Mittwoch, 27. Juli 2022

Boccioni: un añejo manifiesto futurista


 


Boccioni: escultura año 1913


 Este movimiento buscaba romper con la tradición, el pasado y los signos convencionales que la historia del arte consideraba como elementos principales a la poesía, el valor, la audacia y la revolución, ya que se pregonaba el movimiento agresivo, el insomnio febril, el paso gimnástico, el salto peligroso y la bofetada irreverente. Tenía como postulados: la exaltación de lo sensual, lo nacional y guerrero, la adoración de la máquina, el retrato de la realidad en movimiento, lo objetivo de lo literario y la disposición especial de lo escrito, con el fin de darle una expresión plástica. Rechazaba la estética tradicional e intentó ensalzar la vida contemporánea, basándose en sus dos temas dominantes: la máquina y el movimiento. Se recurría, de este modo, a cualquier medio expresivo (artes plásticas, arquitectura, urbanismo, publicidad, moda, cine, música, poesía) capaz de crear un verdadero arte de acción, con el propósito de rejuvenecer y construir un nuevo orden en el mundo.

El futurismo fue un movimiento fundamentalmente italiano. El poeta italiano Marinetti recopiló y publicó en el diario francés "Le Figaro" los principios del futurismo en el Manifiesto futurista el 20 de febrero de 1909. Al año siguiente los artistas italianos Giacomo BallaUmberto BoccioniCarlo CarràLuigi Russolo y Gino Severini firmaron el Manifiesto de los pintores futuristas. En 1944, año de la muerte de Marinetti, se concluye finalmente la experiencia futurista que ya desde hacía unos años se había comprometido con la academia, traicionando la inicial alma rebelde. El mismo Marinetti, no obstante continuase a declararse contrario a lo que él llamaba "passatismo", aceptó en 1929 la nombración de académico de Italia por parte del régimen fascista.

 


Por qué somos futuristas (Fragmento)/ Por: Umberto Boccioni (1882-1916)


En mis innumerables discusiones y conferencias tanto en Italia como en el extranjero, siempre he observado en los pintores, escultores, arquitectos y artistas en general la más completa ignorancia acerca de la finalidad de la obra de arte, la más ciega indiferencia acerca de la necesidad de que exista una estrecha relación histórica entre la obra y el momento en que ésta surge. Casi todos consideran la obra de arte como un hecho aislado. Un fenómeno cuya ejecución resulta más o menos grata. Casi todos confunden el acto de pintar, esculpir o construir con el acto de crear. Se engañan pensando que la lagrimita derramada por la primera tontería que se nos ocurre es señal de inspiración. Los pintores, por ejemplo, nuestros queridos y bohemios pintores, quieren pintar como sienten… los pobrecillos, y se estremecen si han de imponer un mínimo de control a sus emociones, seleccionarlas para magnificarlas. Todos, artistas, aficionados y público, tienen un pequeño bagaje de tiernos hábitos sentimentales que defienden a capa y espada y al que se niegan a renunciar incluso ante la evidencia de las verdades más elementales. Los miserables recuerdos azulados de la infancia, las oscuras influencias del atavismo, la languidez de la pubertad… toda esas estupideces: la educación familiar, la necia retórica de la tradición del 48 que nuestros padres y profesores han impuesto durante años, forman para casi todos los artistas con quienes he hablado una especie de blanda escanilla desde donde, acurrucados en la tibieza de su cobardía, se atreven a lanzar tímidas miradas al mundo.

En las naciones prósperas y maduras, como Francia, Inglaterra, Alemania, la gran mayoría de los artistas vive de explorar un rico acervo de tradiciones recientes, de formas generadas por su cultura, a la que corresponde una vigorosa vida social. Casi todas las manifestaciones artísticas adoptan en esos países una aparente modernidad que engaña a nuestros cenáculos… intelectuales Hasta ahora los italianos hemos copiado servilmente esas manifestaciones, guiándonos por las lujosas revistas de arte publicadas en Múnich, Berlín, París y Londres.

En los pueblos más jóvenes, como los escandinavos, los eslavos e incluso los americanos, que se asoman orgullosamente a la vida con ansias de afirmarse y deseos de poner término a siglos de anonimato, los artistas, cuando no practican un verismo grotesco, hurgan en los desvanes del folclore y barnizan el torpe y el sentimental balbuceo de su infancia histórica con lo que han aprendido en París y Münich. De todas formas, los cuantioso recursos financieros de esos países, su escasa tradición artística, el ímpetu maravilloso con que marchan hacia el futuro, favorecen la formación de una aristocracia de aficionados de vanguardia que compara y alienta las manifestaciones aristocráticas de los artistas de vanguardia.

