Este movimiento buscaba romper
con la tradición, el pasado y los signos convencionales que la historia del
arte consideraba como elementos principales a la poesía,
el valor, la audacia y la revolución, ya que se pregonaba el movimiento
agresivo, el insomnio febril, el paso gimnástico, el salto peligroso y la
bofetada irreverente. Tenía como postulados: la exaltación de lo sensual, lo
nacional y guerrero, la adoración de la máquina, el retrato de la realidad en
movimiento, lo objetivo de lo literario y la disposición especial de lo
escrito, con el fin de darle una expresión plástica. Rechazaba la estética
tradicional e intentó ensalzar la vida contemporánea, basándose en sus dos
temas dominantes: la máquina y el movimiento. Se recurría, de este modo, a
cualquier medio expresivo (artes plásticas, arquitectura, urbanismo,
publicidad, moda, cine, música, poesía) capaz de crear un verdadero arte de
acción, con el propósito de rejuvenecer y construir un nuevo orden en el mundo.
El futurismo fue un movimiento
fundamentalmente italiano. El poeta italiano Marinetti recopiló y publicó en el
diario francés "Le Figaro" los principios del futurismo en el Manifiesto futurista el 20 de febrero de
1909. Al año siguiente los artistas italianos Giacomo Balla, Umberto Boccioni, Carlo Carrà, Luigi Russolo y Gino Severini firmaron
el Manifiesto de
los pintores futuristas. En 1944, año
de la muerte de Marinetti, se concluye finalmente la experiencia futurista que
ya desde hacía unos años se había comprometido con la academia, traicionando la
inicial alma rebelde. El mismo Marinetti, no obstante continuase a declararse
contrario a lo que él llamaba "passatismo", aceptó en 1929 la
nombración de académico de Italia por parte del régimen
fascista.
Por qué somos
futuristas (Fragmento)/ Por: Umberto Boccioni (1882-1916)
En mis innumerables
discusiones y conferencias tanto en Italia como en el extranjero, siempre he
observado en los pintores, escultores, arquitectos y artistas en general la más
completa ignorancia acerca de la finalidad de la obra de arte, la más ciega indiferencia
acerca de la necesidad de que exista una estrecha relación histórica entre la
obra y el momento en que ésta surge. Casi todos consideran la obra de arte como
un hecho aislado. Un fenómeno cuya ejecución resulta más o menos grata. Casi
todos confunden el acto de pintar, esculpir o construir con el acto de crear.
Se engañan pensando que la lagrimita derramada por la primera tontería que se
nos ocurre es señal de inspiración. Los pintores, por ejemplo, nuestros
queridos y bohemios pintores, quieren
pintar como sienten… los pobrecillos, y se estremecen si han de
imponer un mínimo de control a sus emociones, seleccionarlas para
magnificarlas. Todos, artistas, aficionados y público, tienen un pequeño bagaje
de tiernos hábitos sentimentales que defienden a capa y espada y al que se
niegan a renunciar incluso ante la evidencia de las verdades más elementales.
Los miserables recuerdos azulados de la infancia, las oscuras influencias del
atavismo, la languidez de la pubertad… toda esas estupideces: la educación
familiar, la necia retórica de la tradición del 48 que nuestros padres y
profesores han impuesto durante años, forman para casi todos los artistas con
quienes he hablado una especie de blanda escanilla desde donde, acurrucados en
la tibieza de su cobardía, se atreven a lanzar tímidas miradas al mundo.
En las naciones prósperas y maduras, como Francia, Inglaterra,
Alemania, la gran mayoría de los artistas vive de explorar un rico acervo de
tradiciones recientes, de formas generadas por su cultura, a la que corresponde
una vigorosa vida social. Casi todas las manifestaciones artísticas adoptan en
esos países una aparente modernidad que engaña a nuestros cenáculos…
intelectuales Hasta ahora los italianos hemos copiado servilmente esas
manifestaciones, guiándonos por las lujosas revistas de arte publicadas en
Múnich, Berlín, París y Londres.
En los pueblos más jóvenes, como los escandinavos, los eslavos e
incluso los americanos, que se asoman orgullosamente a la vida con ansias de
afirmarse y deseos de poner término a siglos de anonimato, los artistas, cuando
no practican un verismo grotesco, hurgan en los desvanes del folclore y
barnizan el torpe y el sentimental balbuceo de su infancia histórica con lo que
han aprendido en París y Münich. De todas formas, los cuantioso recursos
financieros de esos países, su escasa tradición artística, el ímpetu
maravilloso con que marchan hacia el futuro, favorecen la formación de una
aristocracia de aficionados
de vanguardia que compara y alienta las manifestaciones
aristocráticas de los artistas
de vanguardia.
