Mittwoch, 5. August 2015

Elefantito Baby Elephant 2015


Mientras lo miramos, vamos escribiendo la nota. Eso puede durar años, hasta que él ya sea grande (siempre que no lo cacen...). - 


en inglés, comienzo: THE STOLEN WHITE ELEPHANT by Mark Twain - "The following curious history was related to me by a chance railway acquaintance. He was a gentleman more than seventy years of age, and his thoroughly good and gentle face and earnest and sincere manner imprinted the unmistakable stamp of truth upon every statement which fell from his lips. He said: You know in what reverence the royal white elephant of Siam is held by the people of that country. You know it is sacred to kings, only kings may possess it, and that it is, indeed, in a measure even superior to kings, since it receives not merely honor but worship". -                                                      Con el siguiente aporte de la Prof. Grace Gatica Jones esta introducción quedaría redactada en un better British así: The following curious story was narrated to me by a casual railway acquaintance. He was a gentleman over 70 years old.The thoroughly good and gentle expression on his face together with his earnest and sincere manner imprinted the unmistakable stamp of truth upon every statement which came out of his mouth. 
It is wellknown what reverence is held upon the white elephant of Siam by its people. It is sacred to kings and only them may possess one. In this way, we can consider the white elephant to be in a measure superior to kings since it not only receives honour but also worship.


   

MARK TWAIN, El robo del elefante blanco  (algunos fragmentos selectos)
... Hace cinco años, cuando hubo tropiezos con relación a la línea demarcatoria entre Gran Bretaña y Siam, fue evidente que Siam había cometido un error. Por ello se dieron precipitadamente toda clase de satisfacciones y el representante inglés declaró que se daba por conforme y que se debía olvidar el pasado. Esto fue de gran alivio para el rey de Siam y en parte como prueba de gratitud y en parte también, quizá, para eliminar todo residuo de sentimiento desagradable en Inglaterra, quiso hacerle a la reina un regalo, única manera segura de granjearse la buena voluntad de un enemigo, según las ideas orientales. Este regalo no sólo debía ser real, sino magníficamente real. Siendo así... ¿qué presente más adecuado que un elefante blanco? Mi situación en la administración pública hindú era tal que se me consideró especialmente digno del honor de entregarle el obsequio a Su Majestad. Se equipó un barco para mí y mi servidumbre y los oficiales y subalternos encargados del elefante y llegué al puerto de Nueva York y alojé mi regia carga en unos soberbios aposentos de Jersey. Era imprescindible estar algún tiempo allí para que la salud del animal se restableciera antes de seguir de viaje.
Todo fue bien durante quince días; después empezaron mis tribulaciones. ¡Robaron el elefante blanco! Fui despertado en plena noche, para comunicarme la horrorosa desgracia. Por algunos instantes, fui presa del terror y la ansiedad; me sentí impotente. Después me tranquilicé y recobré mis facultades. Pronto vi qué camino debía seguir; porque, a decir verdad, sólo había un camino posible para un hombre inteligente. No obstante lo tardío de la hora, corrí a Nueva York y logré que un agente de policía me guiara hasta la central de detectives. Por fortuna llegué a tiempo, aunque el jefe, el famoso inspector Blunt, se disponía ya a marcharse a su casa... El jefe de detectives tomó papel y una lapicera.
-¿Cómo se llama el elefante?
-Hassan Ben Ali Ben Selim Abdallah Mohamed Moisé AIhammal Jamsetjeejebhoy Dhuiep Sultan Ebu Bhudpoor.
-Muy bien. ¿El nombre de bautismo?         
 -Jumbo.
-Perfectamente. ¿Dónde nació?
-La capital de Siam. 
 
... Estatura, seis metros, longitud, desde el ápice de la frente hasta la inserción de la cola, 8 metros; longitud del tronco, cinco metros; longitud de la cola, dos metros; longitud total, comprendidos el tronco y la cola, 15 metros, longitud de los colmillos, 3 metros; orejas, en proporción con esas dimensiones; su pisada recuerda la marca que hace un barril cuando se lo pone de punta en la nieve; color del elefante, blanco opaco; en cada oreja tiene un agujero del porte de un plato destinado a calzar joyas y tiene en alto grado el hábito de mortificar con su trompa no sólo a las personas que conoce, sino también a perfectos desconocidos; renguea ligeramente con la pata trasera derecha y ostenta en la axila izquierda una pequeña cicatriz causada otrora por un forúnculo. Al ser robado, tenía sobre su lomo un castillo con plazas para quince personas y una manta de montar de paño de oro del tamaño de una alfombra corriente.
