Poema La cautiva Estevan Echeverría para lectura https://es.wikisource.org/wiki/La_cautiva:_Ep%C3%ADlogo
-estrofas seleccionadas por C.Haller para la sesión de lecturas del 13.6.2019 en el Centro Médico, Mar del Plata, a iniciativa del Dr Jorge Dietsch.- Los versos y sus reiteraciones han quedado transformados en renglones por acción mecánica del soporte Blogger, al que de todos modos agradecemos por autorizar la publicación.-
Parte primera:
... ¡Oíd! Ya se acerca el bando
de salvajes, atronando
todo el campo convecino;
¡mirad! como torbellino
hiende el espacio veloz.
El fiero ímpetu no enfrena
del bruto que arroja espuma;
vaga al viento su melena,
y con ligereza suma
pasa en ademán atroz.
¿Dónde va? ¿De dónde viene?
¿De qué su gozo proviene?
¿Por qué grita, corre, vuela,
clavando al bruto la espuela,
sin mirar alrededor?
¡Ved que las puntas ufanas
de sus lanzas, por despojos,
llevan cabezas humanas,
cuyos inflamados ojos
respiran aún furor!
Así el bárbaro hace ultraje
al indomable coraje
que abatió su alevosía;
y su rencor todavía
mira, con torpe placer,
las cabezas que cortaron
sus inhumanos cuchillos,
exclamando: -"Ya pagaron
del cristiano los caudillos
el feudo a nuestro poder.
Ya los ranchos do vivieron
presa de las llamas fueron,
y muerde el polvo abatida
su pujanza tan erguida.
¿Dónde sus bravos están?
Vengan hoy del vituperio,
sus mujeres, sus infantes,
que gimen en cautiverio,
a libertar, y como antes,
nuestras lanzas probarán."
Parte segunda:Noche es el vasto
horizonte, noche el aire, cielo y tierra. ... Feliz la maloca ha sido;
rica y de estima la presa
que arrebató a los cristianos:
caballos, potros y yeguas,
bienes que en su vida errante
ella más que el oro precia;
muchedumbre de cautivas,
todas jóvenes y bellas. Aquél come, éste destriza,
más allá alguno degüella
con afilado cuchillo
la yegua al lazo sujeta,
y a la boca de la herida,
por donde ronca y resuella,
y a borbollones arroja
la caliente sangre fuera,
en pie, trémula y convulsa,
dos o tres indios se pegan
como sedientos vampiros,
sorben, chupan, saborean
la sangre, haciendo mormullo,
y de sangre se rellenan.
Baja el pescuezo, vacila,
y se desploma la yegua
con aplausos de las indias
que a descuartizarla empiezan.
Arden en medio del campo,
con viva luz las hogueras;
sopla el viento de la pampa
y el humo y las chispas vuelan.
A la charla interrumpida,
cuando el hambre está repleta,
sigue el cordial regocijo,
el beberaje y la gresca,
que apetecen los varones,
y las mujeres detestan. De la chusma toda al cabo la embriaguez se enseñorea y hace andar en remolino sus delirantes cabezas; entonces empieza el bullicio, y la algazara tremenda, el infernal alarido y las voces lastimeras, mientras sin alivio lloran las cautivas miserables, y los ternezuelos niños, al ver llorar a sus madres.
Todos en silencio escuchan;
una voz entona recia
las heroicas alabanzas,
y los cantos de la guerra:
-Guerra, guerra, y exterminio
al tiránico dominio
del huinca; engañosa paz:
devore el fuego sus ranchos,
que en su vientre los caranchos
ceben el pico voraz.
Oyó gritos el caudillo,
y en su fogoso tordillo
salió Brian;
pocos eran y él delante
venía, al bruto arrogante
dio una lanzada Quillán.
Lo cargó al punto la indiada:
con la fulminante espada
se alzó Brian;
grandes sus ojos brillaron,
y las cabezas rodaron
de Quitur y Callupán.
Echando espuma y herido
como toro enfurecido
se encaró,
ceño torvo revolviendo,
y el acero sacudiendo:
nadie acometerlo osó.
Valichu estaba
en su brazo; pero al golpe de un bolazo cayó Brian como potro en la llanura: cebo en su cuerpo y hartura encontrará el gavilán.En su mano los cuchillos,
a la luz de las hogueras,
llevando muerte relucen;
se ultrajan, riñen, vocean,
como animales feroces
se despedazan y bregan.