En Italia –donde siempre se han recogido religiosamente los derechos estéticos de Europa que bajan por la cloaca bienal de Venecia- se ha producido un fenómeno artístico que sólo nos parece comparable con un acontecimiento político como la moderna afirmación de los japoneses que han superado su pasado bárbaro oriental.

De un solo golpe, un grupo de artistas geniales, animosos, enérgicos, enemigos de los libros, ha situado a Italia en la vanguardia de las investigaciones plásticas.

Y esto ha sucedido en Italia, donde las energías intelectuales son lastradas por el peso de una raída y humillante tradición milenaria, mezcla de ignorancia y mala fe; en esta Italia volcada totalmente a la tarea de establecer un orden económico y afirmar su unidad política y militar.

Resulta doloroso comprobar el grado de embrutecimiento en que yace la idealidad estética de nuestro gran país, que cuenta con cuarenta millones de habitantes, considerados los más inteligentes del mundo. Cuando los jóvenes de nuestra generación observan la evolución del arte italiano en el siglo XIX, se sonrojan de vergüenza y lloran de desesperación. Es casi imposible colmar el abismo de ignorancia, de cobarde apatía que separa Italia, llamada con arqueológica ironía el país del arte, de la sensibilidad estética de los otros países civilizados.

Quien ve hoy a Italia como el país del arte es un necrófilo que considera un cementerio como una deliciosa alcoba. De este odioso trópico los pintores futuristas nos reímos olímpicamente, para no escupirle a la cara o echar a patadas a cada lerdo que nos lo repite.

Hoy Italia es un país joven y fuerte que será grande ¡y basta! Hay que rehacerlo todo, espiritual y, por tanto, estéticamente. En cambio nos demoramos cultivando los mohos del pasado.

Se declara monumento nacional cualquier sucio y destartalado tugurio que aún ensucia las ciudades italianas. Se pierde el tiempo discutiendo acerca de ese basurero pictórico que es la plaza Delle Erbe de Verona, acerca de los hediondos canales de Venecia, acerca d ese miserable callejón de chamarileros que se llaman via Condototti en Roma, etcétera.

Se cataloga, se glorifica y se ilustra esa melancólica exposición mineralógica que es el foro romano. Se construyen paseos arqueológicos para que los atléticos holgazanes romanos, las jóvenes misses inglesas, las robustas parejas alemanas puedan besuquearse libremente mientras el eterno rufianesco cicerone italiano se fuma su medio toscano con filosofía. En Italia no falta el dinero, no falta la fuerza: faltan los cerebros modernos. Por cobardía odiamos lo nuevo. Somos cobardes en arquitectura e inferiores en todos los países; somos cobardes en música e inferiores en todos los países; cobardes en pintura, cobardes en escultura, cobardes en las artes decorativas, en el mobiliario, en los carteles, ¡en todo!

La historia de nuestro risorgimiento nacional ha sido explotada por una cáfila de escultores famélicos y deshonestos que han desfigurado toda Italia. Exposición tras exposición, nos muestran actualmente la extrema decadencia de una tradición quinientista que sólo consigue arrastrarse aún por la despreciable apatía de los artistas italianos, hijos de un país que debería llevarse la palma del sentido plástico.

Mafias, recomendaciones, protecciones delictivas, cobardías, todo vale con tal de vender y lucrar. Venencia, Milán, Florencia, Turín, Roma, Nápoles, Palermo son infames mercados de tela sucia, de plagios grotescos, de obscenidades escultóricas.

¡Plagio, mala fe, inconsciencia! Pensiones robadas, premios robados, prensa engañada o vendida; ¡y siempre cobardía por todas partes!

Concursos ignominiosos para el arte. Desvergonzada construcción de palacios, decorados y monumentos esperpénticos para la estupidez oficial de todo el mundo. La gesta de un negro sudamericano, la gloria de una nulidad anónima y provinciana siempre encuentran eco en la conciencia de un escultor, un pintor o un arquitecto italiano, siempre triunfa el concepto tradicional: puesto que Miguel Ángel recibió en encargo de la Capilla Sixtina, Rafael el de las Estancias, Leonardo el del Cénaculo, el artista italiano que recibe un encargo, ya se trate de un retrato, un decorado o un monumento, no se da cuenta de que cae y se envilece en la prostitución.