... Por regla general, nosotros barruntamos en forma bastante aproximada quién es nuestro hombre por el tipo de trabajo y la magnitud del juego en que se embarca. Aquí, no tenemos que vérnoslas con un carterista ni con un ratero de salón, vea bien. Este objeto no ha sido "escamoteado" por un principiante. Pero, como le estaba diciendo, si se toma en cuenta el cúmulo de viajes que deberán hacerse y la diligencia con que los ladrones eliminarán sus huellas a medida que avancen, veinticinco mil dólares serán quizá una suma harto pequeña, aunque me parece que vale la pena comenzar con eso.
De manera que nos atuvimos a esta cifra, para empezar. Luego, aquel hombre, a quien no se le pasaba detalle alguno que pudiera servir como pista, dijo:
-En la historia detectivesca, hay casos elocuentes de que los maleantes han sido atrapados merced a las peculiaridades de su apetito. De modo que... Veamos... ¿Qué come ese elefante y cuánto come?
-Bueno... En cuanto a qué come... es una bestia capaz de comerlo todo. Comería a un hombre, comería una Biblia..., comería cualquier cosa intermedia entre un hombre y una Biblia.
-Muy bien... Muy bien, a decir verdad. Pero eso me suena a demasiado general. Hace falta detalles..., los detalles son lo único valioso en nuestro oficio. En cuanto a los hombres se refiere... ¿Cuántos hombres es capaz de comerse de una sentada... o, si así lo prefiere, en un día... con tal que estén tiernos?
... -Cambiaría las Biblias por ladrillos, dejaría los ladrillos para comer botellas, las botellas para comer ropa, dejaría la ropa para comer gatos, dejaría los gatos para comer ostras, dejaría las ostras para comer jamón, dejaría el jamón para comer azúcar, dejaría el azúcar para comer pastel, dejaría el pastel para comer patatas, dejaría las patatas para comer salvado, dejaría el salvado para comer avena, dejaría la avena para comer arroz, ya que ha sido criado preferentemente a base de arroz. Sólo rechazaría la manteca europea y aun quizá la comiera si la probara.
-Perfectamente. La cantidad total ingerida en una comida... digamos unos...
-Una cantidad que va de un cuarto de tonelada a media tonelada.
-Y bebe...
-Todo lo fluido. Leche, agua, whisky, melaza, aceite de castor, aceite de trementina, ácido fénico, cualquier fluido, salvo el café europeo.
... -No soy afecto a las jactancias, no acostumbro hacer tal cosa; pero... hallaremos el elefante.
Le estreché la mano con entusiasmo y le di las gracias; y eran muy sinceras. Cuanto más veía a aquel hombre, más me agradaba y más admiración sentía ante los misteriosos prodigios de su profesión. Después nos separamos al llegar la noche y volví a casa sintiéndome mucho más alegre que al ir a su oficina.
A la mañana siguiente todo apareció en los periódicos, con los más pequeños detalles. Hasta había agregados, consistentes en la “teoría” del detective Fulano y el detective Zutano y el detective Mengano acerca de la forma cómo se había efectuado el robo, sobre quiénes eran los ladrones y adónde habían escapado con su botín. Había once de estas teorías y abarcaban todas las posibilidades, Y este solo hecho prueba cuan independientes son para pensar los detectives. No había dos teorías análogas, ni siquiera parecidas, con excepción de un detalle sorprendente, en el cual coincidían absolutamente las once teorías. Ese detalle era que, aunque en la parte posterior de mi edificio había un boquete y la única puerta seguía estando cerrada con llave, el elefante no había sido llevado por el boquete, sino por alguna otra abertura (no descubierta). Todos concordaban en que los ladrones habían hecho aquel boquete sólo para despistar a los detectives...