En Italia –donde siempre se han recogido religiosamente los
derechos estéticos de Europa que bajan por la cloaca bienal de Venecia- se ha
producido un fenómeno artístico que sólo nos parece comparable con un
acontecimiento político como la moderna afirmación de los japoneses que han
superado su pasado bárbaro oriental.
De un solo golpe, un grupo de artistas geniales, animosos,
enérgicos, enemigos de los libros, ha situado a Italia en la vanguardia de las
investigaciones plásticas.
Y esto ha sucedido en Italia, donde las energías intelectuales
son lastradas por el peso de una raída y humillante tradición milenaria, mezcla
de ignorancia y mala fe; en esta Italia volcada totalmente a la tarea de
establecer un orden económico y afirmar su unidad política y militar.
Resulta doloroso comprobar el grado de embrutecimiento en que
yace la idealidad estética de nuestro gran país, que cuenta con cuarenta
millones de habitantes, considerados los más inteligentes del mundo. Cuando los
jóvenes de nuestra generación observan la evolución del arte italiano en el
siglo XIX, se sonrojan de vergüenza y lloran de desesperación. Es casi
imposible colmar el abismo de ignorancia, de cobarde apatía que separa Italia,
llamada con arqueológica ironía el país del arte, de la sensibilidad estética
de los otros países civilizados.
Quien ve hoy a Italia como el país del arte es un necrófilo que
considera un cementerio como una deliciosa alcoba. De este odioso trópico los
pintores futuristas nos reímos olímpicamente, para no escupirle a la cara o
echar a patadas a cada lerdo que nos lo repite.
Hoy Italia es un país joven y fuerte que será grande ¡y basta!
Hay que rehacerlo todo, espiritual y, por tanto, estéticamente. En cambio nos
demoramos cultivando los mohos del pasado.
Se declara monumento nacional cualquier sucio y destartalado
tugurio que aún ensucia las ciudades italianas. Se pierde el tiempo discutiendo
acerca de ese basurero pictórico que es la plaza Delle Erbe de Verona, acerca
de los hediondos canales de Venecia, acerca d ese miserable callejón de
chamarileros que se llaman via Condototti en Roma, etcétera.
Se cataloga, se glorifica y se ilustra esa melancólica
exposición mineralógica que es el foro romano. Se construyen paseos
arqueológicos para que los atléticos holgazanes romanos, las jóvenes misses inglesas,
las robustas parejas alemanas puedan besuquearse libremente mientras el eterno
rufianesco cicerone italiano se fuma su medio toscano con filosofía. En Italia
no falta el dinero, no falta la fuerza: faltan los cerebros modernos. Por
cobardía odiamos lo nuevo. Somos cobardes en arquitectura e inferiores en todos
los países; somos cobardes en música e inferiores en todos los países; cobardes
en pintura, cobardes en escultura, cobardes en las artes decorativas, en el
mobiliario, en los carteles, ¡en todo!
La historia de nuestro risorgimiento nacional
ha sido explotada por una cáfila de escultores famélicos y deshonestos que han
desfigurado toda Italia. Exposición tras exposición, nos muestran actualmente
la extrema decadencia de una tradición quinientista que sólo consigue
arrastrarse aún por la despreciable apatía de los artistas italianos, hijos de
un país que debería llevarse la palma del sentido plástico.
Mafias, recomendaciones, protecciones delictivas, cobardías,
todo vale con tal de vender y lucrar. Venencia, Milán, Florencia, Turín, Roma,
Nápoles, Palermo son infames mercados de tela sucia, de plagios grotescos, de
obscenidades escultóricas.
¡Plagio, mala fe, inconsciencia! Pensiones robadas, premios
robados, prensa engañada o vendida; ¡y siempre cobardía por todas partes!
Concursos ignominiosos para el arte. Desvergonzada construcción
de palacios, decorados y monumentos esperpénticos para la estupidez oficial de
todo el mundo. La gesta de un negro sudamericano, la gloria de una nulidad
anónima y provinciana siempre encuentran eco en la conciencia de un escultor,
un pintor o un arquitecto italiano, siempre triunfa el concepto tradicional:
puesto que Miguel Ángel recibió en encargo de la Capilla Sixtina, Rafael el de
las Estancias, Leonardo el del Cénaculo, el artista italiano que recibe un
encargo, ya se trate de un retrato, un decorado o un monumento, no se da cuenta
de que cae y se envilece en la prostitución.
