo observaba tembloroso, la presentó del
lado de la imagen. Las puertas de la tribuna de oro se abrieron de pronto, y al
resplandor de los cirios, rodeada por sus esclavas y entre festones de
anémonas, apareció Herodías, tocada con una mitra asiría sujeta a la frente con
un barboquejo, la cabellera en espirales extendida sobre un peplo escarlata
hendido a lo largo de las mangas. Dos monstruos de piedra, semejantes a los del
tesoro de los Atridas, se alzaban a los lados de la puerta y hacían que se
pareciese a Cibeles acompañada por sus leones. Desde lo alto de la balaustrada
que dominaba a Antipas y con una pátera en la mano, gritó: -¡Larga vida al
César!...
…Pero del fondo de la sala llegó un murmullo de sorpresa y
de admiración. Había entrado una joven. Bajo un velo azulado que le ocultaba el
pecho y la cabeza se distinguían los arcos de sus ojos, las calcedonias de sus
orejas y la blancura de su piel. Le cubría los hombros un paño de seda
tornasolada sujeto a la cintura por un ceñidor de orfebrería. Sus calzones
negros estaban sembrados de mandrágoras y de una manera indolente hacía crujir
sus menudas pantuflas de plumón de colibrí. En lo alto del estrado se quitó el
velo. Era Herodías tal como había sido en su juventud. Luego comenzó a danzar.
Sus pies se adelantaban el uno al otro al ritmo de la flauta y de un par de
crótalos. Sus brazos torneados llamaban a alguien que huía siempre. Ella lo
perseguía, más ligera que una mariposa, como una Psique curiosa, como un alma
vagabunda, y parecía a punto de volar… Pero no era una visión. Herodías había
hecho educar lejos de Macháerus a su hija Salomé, para que el tetrarca la
amara. Y la idea era buena, ahora estaba segura de ello. Luego vino el arrebato
del amor que quiere ser satisfecho. La joven bailó como las sacerdotisas de la
India, como las nubias de las cataratas, como las bacantes de Lidia. Se
inclinaba hacia todos los lados, como una flor a la que azota la tempestad. Los
brillantes de sus orejas resaltaban, el paño de su espalda se tornasolaba, de
sus brazos, sus pies y sus ropas brotaban chispas invisibles que inflamaban a
los hombres. Cantó un arpa y la multitud la acogió con aclamaciones. Sin doblar
las rodillas, separando las piernas, se encorvó tanto que su mentón rozó el
piso; y los nómadas habituados a la abstinencia, los soldados romanos expertos
en orgías, los publicanos avaros, los viejos sacerdotes agriados por las
disputas, todos, dilatando las aletas de la nariz, palpitaban de deseo. Luego
giró alrededor de la mesa de Antipas, frenéticamente, como el rombo de las
hechiceras, y con una voz que entrecortaban sollozos de voluptuosidad, él le
decía: "¡Ven, ven!" Ella seguía girando, los tímpanos sonaban hasta
casi estallar, la multitud aullaba. Pero el tetrarca gritaba con más fuerza:
-¡Ven! ¡Ven! ¡Cafarnaúm será tuya! ¡Y también la llanura de Tiberíades! ¡Y mis
ciudadelas! ¡La mitad de mi reino! …
…En la tribuna sonó un chasquido de dedos. La joven subió a
ella, reapareció, y ceceando un poco pronunció, en tono infantil, estas
palabras: -Quiero que me des en una bandeja la cabeza de... Había olvidado el
nombre, pero añadió, sonriendo: -¡La cabeza de Iaokanann! El tetrarca se
desplomó, abatido. Estaba obligado por su palabra y el pueblo esperaba. Pero la
muerte que le habían predicho, al aplicarse a otro, tal vez evitaría la suya.
Si Iaokanann era verdaderamente Elías, podría eludirla; si no lo era, el
homicidio no tenía importancia. Mannaei estaba a su lado y comprendió su
intención… Pero Mannaei no se apresuró a cumplir su tarea. Volvió, pero muy
agitado. Desde hacía cuarenta años ejercía la función de verdugo. Era él quien
había ahogado a Aristóbulo, estrangulado a Alejandro, quemado vivo a Matatías y
decapitado a Zósimo, Pappo, José y Antípater, ¡pero no se atrevía a matar a
Iaokanann! Le castañeteaban los dientes y le temblaba todo el cuerpo. Había visto
delante del foso al Gran Ángel de los samaritanos, completamente cubierto de
ojos y blandiendo una espada inmensa, roja y dentellada como una llama. Dos
soldados llevados como testigos podían confirmarlo. Nada habían visto los
soldados, salvo a un capitán judío que se lanzó sobre ellos y que ya no vivía.
El furor de Herodías se desbordó en un torrente de injurias populacheras y
crueles. Se rompió las uñas en la reja de la tribuna y los dos leones
esculpidos parecían morderle los hombros y rugir como ella. Antipas la imitó, y
los sacerdotes, los soldados, los fariseos y todos reclamaban una venganza,
mientras los otros se indignaban porque se les demoraba un placer. Mannaei
salió, ocultándose la cara. A los invitados les pareció que pasaba más tiempo
que la primera vez y se aburrían. De pronto, resonó en los corredores un ruido
de pasos. El malestar se hacía intolerable. La cabeza llegó, y Mannaei la asía
por el cabello en el extremo del brazo, orgulloso por los aplausos. La colocó
en una bandeja y la presentó a Salomé. La joven subió rápidamente a la tribuna.
Muchos minutos después la cabeza fue traída nuevamente por la anciana que el
tetrarca había visto por la mañana en la azotea de una casa y luego en la
habitación de Herodías. Antipas retrocedió para no verla. Vitelio le lanzó una
mirada indiferente. Mannaei bajó del estrado, la mostró a los capitanes romanos
y, acto seguido, a todos los que comían por aquel lado. La examinaron. La hoja
afilada del instrumento, al deslizarse de arriba abajo, había cortado
ligeramente la mandíbula. Una convulsión estiraba las comisuras de la boca.
Sangre, cuajada ya, salpicaba la barba. Los párpados cerrados estaban pálidos
como conchas. Y los candelabros de alrededor los iluminaban.
La cabeza llegó a
la mesa de los sacerdotes. Un fariseo la invirtió con curiosidad, y Mannaei,
después de volver a enderezarla, la colocó delante de Aulio, que despertó. Por
la apertura de las pestañas, las pupilas muertas y las pupilas apagadas
parecieron decirse algo corrieron lágrimas. Luego Mannaei la presentó a
Antipas, y por las mejillas del tetrarca. Las antorchas se apagaron. Los
invitados se fueron, y en la sala sólo quedó Antipas, con las manos pegadas a
las sienes y contemplando la cabeza cortada, mientras Fanuel, de pie en medio
de la gran nave, murmuraba oraciones con los brazos abiertos. En el momento en
que salía el sol, dos hombres enviados hacía tiempo por laokanann se
presentaron con la respuesta tan esperada. La entregaron a Fanuel, que se quedó
embelesado. Luego les mostró el objeto lúgubre depositado en la bandeja los
restos del festín. Uno de los hombres le dijo: -¡Consuélate! ¡Ha descendido
entre los muertos para anunciar a Cristo!
El esenio comprendió entonces las palabras: "Para que
él crezca yo tengo que empequeñecerme". Y los tres tomaron la cabeza de
Iaokanann y se fueron por el lado de Galilea. Como pesaba mucho, la llevaban
alternativamente.-
/fuente PDF file:///C:/Users/Usuario/Desktop/Herod%C3%ADas%20poema.pdf /
posteado por kalais 15/7/2022 - ch