En cuanto a los periódicos, tenemos que complacerlos. La fama, la reputación, la constante mención pública; todo esto es el pan y la manteca del detective. Éste debe publicar sus hechos, de lo contrario se podría creer que no los tiene; debe publicar su teoría, ya que nada es más extraño o impresionante que la teoría de un detective o le vale más asombrado respeto. Debemos publicar nuestros planes, porque los periódicos quieren saberlos y no podemos negarnos sin ofenderlos. Debemos mostrarle constantemente al público qué estamos haciendo, o creerá que no hacemos nada. Es mucho más agradable que un diario diga: “La ingeniosa y excepcional teoría del inspector Blunt es la siguiente”, que verle escribir alguna cosa áspera, o, lo que es peor, algo sarcástico.
... Puse una gran suma de dinero en manos del inspector para encarar los gastos corrientes y me senté a la espera de noticias. Ahora, confiábamos en que los telegramas empezarían a llegar de un momento a otro. En el intervalo, releí los periódicos y también nuestra circular descriptiva y noté que la recompensa de veinticinco mil dólares parecía ser ofrecida nada más que a los detectives. Dije que, en mi opinión, la recompensa debía ofrecerse a quienquiera que encontrara al elefante. El inspector manifestó: -Los detectives encontrarán al elefante, de modo que la recompensa irá adonde debe ir. Si lo encuentran otras personas, será solamente observando a los detectives y usando las pistas e indicaciones robadas a ellos y esto, al fin de cuentas, autorizará a los detectives a quedarse con la recompensa.
... (telegrama) Barnum ofrece cantidad fija cuatro mil dólares anuales por derechos exclusivos usar elefante medio publicidad viajero desde ahora hasta que detectives lo arresten. Quiere pegar affiches circo en él. Pide respuesta inmediata. BIGGS, detective. -¡Es completamente absurdo!- exclamé. -Por supuesto- dijo el inspector-. Evidentemente el señor Barnum, que se cree tan astuto, no sabe quien soy, pero yo sí sé quién es el. Oferta señor Barnum rechazada. Siete mil dólares o nada. EL JEFE
... Bolivia, Nueva York. 12.50 El elefante llegó aquí del Sur y pasó hacia bosque 11,50, desbaratando cortejo fúnebre por camino y restándole a dos plañideros. Pobladores dispararon contra él varias pequeñas balas cañón luego huyeron. El detective Burke y yo llegamos diez minutos después, desde Norte, pero confundimos unas excavaciones con pisadas y perdimos por eso mucho tiempo; finalmente encontramos buena pista y la seguimos hasta bosques. Luego, apoyamos en tierra manos y rodillas y continuarnos vigilando atentamente huella y así la seguimos al internarse maleza. Burke se había adelantado. Desgraciadamente, animal se detuvo descansar; de modo que Burke, la cabeza inclinada, atento a huella, chocó con patas traseras elefante antes advertir su proximidad. Burke se puso de pie inmediatamente, aferró cola y gritó con júbilo “Reclamo la...” pero no dijo más, ya que un solo golpe enorme trompa redujo valiente detective a fragmentos. Huí hacia atrás y elefante se volvió y me siguió hacia borde bosque, a enorme velocidad y yo habría estado perdido sin poderlo remediar, de no haber intervenido nuevamente restos cortejo fúnebre, que atrajeron su atención pero esto no es gran pérdida, ya que sobra material para otro. Mientras tanto, elefante vuelto desaparecer. MULROONEY, detective.
Baxter Centre 2.15 El elefante estuvo aquí, cubierto cartelones circo y disolvió reunión religiosa, derribando y dañando a muchos que se disponían a pasar mejor vida. Los pobladores lo cercaron y establecieron guardia. Cuando llegamos Brown yo, penetramos cerco y procedimos identificar elefante por fotografía y señas. Todas coincidían excepto una, que no pudimos ver: cicatriz forúnculo bajo axila. Por cierto que Brown se arrastró debajo de él para mirar y elefante le aplastó cráneo..., mejor dicho, le aplastó y destruyó la cabeza, aunque nada salió del interior. Todos escaparon; lo mismo elefante, golpeando a diestra y siniestra con gran efecto. Animal escapó, pero dejó grandes rastros sangre a causa heridas causadas por balas cañón. El redescubrimiento seguro. Se dirigió al Sur, a través denso bosque.” BRENT, detective.