¡El dinero!…, ¡la posición segura!…, tal es el germen de todas
las cobardías artísticas italianas. Recibir encargos del Gobierno, ser
influyentes, recibir condecoraciones y enriquecerse… ¡Cobardes! ¡Cobardes!
¡Cobardes!
Comprobamos que la aspiración plástica que nos guía a los
futuristas italianos se anticipa al menos en un siglo a la sensibilidad
artística italiana. Pero una luminosa esperanza nos guía a través de la
oscuridad de la ignorancia y de la indiferencia que imperan en nuestro país.
¡Es la certeza de que, en la inevitable y futura distribución del trabajo entre
razas, sólo a Italia le tocará fundar un ideal estético supremo con el que
podrán identificarse los hombres superiores de raza blanca! ¿Acaso es un sueño
demasiado ambicioso?… La situación geográfica, las cualidades de nuestro
temperamento, nuestra población en aumento, el predominio del Mediterráneo y la
historia de los últimos años alientan nuestra esperanza. Como en la política,
así en el arte, ¡preconizamos que Italia sea la única heredera futura de la
latinidad!
¡Pero para lograrlo es preciso actuar con coraje y disciplina en
la vida y en el arte! Es preciso tener el coraje de destruir y sojuzgar incluso
lo que, por recuerdo o por costumbre, tendemos a apreciar. Es preciso cercenar
las ramas viejas e inútiles, avanzar desnudos y feroces y mirar hacia delante
hasta que nos estallen las pupilas. ¡Es preciso tomar partido, enardecer
nuestra pasión, exacerbar nuestra fe en esta grandeza futura que todo italiano
desea con suficiente entusiasmo! Para esto se necesita sangre, se necesitan
muertos. El risorgimento italiano
se hizo a hurtadillas, lo hicieron personas de bien y sin que corriese
suficiente sangre. Habría que ahorcar, fusilar a los que se apartan de la idea
de una gran Italia futurista. En el terreno del arte habría que andar a
pistoletazos contra todos los artistas que hoy gozan de fama en Italia. ¡Estas
viejas carroñas entorpecen la marcha de los jóvenes con un arte rastrero digno
de la Italia del ministro Cairoli, digno de la Italia que masacraba Crispi,
dingo de la Italia de Cavallotti, pacifista e internacionalista en medio de
naciones armadas, ricas y temibles!
¡Los futuristas queremos dotar a Italia de una conciencia que la
impulse cada vez más hacia el trabajo tenaz, hacia la conquista feroz! ¡Qué los
italianos saboreen al fin el gozo embriagador de sentirse solos, armados,
ultramodernos, en lucha contra todos y no descendientes soñolientos de una
grandeza que ya no es nuestra! Lamentablemente, el italiano, que sabe jugarse
la vida por una mujer, es incapaz de imponerse una disciplina, un amor ideal
lejano, incapaz de concebir en abstracto el deber, la patria y la solidaridad.
Por tanto es incapaz de concebir un arte que no lleve aparejado un éxito
inmediato y una ganancia inmediata. En Italia cualquier mentecato cree que el
egoísmo cotidiano es un derecho, confunde su vil interés con el individualismo.
Entre nosotros, el ocio mental y social se consideran atributos de un
temperamento aristocrático. Como si los millones de holgazanes parásitos, de
indiferentes que viven del ocio en nuestros cafés, en nuestras academias,
tuviesen derecho a llevar la
vida que quieren o a hacer el arte que quieren. Sólo hay una ley
para el italiano: el trabajo e Italia. Sólo
hay una ley para el artista: la vida moderna y la sensibilidad futurista. ¡No
toleramos objeciones! ¡En un país tan grande, tan bello, tan ascendente como
Italia todo eclecticismo es una cobardía!
Como decíamos en nuestro prefacio al catálogo de la 1ª
Exposición Futurista de París: “¡Somos futuristas porque un conjunto de
concepciones estéticas, éticas, políticas y sociales son absolutamente
futurista!” Esta unidad es la que se constituye la fuerza y la cohesión de
nuestro movimiento. Esta unidad es la que falta totalmente en el cerebro
italiano actual.
No entraré, sin embargo, en otros ámbitos, sino que me limitaré
al que me es propio como pintor y escultor futurista. […]
Boccioni: dinamismo de un ciclista. 1913
[fuentes: https://lamecanicaceleste.wordpress.com/2020/09/13/por-que-somos-futuristas-fragmento-por-umberto-boccioni-1882-1916/ + > https://vanguardiaartisticasigloxx.wordpress.com/2015/08/07/el-futurismo-italiano/
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