Dienstag, 4. Januar 2022

Giuseppe Berto: EL MAL OSCURO - fragmento y datos

 


 El mal oscuro (fragmento)* Giuseppe Berto 


 El mal oscuro muestra de forma magistral el modo en que uno se construye como individuo, es decir, por identificación con lo que han sido las figuras fundamentales de su vida. Esa identificación, que no suele aparecer en los rasgos superficiales de la conciencia, va trabajando en las regiones psíquicas más inaccesibles y, al igual que un mecanismo de relojería, como en el caso de Edipo, estalla cuando el individuo se creía más alejado de ese peligro. Así le sucede al sujeto de El mal oscuro: cuanta más pasión pone en huir de la figura del padre, más cerca se encuentra de él, aun sin saberlo (… ) El mal oscuro es la segunda gran novela italiana en la que literatura y psicoanálisis se alían para dar lugar a una obra de arte. La primera, como es sabido, fue La conciencia de Zeno, de ítalo Svevo, a quien se rinde homenaje en alguna de las páginas del relato de Berto. Es posible que el psicoanálisis y la literatura persigan el mismo objeto, aunque sus caminos para llegar a él sean diferentes. No olvidemos lo que ayudó a Freud la lectura de los mitos griegos, y de las grandes obras de la literatura universal, en su personal exploración de los mecanismos del alma.- . Juan José Millás (fragmento del prólogo) 


