Video https://www.youtube.com/watch?v=5uxuBgJn8Y8
Sonia Sutter als Helena (Sonia
Sutter Leben & Werk http://www.imdb.com/name/nm0840243/bio?ref_=nm_ov_bio_sm )
Desde el s. XV se
fue extendiendo en Alemania, Inglaterra y Francia sustancia narrativa oral o
impresa acerca de un supuesto alquimista, astrólogo y embaucador a quien llamaban “Doktor Faustus”. Oriundo de
Mainz, le sobraba talento para vender biblias falsas y granjearse enemigos
entre el clero, así como ganar admiradores en diversos sectores de la población
donde cundió su fama y la noticia de que el docto personaje había concertado un
pacto con algún demonio. Un siglo después, el joven poeta inglés Christopher
Marlowe (1564-1593) compuso a partir de fuentes alemanas el drama The Tragical History of
the Life and Death of Doctor Faustus, en verso blanco y prosa, escrito alrededor de 1590 y publicado en
1604. Allí se incluye un parlamento dirigido por Faust a la reaparecida sombra
de Helena (Scene XIII):
Faust. - Was this the face that launched a thousand ships |
||
And burnt the topless towers of Ilium? |
||
Sweet Helen, make me immortal with a kiss. [Kisses her.] |
||
Her lips suck forth my soul; see where it flies!— |
||
Come, Helen, come, give me my soul again. |
||
Here will I dwell, for Heaven is in these lips, |
||
And all is dross that is not Helena. |
||
I will be Paris, and for love of thee, |
||
Instead of Troy, shall Wittenberg be sack’d; |
||
And I will combat with weak Menelaus, |
||
And wear thy colours on my plumed crest; |
||
Yea, I will wound Achilles in the heel, |
||
And then return to Helen for a kiss. |
||
Oh, thou art fairer than the evening air |
||
Clad in the beauty of a thousand stars; |
||
Brighter art thou than flaming Jupiter |
||
When he appear’d to hapless Semele: |
||
More lovely than the monarch of the sky |
||
In wanton Arethusa’s azured arms: |
||
And none but thou shalt be my paramour !
Los
habitantes de la actual Grecia se
denominan a sí mismos helenos (Ἕλληνες – con sonido inicial aspirado y acentuado, seguido de
doble λ), aunque
han sido conocidos por diferentes nombres a lo largo de la historia. Cada nueva
etapa histórica vino acompañada de un nuevo término, tradicional o aportado por
un pueblo extranjero. Los soldados que cayeron en las Termópilas lo hicieron bajo el
nombre de helenos. Quizás un héroe mítico, Héleno,
haya suministrado el patronímico, no procedente de la famosa consorte de
Menelao. Posteriormente, la palabra “heleno” modificó su significado para
denotar a alguien que había abrazado el modo de vida griego. Luego los griegos
se denominaban a sí mismos romeos o romios, es decir, «romanos». Por lo que respecta al nombre de «griegos»,
este término fue empleado por los europeos occidentales, a partir del contacto
con las colonias de la “magna grecia”
que se fundaron desde el s. VIII a.C.
Los pueblos asiáticos, los persas y los turcos emplearon la palabra jonios, que se
refiere a la región de la Grecia antigua situada en la costa del Asia Menor. En lengua georgiana se utiliza un gentilicio único para los griegos:
berdzeni - derivado de la voz
georgiana para “sabio”, una alusión al hecho de que la filosofía y la sofística
nacieron en Grecia.