Y, asombradas, las cautivas
la carnicería horrenda
miran, y a Dios en silencio
humildes preces elevan.
Sus mujeres entretanto,
cuya vigilancia tierna
en las horas de peligro
siempre cautelosa vela,
acorren luego a calmar
el frenesí que los ciega,
ya con ruegos y palabras
de amor y eficacia llenas,
ya interponiendo su cuerpo
entre las armas sangrientas.
Ellos resisten y luchan,
las desoyen y atropellan,
lanzando injuriosos gritos;
y los cuchillos no sueltan
sino cuando, ya rendida
su natural fortaleza
a la embriaguez y al cansancio,
dobla el cuello y cae por tierra.
Al tumulto y la matanza
sigue el llorar de las hembras
por sus maridos y deudos,
las lastimosas endechas
a la abundancia pasada,
a la presente miseria,
a las víctimas queridas
de aquella noche funesta.
Parte tercera: El
puñal:
Paran la oreja bufando
los caballos, que vagando
libres despuntan la grama;
y a la moribunda llama
de las hogueras se ve,
se ve sola y taciturna,
símil a sombra nocturna,
moverse una forma humana,
como quien lucha y se afana,
y oprime algo bajo el pie.
Se oye luego triste aúllo,
y horrisonante mormullo,
semejante al del novillo
cuando el filoso cuchillo
lo degüella sin piedad,
y por la herida resuella,
y aliento y vivir por ella,
sangre hirviendo a borbollones,
en horribles convulsiones,
lanza con velocidad.
Silencio; ya el paso leve
por entre la yerba mueve,
como quien busca y no atina,
y temeroso camina
de ser visto o tropezar,
una mujer: en la diestra
un puñal sangriento muestra,
sus largos cabellos flotan
desgreñados, y denotan
de su ánimo el batallar.
Ella va. Toda es oídos;
sobre salvajes dormidos
va pasando, escucha, mira,
se para, apenas respira,
y vuelve de nuevo a andar.
Ella marcha, y sus miradas
vagan en torno, azoradas,
cual si creyesen ilusas
en las tinieblas confusas
mil espectros divisar.
Ella va, y aun de su sombra,
como el criminal, se asombra;
alza, inclina la cabeza;
pero en un cráneo tropieza
y queda al punto mortal.
Un cuerpo gruñe y resuella,
y se revuelve; mas ella
cobra espíritu y coraje,
y en el pecho del salvaje
clava el agudo puñal. Allí está su amante herido,
mirando al cielo, y ceñido
el cuerpo con duros lazos,
abiertos en cruz los brazos,
ligadas manos y pies.
Cautivo está, pero duerme;
inmoble, sin fuerza, inerme
yace su brazo invencible:
de la pampa el león terrible
presa de los buitres es.
Allí, de la tribu impía,
esperando con el día
horrible muerte, está el hombre
cuya fama, cuyo nombre
era, al bárbaro traidor,
más temible que el zumbido
del hierro o plomo encendido;
más aciago y espantoso
que el valichu rencoroso
a quien ataca su error.
Allí está; silenciosa ella,
como tímida doncella,
besa su entreabierta boca,
cual si dudara le toca
por ver si respira aún.
Entonces las ataduras,
que sus carnes roen duras,
corta, corta velozmente
con su puñal obediente,
teñido en sangre común. Y en labios de su querida
apura aliento de vida,
y la estrecha cariñoso
y en éxtasis amoroso
ambos respiran así;
mas, súbito él la separa,
como si en su alma brotara
horrible idea, y la dice:
-María, soy infelice,
ya no eres digna de mí.
Del salvaje la torpeza
habrá ajado la pureza
de tu honor, y mancillado
tu cuerpo santificado
por mi cariño y tu amor;
ya no me es dado quererte.-
Ella le responde: -Advierte
que en este acero está escrito
mi pureza y mi delito,
mi ternura y mi valor.
Mira este puñal sangriento,
y saltará de contento
tu corazón orgulloso;
diómelo amor poderoso,
diómelo para matar
al salvaje que insolente
ultrajar mi honor intente;
para, a un tiempo, de mi padre,
de mi hijo tierno y mi madre,
la injusta muerte vengar. ... Huye
tú, mujer sublime,
y del oprobio redime
tu vivir predestinado;
deja a Brian infortunado,
solo, en tormentos morir.
y del oprobio redime
tu vivir predestinado;
deja a Brian infortunado,
solo, en tormentos morir.