"Habría hecho cualquier cosa con tal de no disgustar a mi médico analista, y ésta, entre muchas otras razones, enfurecía por lo general a mi mujer, la que afirmaba que tenía más consideraciones por aquel fulano que me estaba sacando un montón de dinero sin hacer otra cosa que no fuera oírme hablar que por ella, lo cual era absolutamente falso, pero la verdad es que mi mujer, además de su incompetencia en relación a los temas psicoanalíticos, estaba muy enamorada de mí, o así parecía, y en realidad era posesiva, egocéntrica y descuidada, como me lo explicaba muy bien el médico, y le molestaba cualquier persona, y hasta cualquier cosa o actividad, que me sustrajera de ella aunque fuese sólo temporalmente, y en lo referente al psicoanálisis intuía que, por medio de una transferencia, me había llegado a conseguir el padre que me convenía, un padre a quien podía amar incondicionalmente, desde el momento en que no me fastidiaba de continuo como mi verdadero padre a pesar de haber muerto; por el contrario, éste me perdonaba de buena gana todos mis pecados, también debido a que, después de todo, parecía que para él los pecados no existieran, por lo menos los míos, o sea parecía que siempre había realizado mis malas acciones condicionado por algo, lo que quería decir que en determinadas circunstancias no habría podido actuar mejor que de la manera en que lo había hecho, así afirmaba el médico analista, y estoy seguro de que lo habría afirmado también en el caso de que hubiera estuprado a mis cinco hermanas, y eso lo hacía diferente a mi padre verdadero, y también a mi mujer, se comprende, pero aquí en esta historia el personaje que interesa es más mi padre que mi mujer, y él especialmente en la primera fase de nuestra lucha, tenía siempre propensión a descubrir, en las distintas cosas que entre nosotros no funcionaban bien, mi culpa, aunque muchas de esas cosas, especialmente las que se referían a la convivencia familiar y a la marcha de los negocios, funcionaban mal sin que yo tuviera la menor participación en ellas. A saber qué era lo que él pensaba de sí mismo, es decir si se asociaba aunque fuera parcialmente en las numerosas culpas que me atribuía o si por el contrario atribuirme culpas gratuitamente era para él una maniobra evasiva con el fin de descargar aunque sólo fuera ficticiamente una conciencia demasiado cargada de sentimientos de responsabilidad, diciendo la verdad, por mucho tiempo y aún después de su muerte he pensado que él se consideraba el hombre justo y sabio por excelencia, y por ende libre de culpas, semejante al Padre eterno, pero después no estuve ya tan seguro, es más no estuve nada seguro, y esto no tanto porque hubiera descubierto documentos antes ignorados o porque hubiesen surgido nuevos elementos de juicio, sino porque después de las vicisitudes de la enfermedad sucedió que tuve que revisar de arriba a abajo todos mis puntos de vista; hasta un grado tal vez excesivo, ya que si por medio de todo un cuadro complejo de comparaciones resultaba que yo me parecía a mi padre, se desprendía sin lugar a dudas que en vida mi padre debió de haberse semejado a mí, también en el sentimiento exorbitante de culpa, aun cuando soy consciente de que en este asunto de la semejanza juegue mucho el proceso de identificación ya iniciado, y me atrevo también a correr el riesgo de identificarme con un padre absolutamente imaginario, o tal vez también con una proyección idealizada de mí mismo, aunque mi fe y mis esfuerzos encuentran un sostén en la indudable, objetiva, espantosa semejanza de aspecto, a propósito de la cual podría exponer, aunque fuera a modo de ejemplo, el asunto de las fotografías. Cuando murió mi padre llegué naturalmente tarde, o sea cuando ya estaba tendido en una de las cinco o seis mesas de mármol de la sala mortuoria, afeitado perfectamente, vestido con el traje negro con el que se había casado cuarenta años atrás, que todavía estaba flamante si es que así puede decirse, un poco porque mi padre al igual que yo era parsimonioso y se vestía siempre con la ropa más vieja, y también porque después de su matrimonio engordó mucho y el traje no le quedaba ya bien, y en realidad para poder vestirle en esa ocasión tuvieron que descoserlo casi completamente por atrás, lo que sin embargo no se veía porque yacía en posición supina, digno y solemne en su paz definitiva, y yo que en aquella época no estaba aún enfermo de la obsesión de la muerte y de otras semejantes, no sentía desagrado al contemplarlo tal como estaba, encontraba que era uno de los cadáveres más hermosos que había visto en mi vida, y por ello se me ocurrió mandarle tomar unas fotografías. Ahora, expuesta de este modo, la explicación resulta tal vez demasiado clara, pero de ninguna manera exhaustiva, y en efecto no es que hubiese querido tomar, como puede parecer, una fotografía de recuerdo o alguna otra cosa por el estilo, sino que a través de su imagen quería rendirle, digamos, un homenaje, aunque después en el inconsciente llegara a obtener resultados entonces nebulosos, son hoy sin embargo perfectamente nítidos y estrechamente relacionados con el difuso sentimiento de culpa que como es del todo evidente se ha desarrollado en mí de un modo desmesurado gracias sobre todo al peso de la influencia paterna, de manera que en aquella ocasión habría debido desinteresarme, de haber sabido lo que me iba a ocurrir, del hecho de haber llegado tarde, aunque subsista una culpa concreta de mi parte, ya que tenía presentimientos o cosas de este género, siempre que se considere un delito llegar tarde en una circunstancia como ésa y en verdad mi médico, si vamos a ello, era del parecer de que no había falta alguna en llegar cuando el padre ya había muerto, pero se entiende que él debía tenderme la mano para liberarme de aquel desproporcionado sentimiento de culpa, y por tanto se esforzaba en persuadirme de mi inocencia también cuando como en el caso de mi ausencia en el momento de la defunción, la culpa subsistía, y de qué manera... Quisiera ser claro en este punto que es capital en la historia ya que marca el inicio del paso de la segunda a la tercera fase en la lucha con el padre y en otras palabras el retorno de su poder y estoy seguro de que marca también el inicio aunque ahora lejano y recóndito de la oscura enfermedad que aquejó mi espíritu, es más, puedo decir que indudablemente de allí provino este horrible mal, ya que la comprobación de una culpa objetiva como en realidad era mi ausencia en el momento de su muerte provocó la sacudida entonces inadvertida que puso en movimiento todos los demás sentimientos de culpa reprimidos y depositados en el subconsciente, en espera de asaltarme. En efecto, yo, cuando mi padre tuvo aquel accidente mortal, estaba bastante bien tanto de alma como de cuerpo, vivía en Roma, libre ya de problemas, ganaba buen dinero trabajando para el cine, y estaba siempre enredado en líos de faldas, aunque jamás me haya gustado, por el contrario de otros, tener más de una mujer a la vez, de modo que cuando encontraba una nueva debía por fuerza despachar a la precedente, y había disgustos, pero disgustos interesantes y en el fondo agradables como son los referentes a los asuntos amorosos. Le escribía a mi padre regularmente dos veces al año, la primera en Navidad para decirle que desgraciadamente no podría ir a verlo pero que nos veríamos en la Semana Santa, y la segunda en Semana Santa para decirle la misma cosa, es decir, que nos veríamos en Navidad, y en ambas ocasiones metía en el sobre un giro postal, pequeño en relación con lo que me costaba, por ejemplo, despedir a una vieja amante para sustituirla por una nueva, pero grande si se tiene en consideración, como es justo, sus escasas necesidades económicas, ya que aparte de todo, disfrutaba de dos pensiones, podían ser todo lo exiguas que se quiera pero eran dos, y si bien la suma que yo le enviaba era realmente ridícula, unas diez mil y a veces sólo cinco mil, entonces para sentirme con la conciencia tranquila bastaba que pensara en alguna de las muchas cosas que en él me fastidiaban, no sé, su obstinación en firmar con el apellido y luego el nombre en vez de hacerlo con el nombre y luego el apellido, o la importancia que se daba cuando desfilaba en las ceremonias patrióticas llevando la bandera de la Sección Local de la Asociación Nacional de Carabineros Retirados, y al fin de cuentas, no resultaba demasiado espléndido tener un padre carabinero, aunque estuviese retirado." ... >

[fuente http://www.atopos.es/pdf_09/art6_0410.pdf  ]

Leer IL MALE OSCURO (en italiano) https://www.pierbusa.it/materiali/2019/20190214-1.pdf  [ Berto - El mal oscuro (hasta pag 24).pdf ]