Helena (en griego
antiguo Ἑλένη, ‘antorcha’), a veces conocida como Helena de Troya o Helena
de Esparta, es un personaje de la mitología cuyo
nombre alude a la «luz que brilla en la oscuridad». El dios Zeus, en figura de un cisne, yació con Leda la misma
noche que lo hiciera Tindáreo, esposo de aquélla y rey de Esparta. Leda
puso dos huevos; de uno nacieron Helena y
Pólux (considerados hijos de Zeus), y del otro Clitemnestra y Cástor (considerados hijos de Tindáreo). Raptada siendo aún niña por Teseo, cuando Helena llegó a la edad de casarse tuvo muchos
pretendientes atraídos por la fama de su gran belleza y porque ella y su futuro
esposo reinarían en Esparta. Tindáreo arrancó a los pretendientes el juramento
de acatar la decisión que se adoptase sobre quién sería el esposo de Helena y
de acudir en auxilio del elegido si en algún momento la esposa le fuese
seducida o raptada. Una vez realizado el juramento, Tindáreo eligió como marido
de Helena a Menelao, hermano de Agamemnón, rey de Micenas, que estaba casado con su otra
hija, Clitemnestra. Según otras versiones, fue la propia Helene la que eligió a
Menelao, demostrando así su autónomo carácter.
Símbolo de la máxima belleza humana, fue
trofeo y dádiva prometida a un mortal, Paris, designado para discernir la más
hermosa entre tres divas. Versiones mitológicas en torno de Helene son asaz
divergentes y no exigen una pormenorizada exposición en este artículo. Menos
fundada aún, como hipótesis histórica,
parece la explicación del origen y alcance de la coalición de reinos griegos
contra la frigia ciudad de Troya, pertrechada y asistida de auxilios
suficientes como para resistir muchos años de asedio en ese antiguo conflicto
de civilizaciones. Como otros vástagos nacidos de un dios y un mortal, Helena
estaba destinada a morir. No gozaba de opinión favorable entre las deidades olímpicas.
Les hacía sombra con su belleza y era testimonio viviente de rencillas y
corruptelas que involucraban a aquéllas. Tal vez a causa de la cuantiosa poesía
que su figura inspiró, Apolo haya intentado inmortalizarla, pero esta versión
no es la prevaleciente en el mito. Tampoco la convalida Goethe. Faust, al
regreso de su viaje al reino de las “Madres”, trae consigo las sombras o
“fantasmas” de Paris y Helena para presentarlas en la corte imperial. Sucumbe
de emoción ante la hermosura de la semidiosa y se desmaya.
En el 3er.
Acto del Faust II de J.W. Goethe encontramos a Helena de regreso ante la puerta de los lares espartanos, enviada
ex profeso por su esposo Menelao para preparar la llegada de éste después de la
victoria sobre Ilión. Quizás diez o veinte años no habían mellado el esplendor
cutáneo de la semidiosa, pero se siente culpable y apesadumbrada al arribar al
hogar lúgubre y semivacío.
Dritter Akt – Szene 1.1 - Vor dem Palaste des Menelas zu Sparta
Menelas ist mit Helena aus dem Krieg zurückgekehrt und hat Helena
vorausgeschickt, um eine Opferzeremonie
vorzubereiten. Er hat jedoch nicht gesagt, was
geopfert werden soll. Helena ahnt, dass sie
das Opfer sein wird, und beklagt ihr Schicksal, doch ein Chor von gefangenen
Trojanerinnen muntert sie wieder auf. Helena will nach der Rückkehr die Diener
und den Palast inspizieren, trifft jedoch auf leere Gänge und auf Mephisto in
Gestalt einer der Phorkyaden, die
Palast und Hof während Helenas Abwesenheit verwaltet hat. Sie sagt zu Helena,
dass sie das Opfer sein werde, da Menelas fürchte, sie noch einmal zu verlieren
oder nicht ganz besitzen zu können, und bietet ihr an, sie mit auf eine
mittelalterliche und angeblich uneinnehmbare Burg zu nehmen, die nicht weit von Sparta errichtet wurde. Sie stimmen
zu und flüchten, umhüllt von Nebel, vor dem anrückenden König.
(Forquiadas son ancianas o Graias – « las
grises » - descendientes de Phorkyas; personificaciones femeninas de la
vejez).
Nota: Los fragmentos que se transcriben a
continuación se corresponden con los actuados y hablados por Sonia Sutter (Helena)
en el video que encabeza esta nota. Razones didácticas aconsejan copiar solo
los parlamentos de Helena y omitir los que en el original pronuncian los demás
personajes, aunque de ningún modo éstos
sean prescindibles para una comprensión integral del texto.