-No, no, tu vendrás conmigo,
o pereceré contigo.
De la amada patria nuestra
escudo fuerte es tu diestra,
¿y qué vale una mujer?
Huyamos, tú de la muerte,
yo de la oprobiosa suerte
de los esclavos; propicio
el cielo este beneficio
nos ha querido ofrecer;
no insensatos lo perdamos.
Huyamos, mi Brian, huyamos;
que en el áspero camino
mi brazo, y poder divino
te servirán de sostén.
-Tu valor me infunde fuerza,
y de la fortuna adversa,
amor, gloria o agonía
participar con María
yo quiero; huyamos, ven, ven.-
Dice Brian y se levanta;
el dolor traba su planta,
mas devora el sufrimiento;
y ambos caminan a tiento
por aquella obscuridad.
Tristes van, de cuando en cuando
la vista al cielo llevando,
que da esperanza al que gime,
¿qué busca su alma sublime?
la muerte o la libertad.
-Y en esta noche sombría
¿quién nos servirá de guía?
-Brian, ¿no ves allá una estrella
que entre dos nubes centella
cual benigno astro de amor?
Pues ésa es por Dios enviada,
como la nube encarnada
que vio Israel prodigiosa;
sigamos la senda hermosa
que nos muestra su fulgor,
ella del triste desierto
nos llevará a feliz puerto.-
Ellos van; solas, perdidas,
como dos almas queridas,
que amor en la tierra unió,
y en la misma forma de antes,
andan por la noche errantes,
con la memoria hechicera
del bien que en su primavera
la desdicha les robó.
Parte cuarta: La
alborada:
En el campo de la holganza,
so la techumbre del cielo,
libre, ajena de recelo,
dormía la tribu infiel;
mas la terrible venganza
de su constante enemigo
alerta estaba, y castigo
le preparaba cruel.
Súbito, al trote asomaron
sobre la extendida loma
dos jinetes, como asoma
el astuto cazador;
y al pie de ella divisaron
la chusma quieta y dormida,
y volviendo atrás la brida
fueron a dar el clamor
de alarma al campo cristiano.
Pronto en brutos altaneros
un escuadrón de lanceros
trotando allí se acercó,
con acero y lanza en mano;
y en hileras dividido
al indio, no apercibido,
en doble muro encerró. El sol aparece; las armas
agudas
relucen desnudas,
horrible la muerte se muestra doquier.
En lomos del bruto, la fuerza y coraje,
crece del salvaje,
sin su apoyo, inerme, se deja vencer.
Pie en tierra poniendo la fácil victoria,
que no le da gloria,
prosigue el cristiano lleno de rencor.
Caen luego caciques, soberbios caudillos:
los fieros cuchillos
degüellan, degüellan, sin sentir horror.
Los ayes, los gritos, clamor del que llora,
gemir del que implora,
puesto de rodillas, en vano piedad,
todo se confunde: del plomo el silbido,
del hierro el crujido,
que ciego no acata ni sexo, ni edad.
Horrible, horrible matanza
hizo el cristiano aquel día;
ni hembra, ni varón, ni cría
de aquella tribu quedó.
La inexorable venganza
siguió el paso a la perfidia,
y en no cara y breve lidia
su cerviz al hierro dio.
Parte quinta: El
pajonal:
...
Temerosos del salvaje,
acogiéronse al abrigo
de aquel pajonal amigo,
para de nuevo su viaje
por la noche continuar;
descansar allí un momento,
y refrigerio y sustento
a la flaqueza buscar.
... Pero
con pecho animoso
en el lodo pegajoso
penetraron, ya cayendo,
ya levantando o subiendo
el pie flaco y dolorido;
y sobre un flotante nido
de yajá (columna bella,
que entre la paja descuella,
como edificio construido
por mano hábil) se sentaron
a descansar o morir.
Súbito allí desmayaron
los espíritus vitales
de Brian a tanto sufrir;
y en los brazos de María,
que inmoble permanecía,
cayó muerto al parecer. Allí en la orilla verdosa
el inmoble cuerpo posa,
y los labios, frente y cara
en el agua fresca y clara
le embebe; su aliento aspira,
por ver si vivo respira,
trémula su pecho toca;
y otra vez sienes y boca
le empapa. En sus ojos vivos
y en su semblante animado,
los matices fugitivos
de la apasionada guerra
que su corazón encierra,
se muestran. Brian recobrado
se mueve, incorpora, alienta; y débil mirada lenta clava en la hermosa María...
