Mittwoch, 19. November 2014

Chivo expiatorio y chivo emisario: un diálogo

        




7
duos hircos stare faciet coram Domino in ostio tabernaculi testimonii

He shall make the two buck goats to stand before the Lord in the door of the tabernacle of the testimony. 


8
mittens super utrumque sortem unam Domino et alteram capro emissario

And casting lots upon them both, one to be offered to the Lord, and the other to be the emissary goat: 


9
cuius sors exierit Domino offeret illum pro peccato

That whose lot fell to be offered to the Lord, he shall offer for sin. 


10
cuius autem in caprum emissarium statuet eum vivum coram Domino ut fundat preces super eo et emittat illum in solitudinemBut that whose lot was to be the emissary goat 
he shall present before the Lord, that he may pour prayers upon him, and let him go into the wilderness. 
20
postquam emundarit sanctuarium et tabernaculum et altare tunc offerat hircum viventem

After he hath cleaned the sanctuary, and the tabernacle, and the altar, then let him offer the living goat. 
21
et posita utraque manu super caput eius confiteatur omnes iniquitates filiorum Israhel et universa delicta atque peccata eorum quae inprecans capiti eius emittet illum per hominem paratum in desertum

And putting both hands upon his head, let him confess all the iniquities of the children of Israel, and all their offences and sins. And praying that they may light on its head, he shall turn him out by a man ready for it, into the desert. 
22
cumque portaverit hircus omnes iniquitates eorum in terram solitariam et dimissus fuerit in deserto          
           And when the goat hath carried all their iniquities into an uninhabited land, and shall be let go into the desert...




Dijo el chivo:Narro desde un tiempo que se cuenta por milenios sin que se sepa cuántos, aunque los hombres asignen una cifra a su curso convirtiéndolo en historia. Entonces ya era sabido que los animales sentimos, pensamos y hasta hablamos. También lo hacen los vegetales y aun las fuentes, los ríos y las montañas. Pertenezco a un género vaticinador y memorioso, aptitudes que salvaron a Zeus de ser devorado por el padre Cronos gracias al sentido previsor de Amaltea, nuestra semidivina antecesora. Y que la Tragedia como género musical y dramático guarde un macho cabrío en su nombre  (tragos+oíde) reafirma aquel talento creativo a través del canto y las palabras.

No obstante esa ilustre prosapia, los hombres han solido comer carne caprina y utilizar leche, cuernos, pieles y pelos de cabras para diversos menesteres. Dóciles a la domesticación y resistentes a duras condiciones climáticas y alimentarias, fuimos el “pan” de pueblos nómadas o sedentarios, cuyos dioses no desdeñaban y hasta exigían nuestro sacrificio como ofrenda. Honor que nos era impuesto en variable alternancia con otros seres vivientes, sin exceptuar  los de la misma especie homo sapiens.

Esta última se arroga la exclusividad del pensamiento y del habla – oral y escrita – sobre el planeta Tierra. Facultades que pueden estar sirviéndole en una larga marcha adaptativa y transformadora, de dudosa validez si se consideran los resultados autodestructores que produce. Ni siquiera  han sabido mantener unificado el lenguaje desde el inicio de la construcción de la Torre. La multiplicación de lenguas quizás haya acelerado la de los dioses; aun el Único que el pueblo al que pertenecemos se ve inclinado a adorar es designado con un vocablo indicador de pluralidad: Elohim.  No yerran quienes optaron por llamarlo con otro nombre como supuesto garantizador del monoteísmo.

Sin embargo, continúa exigiendo ofrendas de animales. La visión anticipatoria que para mi desgracia poseo no sólo me hace hablar con vocablos extranjeros y futuros, sino conocer pormenores de cercanísima proximidad. Al mitigarse ahora los calores del verano, estamos ya en la etapa de las ceremonias expiatorias que cada año cumplen nuestros dueños. La inclinación sociable de nuestra especie caprina permite que dialogue con quien ha de compartir mi desasosiego. Abato ante él mis pesados cuernos en señal de saludo y le digo:

-       Hola, ¿sabes que hoy es el día de la Expiación de los pecados que los hombres han cometido contra Jahvé durante el último año?

-       No lo sabía. Pero ¿qué me va a mí en eso?

-       Mucho, y lo digo con pesar por ti y por mí. A ambos nos toca ser instrumentos del rito expiatorio que cumplirá el sacerdote. No hago más que informártelo para que hasta ese momento lamentemos juntos nuestra aciaga suerte. La conozco a causa de la extraña y triste conciencia anticipatoria  que poseo.

-       Pero ¿acaso las víctimas expiatorias no son designadas a puras suertes por el azar?

-       “Ningún tiro de taba abolirá el azar”, rezará un futuro refrán en algún remoto lugar del mundo. Sin embargo, lo que se conoce por estudio o clarividencia reduce en cierto grado la omnipresencia de lo casual. Ya las ceremonias han comenzado. Ya nos sacaron del corral que pertenece al común del pueblo y nos llevan acollarados al templo. El sacerdote ingresa al santuario con un becerro y  un carnero que le pertenecen. Se reviste de las vestiduras sagradas. Sacrifica el becerro y hace la expiación por sí, por su familia y por su casa. Al carnero lo consume por completo el fuego, sacrificio al que los griegos inventores de palabras llamarán “holocausto”.

-       A nosotros dos no parece siquiera mirarnos.

-       Aguarda un momento. Las ceremonias de este tipo necesitan su parsimonia. Así generan una gran expectativa y ejercen enorme impresión en los asistentes.

-       La enorme impresión la recibo yo, pobrecito  de mí, tan macho y cabrío que fui siempre. ¿Qué me pasará? ¿Qué nos harán? Dímelo si lo sabes.

