Montag, 8. Januar 2018

Lectura 54 - Helenens Auftritt

Helenens  Auftritt - Auftritt m. ‘das Auftreten des Schauspielers auf der Bühne, Szene eines Schauspiels, heftige Auseinandersetzung’- treten Vb. ‘seinen Fuß worauf oder wohin setzen, mit dem Fuß stoßen’,-
 



Desde el s. XV se fue extendiendo en Alemania, Inglaterra y Francia sustancia narrativa oral o impresa acerca de un supuesto alquimista, astrólogo y embaucador  a quien llamaban “Doktor Faustus”. Oriundo de Mainz, le sobraba talento para vender biblias falsas y granjearse enemigos entre el clero, así como ganar admiradores en diversos sectores de la población donde cundió su fama y la noticia de que el docto personaje había concertado un pacto con algún demonio. Un siglo después, el joven poeta inglés Christopher Marlowe (1564-1593) compuso a partir de fuentes alemanas el drama The Tragical History of the Life and Death of Doctor Faustus, en verso blanco y prosa,  escrito alrededor de 1590 y publicado en 1604. Allí se incluye un parlamento dirigido por Faust a la reaparecida sombra de Helena (Scene XIII):

  Faust. - Was this the face that launched a thousand ships

And burnt the topless  towers of Ilium?

Sweet Helen, make me immortal with a kiss.  [Kisses her.]

Her lips suck forth my soul; see where it flies!—

Come, Helen, come, give me my soul again.

Here will I dwell, for Heaven is in these lips,

And all is dross that is not Helena.  

I will be Paris, and for love of thee,

Instead of Troy, shall Wittenberg be sack’d;

And I will combat with weak Menelaus,

And wear thy colours on my plumed crest;

Yea, I will wound Achilles in the heel,

And then return to Helen for a kiss.

Oh, thou art fairer than the evening air

Clad in the beauty of a thousand stars;

Brighter art thou than flaming Jupiter

When he appear’d to hapless Semele:

More lovely than the monarch of the sky

In wanton Arethusa’s azured arms:

And none but thou shalt be my paramour !



Los habitantes de la actual Grecia se denominan a sí mismos helenos (λληνες – con sonido inicial aspirado y acentuado, seguido de doble λ), aunque han sido conocidos por diferentes nombres a lo largo de la historia. Cada nueva etapa histórica vino acompañada de un nuevo término, tradicional o aportado por un pueblo extranjero. Los soldados que cayeron en las Termópilas lo hicieron bajo el nombre de helenos. Quizás un héroe mítico, Héleno, haya suministrado el patronímico, no procedente de la famosa consorte de Menelao. Posteriormente, la palabra “heleno” modificó su significado para denotar a alguien que había abrazado el modo de vida griego. Luego los griegos se denominaban a sí mismos romeos o romios, es decir, «romanos».  Por lo que respecta al nombre de «griegos», este término fue empleado por los europeos occidentales, a partir del contacto con las colonias de la “magna grecia” que se fundaron desde el s. VIII a.C. Los pueblos asiáticos, los persas y los turcos emplearon la palabra jonios, que se refiere a la región de la Grecia antigua situada en la costa del Asia Menor. En lengua georgiana se utiliza un gentilicio único para los griegos: berdzeni -  derivado de la voz georgiana para “sabio”, una alusión al hecho de que la filosofía y la sofística nacieron en Grecia.

Helena (en griego antiguo λένη, ‘antorcha’), a veces conocida como Helena de Troya o Helena de Esparta, es un personaje de la mitología cuyo nombre alude a la «luz que brilla en la oscuridad». El dios Zeus,  en figura de un cisne, yació con Leda la misma noche que lo hiciera Tindáreo, esposo de aquélla y rey de Esparta. Leda puso dos huevos; de uno nacieron Helena y  Pólux (considerados hijos de Zeus), y del otro Clitemnestra y Cástor (considerados hijos de Tindáreo). Raptada siendo aún niña por Teseo, cuando Helena llegó a la edad de casarse tuvo muchos pretendientes atraídos por la fama de su gran belleza y porque ella y su futuro esposo reinarían en Esparta. Tindáreo arrancó a los pretendientes el juramento de acatar la decisión que se adoptase sobre quién sería el esposo de Helena y de acudir en auxilio del elegido si en algún momento la esposa le fuese seducida o raptada. Una vez realizado el juramento, Tindáreo eligió como marido de Helena a Menelao, hermano de Agamemnón, rey de Micenas, que estaba casado con su otra hija, Clitemnestra. Según otras versiones, fue la propia Helene la que eligió a Menelao, demostrando así su autónomo carácter.