Parte sexta: La
espera:
Brian, por el dolor vencido
al margen yace tendido
del arroyo; probó en vano
el paso firme y lozano
de su querida seguir;
sus plantas desfallecieron,
y sus heridas vertieron
sangre otra vez. Sintió entonces
como una mano de bronce
por sus miembros discurrir.
María espera, a su lado,
con corazón agitado,
que amanecerá otra aurora
más bella y consoladora;
el amor la inspira fe
en destino más propicio,
y la oculta el precipicio
cuya idea sólo pasma:
el descarnado fantasma
de la realidad no ve.
... Parda,
rojiza, radiosa,
una faja luminosa
forma horizonte no lejos;
sus amarillos reflejos
en lo obscuro hacen vaivén.
La llanura arder parece,
y que con el viento crece,
se encrespa, aviva y derrama
el resplandor y la llama
en el mar de lobreguez.
Aquel fuego colorado,
en tinieblas engolfado,
cuyo esplendor vaga horrendo,
era trasunto estupendo
de la infernal terriblez.
Brian, recostado en la yerba,
como ajeno de sentido,
nada ve: ella un ruido
oye; pero sólo observa
la negra desolación,
o las sombrías visiones
que engendran las turbaciones
de su espíritu. ¡Cuán larga
aquella noche y amarga
sería a su corazón!
Miró a su amante; espantoso,
un bramido cavernoso
la hizo temblar, resonando:
era el tigre, que buscando
pasto a su saña feroz
en los densos matorrales,
nuevos presagios fatales
al infortunio traía.
En silencio, echó María
mano a su puñal, veloz.
Parte séptima: La
quemazón:
Soplando a veces el viento
limpiaba los horizontes,
y de la tierra brotar
de humo rojo y ceniciento
se veían como montes;
y en la llanura ondear,
formando espiras doradas,
como lenguas inflamadas,
o melenas encrespadas
de ardiente, agitado mar. No hay cómo huir, no hay
efugio,
esperanza ni refugio;
¿dónde auxilio encontrarán?
Postrado Brian yace inmoble
como el orgulloso roble
que derribó el huracán.
Para ellos no existe el mundo.
Detrás, arroyo profundo
ancho se extiende, y delante,
formidable y horroroso,
alza la cresta furioso
mar de fuego devorante. ... Pero del cielo era juicio que en tan horrendo suplicio no debían perecer; y que otra vez de la muerte inexorable, amor fuerte triunfase, amor de mujer...
Cruje el agua, y suavemente
surca la mansa corriente
con el tesoro de amor;
semejante a Ondina bella,
su cuerpo airoso descuella,
y hace, nadando, rumor.
Los cabellos atezados,
sobre sus hombros nevados,
sueltos, reluciendo van;
boga con un brazo lenta,
y con el otro sustenta,
a flor, el cuerpo de Brian. ... Calmó después el violento soplar del airado viento: el fuego a paso más lento surcó por el pajonal, sin topar ningún escollo; y a la orilla de un arroyo a morir al cabo vino, dejando, en su ancho camino, negra y profunda señal.
Parte octava: Brian: Pasó aquél, llegó otro día triste, ardiente, y todavía desamparados como antes, a los míseros amantes encontró en el pajonal. Brian, sobre pajizo lecho inmoble está, y en su pecho arde fuego inextinguible; brota en su rostro, visible abatimiento mortal.
... En el empíreo nublado
flamea el sol colorado,
y en la llanura domina
la vaporosa calina,
el bochorno abrasador.
Brian sigue inmoble; y María,
en formar se entretenía
de junco un denso tejido,
que guardase a su querido
de la intemperie y calor.
Cuando oyó, como el aliento que al levantarse o moverse hace animal corpulento, crujir la paja y romperse de un cercano matorral. Miró, ¡oh terror!, y acercarse vio con movimiento tardo, y hacia ella encaminarse, lamiéndose, un tigre pardo tinto en sangre; atroz señal. Cobrando ánimo al instante se alzó María arrogante, en mano el puñal desnudo, vivo el mirar, y un escudo formó de su cuerpo a Brian. Llegó la fiera inclemente; clavó en ella vista ardiente, y a compasión ya movida, o fascinada y herida por sus ojos y ademán, recta prosiguió el camino, y al arroyo cristalino se echó a nadar. ¡Oh amor tierno! de lo más frágil y eterno se compaginó tu ser. Siendo sólo afecto humano, chispa fugaz, tu grandeza, por impenetrable arcano, es celestial. ¡Oh belleza! no se anida tu poder, en tus lágrimas ni enojos; sí, en los sinceros arrojos de tu corazón amante. María en aquel instante se sobrepuso al terror, pero cayó sin sentido a conmoción tan violenta. Bella como ángel dormido la infeliz estaba, exenta de tanto afán y dolor.