-       Falta poco para saberlo. No nos pasará lo mismo a ti y a mí. En cierto modo envidio tu suerte. El sumo sacerdote nos agarrará a ambos y nos presentará a la puerta del Tabernáculo, esa tienda o habitáculo cuadrangular que ves ahí, donde dicen que resplandece un aura de la divinidad.

-       ¡Oh, va a ser un momento lindísimo!

-       No tanto. Si no te impacientas, verás que el sacerdote echará suertes sobre nosotros dos, como alguna vez en lo futuro lo hará el árbitro de un partido de fútbol para decidir en qué mitad del  field  se plantará cada squadra antes de comenzar la contienda. Perdona lo impreciso de la explicación, extraída de nuestra propensión belicosa; estimo que resultará casi verídica.

-       ¿Para qué y cómo echará suertes?

-       Al que de nosotros le salga la varilla larga le tocará ser sacrificado a cuchillo; al otro le espera una muerte más lenta y no menos cruel. Ambos moriremos en expiación de los pecados cometidos por todos nuestros amos humanos.

-       ¿A quién de los dos le tocará ser degollado en expiación? Dímelo, pues lo sabes.

-       A ti.

-       ¿Y todavía dices que me envidias? ¿Qué pasará contigo?

-       El sacerdote pondrá ambas sus manos sobre mi cabeza y así cargará sobre mi cuerpo las iniquidades de todos, sus rebeldías y sus pecados. Yo seré enviado al desierto, llevado por un cabrero, y dejado allí a libre disposición de  Azazel, sin que jamás pueda retornar al rebaño. Cargaré y transportaré todas esas abominaciones a tierra inhabitada, quedaré inmóvil o marchando por ella hasta morir de sed y de hambre, o comido por alguna fiera o por un ermitaño. Si al menos Azazel fuese un demonio, platicaría con él hasta que abreviase la venida de mi imprecisa muerte. Tengo motivos para envidiarte. No llego a ver el instante exacto de mi muerte ni la desesperación que me acosará hasta que suceda. La pena por nosotros y nuestros congéneres enturbia la visión de mi ojo interior… Pero acerquémonos ya al ara: el sumo sacerdote tiene todo preparado.



Un sosegado buey que ahí cerca escuchaba el trágico diálogo reflexionó para su coleto:
Poseen una buena cornamenta los chivos, pero al igual que la nuestra y la de los carneros de nada nos vale para evadir el destino de morir por los hombres. Nuestros músculos y tendones arrastran carruajes y arados, la leche de las hembras se cuaja y se mezcla a sus papillas, las pieles y los pelos les aseguran abrigo y el techo de sus tiendas. Somos las víctimas predilectas de sus dioses. Como si ello fuese poco, nos cargan con sus culpas colectivas e individuales. Los demonios que el temor y la angustia les hacen ver en mares, montes y desiertos asumen nuestra figura pero no nos defienden.
Cada vez que los astros completan sus evoluciones y llegan a estas fechas, un novillo, un carnero y dos machos cabríos deben ser sacrificados como ofrendas rituales. En ese orden soportan el rigor de la ley; los cabros vienen en último término. Un sorteo decide cuál de ellos muere a cuchillo, como expiación de los pecados de esta gente. El otro es tratado de un modo más ceremonioso: le cabe el honor de recibir del sacerdote una imposición de manos, las que le transfieren dichas iniquidades y así, bien cargado, es conducido al desierto por alguien previsto para esa tarea: et posita utraque manu super caput eius confiteatur omnes iniquitates filiorum Israhel et universa delicta atque peccata eorum quae inprecans capiti eius emittet illum per hominem paratum in desertum…


Colijo que ese “homo paratus” meterá al emisario en una cueva o lo atará a una estaca (que lleve preparada a tal fin), no vaya a ocurrir que el sociable instinto del chivo lo haga retornar a su majada. Esto no lo dice la Ley, que dispone se lleve al barbudo lo suficientemente lejos (¿cuán lejos?) para que no sepa volver, a riesgo de que tampoco regrese el auxiliar que debe arrastrarlo. Sin embargo, sabemos que el servidor del templo siempre regresa; de ahí que se le impongan minuciosas acciones purificadoras de su cuerpo y de sus ropas. En cambio, nunca se dijo que el cabro haya vuelto del desierto en una milagrosa demostración de que los sacrificios habrían sido aceptados y los pecados perdonados por Jahvé.                                                  El envío al desierto de un emisario (caper emissarius, como traducirá Jerónimo de Estridon) parece implicar la intención de remitir un mensaje cuya respuesta liberadora el pueblo aguarda en vano. Análoga interpretación podrá ser también la de Martin Luther cuando en su genuino alemán haya de llamarlo der ledige Bock, es decir: el chivo libre, desligado de toda carga, desobligado de cualquier vínculo. Cuán edificante sería un milagroso retorno del chivo, purificado, indemne o resucitado. Al no cumplirse esa expectativa, la reiterada traslación de los pecados colectivos al cuerpo de un inocente  se rutiniza y redunda a la postre en la pérdida de fe en una auténtica redención.         
No me creo tan clarividente como sí lo es el chivo que hoy será abandonado en el erial, pero barrunto que más adelante los hombres ya no creerán en la eficacia de echar un saco de pecados sobre una cabeza caprina. Recurrirán entonces con ídéntico fin a seres humanos del propio grupo o a extraños, los culparán de las desdichas y errores de la mayoría, atormentándolos durante toda la vida o enviándolos sin remordimientos a la muerte. No es la primera vez que sucede. Sucederá más a menudo en los milenios venideros.-
                                                    Carlos Haller 
             

                                                                                                                                                     







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