Helena tritt
auf - Chor gefangener
Trojanerinnen.- Panthalis,
Chorführerin
Bewundert viel und viel gescholten, Helena, Vom Strande komm’ ich, wo wir erst gelandet sind, Noch immer trunken von des Gewoges regsamem Geschaukel, das vom phrygischen Flachgefild uns her Auf sträubig-hohem Rücken, durch Poseidons Gunst Und Euros’ Kraft, in vaterländische Buchten trug. Dort unten freuet nun der König Menelas Der Rückkehr samt den tapfersten seiner Krieger sich. Du aber heiße mich willkommen, hohes Haus, Das Tyndareos, mein Vater, nah dem Hange sich Von Pallas’ Hügel wiederkehrend aufgebaut Und, als ich hier mit Klytämnestre schwesterlich, Mit Kastor auch und Pollux fröhlich spielend wuchs, Vor allen Häusern Spartas herrlich ausgeschmückt. Gegrüßet seid mir, der ehrnen Pforte Flügel ihr! Durch euer gastlich ladendes Weit-eröffnen einst Geschah’s, dass mir, erwählt aus vielen, Menelas In Bräutigamsgestalt entgegenleuchtete. Eröffnet mir sie wieder, dass ich ein Eilgebot Des Königs treu erfülle, wie der Gattin ziemt. Lasst mich hinein! Und alles bleibe hinter mir, Was mich umstrürmte bis hieher verhängnisvoll. Denn seit ich diese Schwelle sorgenlos verließ, Cytherens Tempel besuchend, heiliger Pflicht gemäß, Mich aber dort ein Räuber griff, der phrygische, Ist viel geschehen, was die Menschen weit und breit So gern erzählen, aber der nicht gerne hört, Von dem die Sage wachsend sich zum Märchen spann. Genug! Mit meinem Gatten bin ich hergeschifft Und nun von ihm zu seiner Stadt vorausgesandt; Doch welchen Sinn er hegen mag, errat’ ich nicht. Komm’ ich als Gattin? Komm’ ich eine Königin? Komm’ ich ein Opfer für des Fürsten bittern Schmerz Und für der Griechen lang erduldetes Missgeschick? Erobert bin ich; ob gefangen, weiß ich nicht! Denn Ruf und Schicksal bestimmten fürwahr die Unsterblichen Zweideutig mir, der Schöngestalt bedenkliche Begleiter, die an dieser Schwelle mir sogar Mit düster drohender Gegenwart zur Seite stehn. Denn schon im hohlen Schiffe blickte mich der Gemahl Nur selten an, auch sprach er kein erquicklich Wort. Als wenn er Unheil sänne, saß er gegen mir. Nun aber, als des Eurotas tiefem Buchtgestad Hinangefahren der vordern Schiffe Schnäbel kaum Das Land begrüßten, sprach er, wie vom Gott bewegt: Hier steigen meine Krieger nach der Ordnung aus, Ich mustere sie, am Strand des Meeres hingereiht; Du aber ziehe weiter, ziehe des heiligen Eurotas fruchtbegabtem Ufer immer auf, Die Rosse lenkend auf der feuchten Wiese Schmuck, Bis dass zur schönen Ebene du gelangen magst, Wo Lakedämon, einst ein fruchtbar weites Feld, Von ernsten Bergen nah umgeben, angebaut. Betrete dann das hoch getürmte Fürstenhaus Und mustere mir die Mägde, die ich dort zurück Gelassen, samt der klugen, alten Schaffnerin. Die zeige dir der Schätze reiche Sammlung vor, Wie sie dein Vater hinterließ und die ich selbst In Krieg und Frieden, stets vermehrend, aufgehäuft. Du findest alles nach der Ordnung stehen; denn Das ist des Fürsten Vorrecht, dass er alles treu In seinem Hause, wiederkehrend, finde, noch An seinem Platze jedes, wie er’s dort verließ. Denn nichts zu ändern hat für sich der Knecht Gewalt. . . . Helena. Sodann erfolgte des Herren ferneres Herrscherwort. Wenn du nun