-(periódicos) “¡El elefante blanco en libertad! ¡Arremete en su marcha fatal.! ¡Pueblos enteros abandonados por sus pobladores, poseídos por el pánico! ¡El pálido terror lo precede, la muerte y la devastación lo signen! ¡Lo persiguen los detectives! ¡Graneros destruidos, fábricas desventradas, cosechas devoradas, reuniones públicas dispersadas, acompañadas por escenas de carnicería imposible de describir! ¡Las teorías de los treinta y cuatro detectives de la policía! ¡La teoría del jefe Blunt!”

Pero para mí no había alegría. Me parecía que había sido yo quien había cometido todos aquellos sangrientos crímenes y que el elefante sólo era mi irresponsable agente. ¡Y cómo había aumentado la lista! En cierto sitio el elefante se había entrometido en una elección y matado a cinco electores que votaran por partida triple. A esto había seguido la muerte de dos inocentes señores llamados O'Donohue y McFlannigan, que “acababan de hallar cobijo en el país de los oprimidos del mundo entero el día anterior, y se disponían a ejercitar el noble derecho de los ciudadanos norteamericanos en las urnas, momento en que fueron desintegrados por la despiadada mano del Azote de Siam”. En otro lugar el elefante había dado con un extravagante predicador sensacionalista que preparaba sus heroicos ataques de la temporada por venir contra el baile, el teatro y otras cosas que no podían devolver el golpe, y lo había aplastado. Y en un tercer lugar había “matado a un corredor de pararrayos”. Y así aumentaba la lista, cada vez más roja y cada vez más desalentadora. Ya eran sesenta los muertos y doscientos cuarenta los heridos. Todos los informes testimoniaban la actividad y devoción de los detectives y terminaban con la observación de que “trescientos mil ciudadanos y cuatro detectives vieron al horrible animal y éste aniquiló a dos de estos últimos”.
... Las informaciones periodísticas comenzaron a resultar monótonas, con sus hechos que nada decían, con sus pistas que a nada conducían, y con sus teorías que habían agotado casi los elementos que asombran y deleitan y deslumbran. Por consejo del inspector, dupliqué la recompensa ofrecida.
... obediente al consejo del inspector, aumenté la recompensa a 75.000 dólares. La cantidad era grande, pero decidí sacrificar mi fortuna personal antes que perder mi reputación ante el gobierno. Ahora que la adversidad se ensañaba con los detectives, los periódicos se volvieron contra ellos y se dedicaron a herirlos con los más punzantes sarcasmos. Esto les sugerió una idea a los cantores cómicos del teatro, que se disfrazaron de detectives y dieron caza al elefante a través del escenario, en la forma más extravagante. Los caricaturistas dibujaron a los detectives registrando el país con prismáticos, mientras el elefante desde atrás de ellos, les robaba manzanas de los bolsillos. Y bosquejaron toda clase de ridículos dibujos de la medalla detectivesca; sin duda, ustedes habrán visto estampada en oro esa medalla en la contratapa de las novelas policiales. Se trata de un ojo desmesuradamente abierto, con la leyenda: “Nosotros nunca dormimos”. Cuando los detectives pedían una copa, el tabernero, con ínfulas de chistoso, resucitaba una vieja forma de expresión y decía: “¿Quiere usted un trago de esos que hace abrir los ojos?”. La atmósfera estaba cargada de sarcasmos...