 Símbolo de la máxima belleza humana, fue trofeo y dádiva prometida a un mortal, Paris, designado para discernir la más hermosa entre tres divas. Versiones mitológicas en torno de Helene son asaz divergentes y no exigen una pormenorizada exposición en este artículo. Menos fundada aún, como  hipótesis histórica, parece la explicación del origen y alcance de la coalición de reinos griegos contra la frigia ciudad de Troya, pertrechada y asistida de auxilios suficientes como para resistir muchos años de asedio en ese antiguo conflicto de civilizaciones. Como otros vástagos nacidos de un dios y un mortal, Helena estaba destinada a morir. No gozaba de opinión favorable entre las deidades olímpicas. Les hacía sombra con su belleza y era testimonio viviente de rencillas y corruptelas que involucraban a aquéllas. Tal vez a causa de la cuantiosa poesía que su figura inspiró, Apolo haya intentado inmortalizarla, pero esta versión no es la prevaleciente en el mito. Tampoco la convalida Goethe. Faust, al regreso de su viaje al reino de las “Madres”, trae consigo las sombras o “fantasmas” de Paris y Helena para presentarlas en la corte imperial. Sucumbe de emoción ante la hermosura de la semidiosa y se desmaya.

En el 3er. Acto del Faust II de J.W. Goethe encontramos a Helena de regreso ante la puerta de los lares espartanos, enviada ex profeso por su esposo Menelao para preparar la llegada de éste después de la victoria sobre Ilión. Quizás diez o veinte años no habían mellado el esplendor cutáneo de la semidiosa, pero se siente culpable y apesadumbrada al arribar al hogar lúgubre y semivacío.

Dritter Akt – Szene 1.1 - Vor dem Palaste des Menelas zu Sparta

Menelas ist mit Helena aus dem Krieg zurückgekehrt und hat Helena vorausgeschickt, um eine Opferzeremonie vorzubereiten. Er hat jedoch nicht gesagt, was geopfert werden soll. Helena ahnt, dass sie das Opfer sein wird, und beklagt ihr Schicksal, doch ein Chor von gefangenen Trojanerinnen muntert sie wieder auf. Helena will nach der Rückkehr die Diener und den Palast inspizieren, trifft jedoch auf leere Gänge und auf Mephisto in Gestalt einer der Phorkyaden, die Palast und Hof während Helenas Abwesenheit verwaltet hat. Sie sagt zu Helena, dass sie das Opfer sein werde, da Menelas fürchte, sie noch einmal zu verlieren oder nicht ganz besitzen zu können, und bietet ihr an, sie mit auf eine mittelalterliche und angeblich uneinnehmbare Burg zu nehmen, die nicht weit von Sparta errichtet wurde. Sie stimmen zu und flüchten, umhüllt von Nebel, vor dem anrückenden König.
(Forquiadas  son ancianas o Graias – « las grises » - descendientes de Phorkyas; personificaciones femeninas de la vejez).

Nota: Los fragmentos que se transcriben a continuación se corresponden con los actuados y hablados por Sonia Sutter (Helena) en el video que encabeza esta nota. Razones didácticas aconsejan copiar solo los parlamentos de Helena y omitir los que en el original pronuncian los demás personajes, aunque  de ningún modo éstos sean prescindibles para una comprensión integral del texto.