¡El dinero!…, ¡la posición segura!…, tal es el germen de todas las cobardías artísticas italianas. Recibir encargos del Gobierno, ser influyentes, recibir condecoraciones y enriquecerse… ¡Cobardes! ¡Cobardes! ¡Cobardes!

Comprobamos que la aspiración plástica que nos guía a los futuristas italianos se anticipa al menos en un siglo a la sensibilidad artística italiana. Pero una luminosa esperanza nos guía a través de la oscuridad de la ignorancia y de la indiferencia que imperan en nuestro país. ¡Es la certeza de que, en la inevitable y futura distribución del trabajo entre razas, sólo a Italia le tocará fundar un ideal estético supremo con el que podrán identificarse los hombres superiores de raza blanca! ¿Acaso es un sueño demasiado ambicioso?… La situación geográfica, las cualidades de nuestro temperamento, nuestra población en aumento, el predominio del Mediterráneo y la historia de los últimos años alientan nuestra esperanza. Como en la política, así en el arte, ¡preconizamos que Italia sea la única heredera futura de la latinidad!

¡Pero para lograrlo es preciso actuar con coraje y disciplina en la vida y en el arte! Es preciso tener el coraje de destruir y sojuzgar incluso lo que, por recuerdo o por costumbre, tendemos a apreciar. Es preciso cercenar las ramas viejas e inútiles, avanzar desnudos y feroces y mirar hacia delante hasta que nos estallen las pupilas. ¡Es preciso tomar partido, enardecer nuestra pasión, exacerbar nuestra fe en esta grandeza futura que todo italiano desea con suficiente entusiasmo! Para esto se necesita sangre, se necesitan muertos. El risorgimento italiano se hizo a hurtadillas, lo hicieron personas de bien y sin que corriese suficiente sangre. Habría que ahorcar, fusilar a los que se apartan de la idea de una gran Italia futurista. En el terreno del arte habría que andar a pistoletazos contra todos los artistas que hoy gozan de fama en Italia. ¡Estas viejas carroñas entorpecen la marcha de los jóvenes con un arte rastrero digno de la Italia del ministro Cairoli, digno de la Italia que masacraba Crispi, dingo de la Italia de Cavallotti, pacifista e internacionalista en medio de naciones armadas, ricas y temibles!

¡Los futuristas queremos dotar a Italia de una conciencia que la impulse cada vez más hacia el trabajo tenaz, hacia la conquista feroz! ¡Qué los italianos saboreen al fin el gozo embriagador de sentirse solos, armados, ultramodernos, en lucha contra todos y no descendientes soñolientos de una grandeza que ya no es nuestra! Lamentablemente, el italiano, que sabe jugarse la vida por una mujer, es incapaz de imponerse una disciplina, un amor ideal lejano, incapaz de concebir en abstracto el deber, la patria y la solidaridad. Por tanto es incapaz de concebir un arte que no lleve aparejado un éxito inmediato y una ganancia inmediata. En Italia cualquier mentecato cree que el egoísmo cotidiano es un derecho, confunde su vil interés con el individualismo. Entre nosotros, el ocio mental y social se consideran atributos de un temperamento aristocrático. Como si los millones de holgazanes parásitos, de indiferentes que viven del ocio en nuestros cafés, en nuestras academias, tuviesen derecho a llevar la vida que quieren o a hacer el arte que quieren. Sólo hay una ley para el italiano: el trabajo e Italia. Sólo hay una ley para el artista: la vida moderna y la sensibilidad futurista. ¡No toleramos objeciones! ¡En un país tan grande, tan bello, tan ascendente como Italia todo eclecticismo es una cobardía!

Como decíamos en nuestro prefacio al catálogo de la 1ª Exposición Futurista de París: “¡Somos futuristas porque un conjunto de concepciones estéticas, éticas, políticas y sociales son absolutamente futurista!” Esta unidad es la que se constituye la fuerza y la cohesión de nuestro movimiento. Esta unidad es la que falta totalmente en el cerebro italiano actual.

No entraré, sin embargo, en otros ámbitos, sino que me limitaré al que me es propio como pintor y escultor futurista. […]

Boccioni: dinamismo de un ciclista. 1913


[fuentes: https://lamecanicaceleste.wordpress.com/2020/09/13/por-que-somos-futuristas-fragmento-por-umberto-boccioni-1882-1916/ + > https://vanguardiaartisticasigloxx.wordpress.com/2015/08/07/el-futurismo-italiano/ 


posteado por kalais 27/7/2022 - ch