...Cobra María el sentido al oír de su querido la voz, y en gozo nadando se incorpora, en él clavando su cariñosa mirada. -Pensé dormías -le dice-, y despertarte no quise; fuera mejor que durmieras y del bárbaro no oyeras la estrepitosa llegada.
[Sigue
el delirio de Brian]...¡Si al menos la azul bandera
sombra a mi cabeza diese!
¡O antes por la patria fuese
aclamado vencedor!
¡Oh destino! Quién pudiera
morir en la lid, oyendo
el alarido y estruendo,
la trompeta y el tambor. Tal gloria no he conseguido.
Mis enemigos triunfaron;
pero mi orgullo no ajaron
los favores del poder.
¡Qué importa! Mi brazo ha sido
terror del salvaje fiero:
los Andes vieron mi acero
con honor resplandecer. ¡Oh estrépito de las armas!
¡Oh embriaguez de la victoria!
¡Oh campos, soñada gloria!
¡Oh lances del combatir!
Inesperadas alarmas,
patria, honor, objetos caros,
ya no volveré a gozaros;
joven yo debo morir. -¿Sabes? Sus manos lavaron,
con infernal regocijo,
en la sangre de mi hijo;
mis valientes degollaron.
Como el huracán pasó,
desolación vomitando,
su vigilante perfidia.
Obra es del inicuo bando,
¡qué dirá la torpe envidia!
Ya mi gloria se eclipsó.
...Calló Brian, y en su querida clavó mirada tan bella, tan profunda y dolorida que toda el alma por ella al parecer exhaló...
Parte novena: María
Nace del sol la luz pura,
y una fresca sepultura
encuentra; lecho postrero,
que al cadáver del guerrero
preparó el más fino amor.
Sobre ella hincada, María,
muda como estatua fría,
inclinada la cabeza,
semejaba a la tristeza
embebida en su dolor.
Sus cabellos renegridos
caen por los hombros tendidos,
y sombrean de su frente,
su cuello y rostro inocente,
la nevada palidez.
No suspira allí, ni llora;
pero como ángel que implora,
para miserias del suelo
una mirada del cielo,
hace esta sencilla prez:
-Ya en la tierra no existe
el poderoso brazo
donde hallaba regazo
mi enamorada sien:
Tú ¡oh Dios! no permitiste
que mi amor lo salvase,
quisiste que volase
donde florece el bien.
... Y alza luego la rodilla; y tomando por la orilla del arroyo hacia el ocaso, con indiferente paso se encamina al parecer. Pronto sale de aquel monte de paja, y mira adelante ilimitado horizonte, llanura y cielo brillante, desierto y campo doquier.
Adiós pajonal funesto,
adiós pajonal amigo.
Se va ella sola ¡cuán presto
de su júbilo, testigo,
y su luto fuiste vos!
El sol y la llama impía
marchitaron tu ufanía;
pero hoy tumba de un soldado
eres, y asilo sagrado:
pajonal glorioso, adiós.
Gózate; ya no se anidan
en ti las aves parleras,
ni tu agua y sombra convidan
sólo a los brutos y fieras:
soberbio debes estar.
El valor y la hermosura,
ligados por la ternura,
en ti hallaron refrigerio;
de su infortunio el misterio
tú sólo puedes contar.
Gózate; votos, ni ardores
de felices amadores
tu esquividad no turbaron,
sino voces que confiaron
a tu silencio su mal.
En la noche tenebrosa,
con los ásperos graznidos
de la legión ominosa,
oirás ayes y gemidos:
adiós triste pajonal.
De ti María se aleja,
y en tus soledades deja
toda su alma; agradecido,
el depósito querido
guarda y conserva; quizá
mano generosa y pía
venga a pedírtelo un día;
quizá la viva palabra
un monumento le labra
que el tiempo respetará.