alles nach der Ordnung durchgesehn, Dann nimm so manchen Dreifuß, als du nötig glaubst, Und mancherlei Gefäße, die der Opfer sich Zur Hand verlangt, vollziehend heiligen Festgebrauch: Die Kessel, auch die Schalen, wie das flache Rund; Das reinste Wasser aus der heiligen Quelle sei In hohen Krügen; ferner auch das trockne Holz, Der Flammen schnell empfänglich, halte da bereit; Ein wohl geschliffnes Messer fehle nicht zuletzt; Doch alles andre geb’ ich deiner Sorge heim. So sprach er, mich zum Scheiden drängend; aber nichts Lebendigen Atems zeichnet mir der Ordnende, Das er, die Olympier zu verehren, schlachten will. Bedenklich ist es; doch ich sorge weiter nicht, Und alles bleibe hohen Göttern heimgestellt, Die das vollenden, was in ihrem Sinn sie deucht, Es möge gut von Menschen oder möge bös Geachtet sein; die Sterblichen, wir ertragen das. Schon manchmal hob das schwere Beil der Opfernde Zu des erdgebeugten Tieres Nacken weihend auf Und konnt’ es nicht vollbringen, denn ihn hinderte Des nahen Feindes oder Gottes Zwischenkunft. . . . Helena. Was ich gesehen, sollt ihr selbst mit Augen sehn, Wenn ihr Gebilde nicht die alte Nacht sogleich Zurückgeschlungen in ihrer Tiefe Wunderschoß. Doch dass ihr’s wisset, sag’ ich’s euch mit Worten an: Als ich des Königshauses ernsten Binnenraum, Der nächsten Pflicht gedenkend, feierlich betrat, Erstaunt’ ich ob der öden Gänge Schweigsamkeit. Nicht Schall der emsig Wandelnden begegnete Dem Ohr, nicht rasch geschäftiges Eiligtun dem Blick, Und keine Magd erschien mir, keine Schaffnerin, Die jeden Fremden freundlich sonst begrüßenden. Als aber ich dem Schoße des Herdes mich genaht, Da sah ich bei verglommner Asche lauem Rest, Am Boden sitzen welch verhülltes großes Weib, Der Schlafenden nicht vergleichbar, wohl der Sinnenden. Mit Herrscherworten ruf’ ich sie zur Arbeit auf, Die Schaffnerin mir vermutend, die indes vielleicht Des Gatten Vorsicht hinterlassend angestellt; Doch eingefaltet sitzt die Unbewegliche; Nur endlich rührt sie auf mein Dräun den rechten Arm, Als wiese sie von Herd und Halle mich hinweg. Ich wende zürnend mich ab von ihr und eile gleich Den Stufen zu, worauf empor der Thalamos Geschmückt sich hebt und nah daran das Schatzgemach; Allein das Wunder reißt sich schnell vom Boden auf, Gebietrisch mir den Weg vertretend, zeigt es sich In hagrer Größe, hohlen, blutig-trüben Blicks, Seltsamer Bildung, wie sie Aug’ und Geist verwirrt. Doch red’ ich in die Lüfte; denn das Wort bemüht Sich nur umsonst, Gestalten schöpferisch aufzubaun. Da seht sie selbst! Sie wagt sogar sich ans Licht hervor! Hier sind wir Meister, bis der Herr und König kommt. Die grausen Nachtgeburten drängt der Schönheitsfreund, Phöbus, hinweg in Höhlen, oder bändigt sie.
-o-o-
Observación adicional : el sentido de los versos aquí traídos a debate puede recibir cierta aclaración con el material añadido enLa bella Helena, mortal y rescatada on January 8, 2018 (clic) https://analfa.wordpress.com/2018/01/08/la-bella-helena-mortal-y-rescatadaA tal efecto no ha de perderse de vista el carácter segmental o de eximio “montaje” practicado por J.W. Goethe con las escenas y personajes del Faust II.-
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