Tomó una vela encendida y bajó al vasto sótano abovedado, donde dormían siempre sesenta detectives, y donde un numeroso grupo estaba en esos momentos jugando a los naipes para matar el tiempo. Lo seguí de cerca. Me dirigí rápidamente al oscuro y lejano extremo del aposento y en el preciso instante cuando sucumbía a una sensación de asfixia y poco me faltaba para desvanecerme, Blunt tropezó y cayó sobre los estirados miembros de un voluminoso objeto, y le oí exclamar, inclinándose: -Nuestra noble profesión queda rehabilitada. ¡Aquí está su elefante! Me trasladaron a la oficina de la planta baja y me hicieron recobrar el sentido con ácido fénico. Luego, penetró allí como un enjambre todo el cuerpo de detectives y hubo otro desborde de triunfante júbilo, como yo no había visto nunca. Llamaron a los reporteros, se abrieron cajas de champaña, se pronunciaron brindis, los apretones de manos y las felicitaciones fueron continuos y entusiastas. Naturalmente, el jefe era el héroe del día, y su felicidad era tan grande y había sido ganada de una manera tan paciente y noble y valerosa, que me sentí feliz al verla, aunque yo era ahora un pordiosero sin hogar, con mi inestimable carga muerta, y mi situación en la administración pública de mi país se había perdido para siempre, dado lo que parecería por siempre una ejecución funestamente negligente, de una importante misión. Muchos elocuentes ojos dieron muestras de su profunda admiración por el jefe y muchas detectivescas voces murmuraron: “Mírenlo: es el rey de la profesión. Basta con darle un rastro y no necesita más. No hay cosa escondida que él no pueda encontrar”. La distribución de tos 50.000 dólares proporcionó gran placer: cuando hubo terminado, el jefe pronunció un discursito mientras se metía en el bolsillo su parte, y dijo en el transcurso del mismo: -Disfruten ese dinero, muchachos, porque se lo han ganado. Y algo más: han ganado inmarcesible fama para la profesión detectivesca.
... Yo había perdido al pobre Hassan para siempre. Las balas de cañón le habían causado heridas fatales. Se había arrastrado hacia aquel lugar hostil, situado en medio de la niebla; y allí, rodeado por sus enemigos y en constante peligro de ser encontrado, había perecido de hambre y sufrido, hasta que con la muerte le llegó la paz. La transacción me costó 100.000 dólares, mis gastos de investigación 42.000. Jamás volví a pedir un cargo público, estoy arruinado y me he convertido en un vagabundo, pero mi admiración por ese hombre, a quien considero el detective más grande que el mundo haya producido, se mantiene viva hasta hoy y seguirá así hasta el fin de mis días.
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Foto del autor: Mark Twain
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En el “día del niño argentino” (16 de agosto de 2015) cometo la chiquilinada de recomendar el video https://www.youtube.com/watch?v=gjUrsVhzMn0  El niño de los elefantes – Este bello film en blanco y negro  ( black and white, 1937) está basado en la novela “Toomai, of the Elephants”, donde un niño de la India interpretado por Sabú afirma conocer el sitio en el que se congregan las manadas de elefantes, codiciadas por los comerciantes de marfil. Admirable trabajo de cineastas con elefantes amaestrados y algunos simidíscolos. Mi primer encuentro visual en la pantalla con esos fascinantes proboscidios. No di tregua a papá hasta que me llevó a verlos en el zoo; allí redoblé los ruegos de dar un paseo sobre uno de ellos. Un canasto en forma de torrecilla se erguía en su lomo. Con una escalerilla de sogas y la ayuda del guía se llegaba hasta allí. Apenas el animal inició la marcha, quedé tieso de vértigo: todo el planeta tierra, visto desde tan “enorme” altura, parecía columpiarme. Diez minutos de balanceo (una eternidad) consumieron la tarifa pactada y no quise insistir.
Colofón: Más tarde, los relatos de un escritor inglés – bien pudo haber sido George Orwell – me acercaron la milenaria leyenda siamesa o thailandesa del “elefante blanco”, recontada en múltiples variantes. Su denominación viene de que antiguamente los reyes de Tailandia, cuando no estaban satisfechos con un súbdito (o un príncipe vecino), le regalaban un elefante blanco, un animal sagrado. El supuesto beneficiario debía darle comida especial, no hacerlo trabajar y permitir el acceso a aquellos que quisieran venerarlo, lo cual tenía un costo que muchas veces arruinaba al donatario. (Hoy se califica de “elefante blanco” a un préstamo financiero muy oneroso o a obras edilicias monumentales – p.ej. estadios de fútbol – que resultan inservibles y costosos de mantener). Cualquier crítica contra la designación o el mantenimiento de empleados públicos o privados carentes de idoneidad para el cargo es mero resentimiento, cuando no una indignante estigmatización.- ch