Día y noche ella camina;
y la estrella matutina,
caminando solitaria,
sin articular plegaria,
sin descansar ni dormir,
la ve. En su planta desnuda
brota la sangre y chorrea;
pero toda ella, sin duda,
va absorta en la única idea
que alimenta su vivir.
En ella encuentra sustento.
Su garganta es viva fragua,
un volcán su pensamiento,
pero mar de hielo y agua
refrigerio inútil es
para el incendio que abriga,
insensible a la fatiga,
a cuanto ve indiferente,
como mísera demente
mueve sus heridos pies, por el Desierto. Adormida
está su orgánica vida;
pero la vida de su alma
fomenta en sí aquella calma
que sigue a la tempestad,
cuando el ánimo cansado
del afán violento y duro,
al parecer resignado,
se abisma en el fondo obscuro
de su propia soledad.
Tremebundo precipicio,
fiebre lenta y devorante,
último efugio, suplicio
del infierno, semejante
a la postrer convulsión
de la víctima en tormento:
trance que si dura un día
anonada el pensamiento,
encanece, o deja fría
la sangre en el corazón.
...Dos soles pasan. ¿Adónde
tu poder ¡oh Dios! se esconde?
¿Está, por ventura, exhausto?
¿Más dolor en holocausto
pide a una flaca mujer?
No; de la quieta llanura
ya se remonta a la altura
gritando el yajá. Camina,
oye la voz peregrina
que te viene a socorrer.
¡Oh ave de la Pampa hermosa,
cómo te meces ufana!
Reina, sí, reina orgullosa
eres, pero no tirana
como el águila fatal;
tuyo es también del espacio
el transparente palacio:
si ella en las rocas se anida,
tú en la esquivez escondida
de algún vasto pajonal.
... Mas ¡ah! que en vivos
corceles
un grupo de hombres armados
se acerca. ¿Serán infieles,
enemigos? No, soldados
son del desdichado Brian.
Llegan, su vista se pasma;
ya no es la mujer hermosa,
sino pálido fantasma;
mas reconocen la esposa
de su fuerte capitán.
Creíanla cautiva o muerta;
grande fue su regocijo.
Ella los mira, y despierta:
-¿No sabéis qué es de mi hijo?-
con toda el alma exclamó.
Tristes mirando a María
todos el labio sellaron,
mas luego una voz impía:
-Los indios lo degollaron-
roncamente articuló.
Y al oír tan crudo acento,
como quiebra el seco tallo
el menor soplo del viento
o como herida del rayo,
cayó la infeliz allí;
viéronla caer, turbados,
los animosos soldados;
una lágrima la dieron,
y funerales la hicieron
dignos de contarse aquí. La muerte bella la quiso,
y estampó en su rostro hermoso
aquel inefable hechizo,
inalterable reposo,
y sonrisa angelical,
que destellan las facciones
de una virgen en su lecho
cuando las tristes pasiones
no han ajado de su pecho
la pura flor virginal.
Entonces el que la viera,
dormida ¡oh Dios! la creyera;
deleitándose en el sueño
con memorias de su dueño,
llenas de felicidad,
soñando en la alba lucida
del banquete de la vida
que sonríe a su amor puro;
más ¡ay! que en el seno obscuro
duerme de la eternidad.
Epílogo:
Hoy, en la vasta llanura,
inhospitable morada,
que no siempre sosegada
mira el astro de la luz;
descollando en una altura,
entre agreste flor y yerba,
hoy el caminante observa
una solitaria cruz.
Fórmale grata techumbre
la copa extensa y tupida
de un ombú donde se anida
la altiva águila real;
y la varia muchedumbre
de aves que cría el desierto,
se pone en ella a cubierto
del frío y sol estival. Nadie sabe cúya mano
plantó aquel árbol benigno,
ni quién a su sombra, el signo
puso de la redención.
Cuando el cautivo cristiano
se acerca a aquellos lugares,
recordando sus hogares,
se postra a hacer oración. Fama es que la tribu errante,
si hasta allí llega embebida
en la caza apetecida
de la gama y avestruz,
al ver del ombú gigante
la verdosa cabellera,
suelta al potro la carrera
gritando: -"allí está la cruz".
Y revuelve atrás la vista
como quien huye aterrado,
creyendo se alza el airado,
terrible espectro de Brian.
Pálido, el indio exorcista
el fatídico árbol nombra;
ni a hollar se atreven su sombra
los que de camino van. ---
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