Helena tritt auf - Chor gefangener Trojanerinnen.- Panthalis, Chorführerin 

Helena.
Bewundert viel und viel gescholten, Helena,
Vom Strande komm’ ich, wo wir erst gelandet sind,
Noch immer trunken von des Gewoges regsamem
Geschaukel, das vom phrygischen Flachgefild uns her
Auf sträubig-hohem Rücken, durch Poseidons Gunst
Und Euros’ Kraft, in vaterländische Buchten trug.
Dort unten freuet nun der König Menelas
Der Rückkehr samt den tapfersten seiner Krieger sich.
Du aber heiße mich willkommen, hohes Haus,
Das Tyndareos, mein Vater, nah dem Hange sich
Von Pallas’ Hügel wiederkehrend aufgebaut
Und, als ich hier mit Klytämnestre schwesterlich,
Mit Kastor auch und Pollux fröhlich spielend wuchs,
Vor allen Häusern Spartas herrlich ausgeschmückt.
Gegrüßet seid mir, der ehrnen Pforte Flügel ihr!
Durch euer gastlich ladendes Weit-eröffnen einst
Geschah’s, dass mir, erwählt aus vielen, Menelas
In Bräutigamsgestalt entgegenleuchtete.
Eröffnet mir sie wieder, dass ich ein Eilgebot
Des Königs treu erfülle, wie der Gattin ziemt.
Lasst mich hinein! Und alles bleibe hinter mir,
Was mich umstrürmte bis hieher verhängnisvoll.
Denn seit ich diese Schwelle sorgenlos verließ,
Cytherens Tempel besuchend, heiliger Pflicht gemäß,
Mich aber dort ein Räuber griff, der phrygische,
Ist viel geschehen, was die Menschen weit und breit
So gern erzählen, aber der nicht gerne hört,
Von dem die Sage wachsend sich zum Märchen spann.




. . . Helena.
Genug! Mit meinem Gatten bin ich hergeschifft
Und nun von ihm zu seiner Stadt vorausgesandt;
Doch welchen Sinn er hegen mag, errat’ ich nicht.
Komm’ ich als Gattin? Komm’ ich eine Königin?
Komm’ ich ein Opfer für des Fürsten bittern Schmerz
Und für der Griechen lang erduldetes Missgeschick?
Erobert bin ich; ob gefangen, weiß ich nicht!
Denn Ruf und Schicksal bestimmten fürwahr die Unsterblichen
Zweideutig mir, der Schöngestalt bedenkliche
Begleiter, die an dieser Schwelle mir sogar
Mit düster drohender Gegenwart zur Seite stehn.
Denn schon im hohlen Schiffe blickte mich der Gemahl
Nur selten an, auch sprach er kein erquicklich Wort.
Als wenn er Unheil sänne, saß er gegen mir.
Nun aber, als des Eurotas tiefem Buchtgestad
Hinangefahren der vordern Schiffe Schnäbel kaum
Das Land begrüßten, sprach er, wie vom Gott bewegt:
Hier steigen meine Krieger nach der Ordnung aus,
Ich mustere sie, am Strand des Meeres hingereiht;
Du aber ziehe weiter, ziehe des heiligen
Eurotas fruchtbegabtem Ufer immer auf,
Die Rosse lenkend auf der feuchten Wiese Schmuck,
Bis dass zur schönen Ebene du gelangen magst,
Wo Lakedämon, einst ein fruchtbar weites Feld,
Von ernsten Bergen nah umgeben, angebaut.
Betrete dann das hoch getürmte Fürstenhaus
Und mustere mir die Mägde, die ich dort zurück
Gelassen, samt der klugen, alten Schaffnerin.
Die zeige dir der Schätze reiche Sammlung vor,
Wie sie dein Vater hinterließ und die ich selbst
In Krieg und Frieden, stets vermehrend, aufgehäuft.
Du findest alles nach der Ordnung stehen; denn
Das ist des Fürsten Vorrecht, dass er alles treu
In seinem Hause, wiederkehrend, finde, noch
An seinem Platze jedes, wie er’s dort verließ.
Denn nichts zu ändern hat für sich der Knecht Gewalt.


. . . Helena.
Sodann erfolgte des Herren ferneres Herrscherwort.
Wenn du nun alles nach der Ordnung durchgesehn,
Dann nimm so manchen Dreifuß, als du nötig glaubst,
Und mancherlei Gefäße, die der Opfer sich
Zur Hand verlangt, vollziehend heiligen Festgebrauch:
Die Kessel, auch die Schalen, wie das flache Rund;
Das reinste Wasser aus der heiligen Quelle sei
In hohen Krügen; ferner auch das trockne Holz,
Der Flammen schnell empfänglich, halte da bereit;
Ein wohl geschliffnes Messer fehle nicht zuletzt;
Doch alles andre geb’ ich deiner Sorge heim.
So sprach er, mich zum Scheiden drängend; aber nichts
Lebendigen Atems zeichnet mir der Ordnende,
Das er, die Olympier zu verehren, schlachten will.
Bedenklich ist es; doch ich sorge weiter nicht,
Und alles bleibe hohen Göttern heimgestellt,
Die das vollenden, was in ihrem Sinn sie deucht,
Es möge gut von Menschen oder möge bös
Geachtet sein; die Sterblichen, wir ertragen das.
Schon manchmal hob das schwere Beil der Opfernde
Zu des erdgebeugten Tieres Nacken weihend auf
Und konnt’ es nicht vollbringen, denn ihn hinderte
Des nahen Feindes oder Gottes Zwischenkunft.


. . . Helena.
Was ich gesehen, sollt ihr selbst mit Augen sehn,
Wenn ihr Gebilde nicht die alte Nacht sogleich
Zurückgeschlungen in ihrer Tiefe Wunderschoß.
Doch dass ihr’s wisset, sag’ ich’s euch mit Worten an:
Als ich des Königshauses ernsten Binnenraum,
Der nächsten Pflicht gedenkend, feierlich betrat,
Erstaunt’ ich ob der öden Gänge Schweigsamkeit.
Nicht Schall der emsig Wandelnden begegnete
Dem Ohr, nicht rasch geschäftiges Eiligtun dem Blick,
Und keine Magd erschien mir, keine Schaffnerin,
Die jeden Fremden freundlich sonst begrüßenden.
Als aber ich dem Schoße des Herdes mich genaht,
Da sah ich bei verglommner Asche lauem Rest,
Am Boden sitzen welch verhülltes großes Weib,
Der Schlafenden nicht vergleichbar, wohl der Sinnenden.
Mit Herrscherworten ruf’ ich sie zur Arbeit auf,
Die Schaffnerin mir vermutend, die indes vielleicht
Des Gatten Vorsicht hinterlassend angestellt;
Doch eingefaltet sitzt die Unbewegliche;
Nur endlich rührt sie auf mein Dräun den rechten Arm,
Als wiese sie von Herd und Halle mich hinweg.
Ich wende zürnend mich ab von ihr und eile gleich
Den Stufen zu, worauf empor der Thalamos
Geschmückt sich hebt und nah daran das Schatzgemach;
Allein das Wunder reißt sich schnell vom Boden auf,
Gebietrisch mir den Weg vertretend, zeigt es sich
In hagrer Größe, hohlen, blutig-trüben Blicks,
Seltsamer Bildung, wie sie Aug’ und Geist verwirrt.
Doch red’ ich in die Lüfte; denn das Wort bemüht
Sich nur umsonst, Gestalten schöpferisch aufzubaun.
Da seht sie selbst! Sie wagt sogar sich ans Licht hervor!
Hier sind wir Meister, bis der Herr und König kommt.
Die grausen Nachtgeburten drängt der Schönheitsfreund,
Phöbus, hinweg in Höhlen, oder bändigt sie. 
(Phorkyas auf der Schwelle zwischen den Türpfosten auftretend). . .


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Observación adicional : el sentido de los versos aquí traídos a debate puede recibir cierta aclaración con el material añadido en  

La bella Helena, mortal y rescatada on January 8, 2018 (clic)  https://analfa.wordpress.com/2018/01/08/la-bella-helena-mortal-y-rescatada 

A tal efecto no ha de perderse de vista el carácter segmental o de eximio “montaje” practicado por J.W. Goethe con las escenas y personajes del Faust II.-

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