Mittwoch, 29. Mai 2019

poema La Cautiva -Estevan Echeverría - selección

Poema La cautiva Estevan Echeverría para lectura https://es.wikisource.org/wiki/La_cautiva:_Ep%C3%ADlogo 


-estrofas seleccionadas por C.Haller para la sesión de lecturas del 13.6.2019 en el Centro Médico, Mar del Plata, a iniciativa del Dr Jorge Dietsch.- Los versos y sus reiteraciones han quedado transformados en renglones por acción mecánica del soporte Blogger, al que de todos modos agradecemos por autorizar la publicación.-


Parte primera:
... ¡Oíd! Ya se acerca el bando 
de salvajes, atronando 
todo el campo convecino; 
¡mirad! como torbellino 
hiende el espacio veloz. 
El fiero ímpetu no enfrena 
del bruto que arroja espuma; 
vaga al viento su melena, 
y con ligereza suma 
pasa en ademán atroz. 
 
¿Dónde va? ¿De dónde viene?  ¿De qué su gozo proviene?  ¿Por qué grita, corre, vuela,  clavando al bruto la espuela,  sin mirar alrededor?  ¡Ved que las puntas ufanas  de sus lanzas, por despojos,  llevan cabezas humanas,  cuyos inflamados ojos  respiran aún furor! 
Así el bárbaro hace ultraje  al indomable coraje  que abatió su alevosía;  y su rencor todavía  mira, con torpe placer,  las cabezas que cortaron  sus inhumanos cuchillos,  exclamando: -"Ya pagaron  del cristiano los caudillos  el feudo a nuestro poder. 
Ya los ranchos do vivieron  presa de las llamas fueron,  y muerde el polvo abatida  su pujanza tan erguida.  ¿Dónde sus bravos están?  Vengan hoy del vituperio,  sus mujeres, sus infantes,  que gimen en cautiverio,  a libertar, y como antes,  nuestras lanzas probarán." 
 
Parte segunda:Noche es el vasto horizonte, noche el aire, cielo y tierra. ... Feliz la maloca ha sido;  rica y de estima la presa  que arrebató a los cristianos:  caballos, potros y yeguas,  bienes que en su vida errante  ella más que el oro precia;  muchedumbre de cautivas,  todas jóvenes y bellas. Aquél come, éste destriza,  más allá alguno degüella  con afilado cuchillo  la yegua al lazo sujeta,  y a la boca de la herida,  por donde ronca y resuella,  y a borbollones arroja  la caliente sangre fuera,  en pie, trémula y convulsa,  dos o tres indios se pegan  como sedientos vampiros,  sorben, chupan, saborean  la sangre, haciendo mormullo,  y de sangre se rellenan. 
Baja el pescuezo, vacila,  y se desploma la yegua  con aplausos de las indias  que a descuartizarla empiezan.  Arden en medio del campo,  con viva luz las hogueras;  sopla el viento de la pampa  y el humo y las chispas vuelan.  A la charla interrumpida,  cuando el hambre está repleta,  sigue el cordial regocijo,  el beberaje y la gresca,  que apetecen los varones,  y las mujeres detestan. De la chusma toda al cabo la embriaguez se enseñorea y hace andar en remolino sus delirantes cabezas; entonces empieza el bullicio, y la algazara tremenda, el infernal alarido y las voces lastimeras, mientras sin alivio lloran las cautivas miserables, y los ternezuelos niños, al ver llorar a sus madres.
Todos en silencio escuchan;  una voz entona recia  las heroicas alabanzas,  y los cantos de la guerra:  -Guerra, guerra, y exterminio  al tiránico dominio  del huinca; engañosa paz:  devore el fuego sus ranchos,  que en su vientre los caranchos  ceben el pico voraz. 
Oyó gritos el caudillo,  y en su fogoso tordillo  salió Brian;  pocos eran y él delante  venía, al bruto arrogante  dio una lanzada Quillán.  Lo cargó al punto la indiada:  con la fulminante espada  se alzó Brian;  grandes sus ojos brillaron,  y las cabezas rodaron  de Quitur y Callupán. 
Echando espuma y herido  como toro enfurecido  se encaró,  ceño torvo revolviendo,  y el acero sacudiendo:  nadie acometerlo osó.  
Valichu estaba en su brazo; pero al golpe de un bolazo cayó Brian como potro en la llanura: cebo en su cuerpo y hartura encontrará el gavilán.En su mano los cuchillos,  a la luz de las hogueras,  llevando muerte relucen;  se ultrajan, riñen, vocean,  como animales feroces  se despedazan y bregan. 
Y, asombradas, las cautivas  la carnicería horrenda  miran, y a Dios en silencio  humildes preces elevan.  Sus mujeres entretanto,  cuya vigilancia tierna  en las horas de peligro  siempre cautelosa vela,  acorren luego a calmar  el frenesí que los ciega,  ya con ruegos y palabras  de amor y eficacia llenas,  ya interponiendo su cuerpo  entre las armas sangrientas. 
Ellos resisten y luchan,  las desoyen y atropellan,  lanzando injuriosos gritos;  y los cuchillos no sueltan  sino cuando, ya rendida  su natural fortaleza  a la embriaguez y al cansancio,  dobla el cuello y cae por tierra.  Al tumulto y la matanza  sigue el llorar de las hembras  por sus maridos y deudos,  las lastimosas endechas  a la abundancia pasada,  a la presente miseria,  a las víctimas queridas  de aquella noche funesta. 
 Parte tercera: El puñal:
Paran la oreja bufando  los caballos, que vagando  libres despuntan la grama;  y a la moribunda llama  de las hogueras se ve,  se ve sola y taciturna,  símil a sombra nocturna,  moverse una forma humana,  como quien lucha y se afana,  y oprime algo bajo el pie. 
Se oye luego triste aúllo,  y horrisonante mormullo,  semejante al del novillo  cuando el filoso cuchillo  lo degüella sin piedad,  y por la herida resuella,  y aliento y vivir por ella,  sangre hirviendo a borbollones,  en horribles convulsiones,  lanza con velocidad. 
Silencio; ya el paso leve  por entre la yerba mueve,  como quien busca y no atina,  y temeroso camina  de ser visto o tropezar,  una mujer: en la diestra  un puñal sangriento muestra,  sus largos cabellos flotan  desgreñados, y denotan  de su ánimo el batallar. 
Ella va. Toda es oídos;  sobre salvajes dormidos  va pasando, escucha, mira,  se para, apenas respira,  y vuelve de nuevo a andar.  Ella marcha, y sus miradas  vagan en torno, azoradas,  cual si creyesen ilusas  en las tinieblas confusas  mil espectros divisar. 
Ella va, y aun de su sombra,  como el criminal, se asombra;  alza, inclina la cabeza;  pero en un cráneo tropieza  y queda al punto mortal.  Un cuerpo gruñe y resuella,  y se revuelve; mas ella  cobra espíritu y coraje,  y en el pecho del salvaje  clava el agudo puñal. Allí está su amante herido,  mirando al cielo, y ceñido  el cuerpo con duros lazos,  abiertos en cruz los brazos,  ligadas manos y pies.  Cautivo está, pero duerme;  inmoble, sin fuerza, inerme  yace su brazo invencible:  de la pampa el león terrible  presa de los buitres es. 
Allí, de la tribu impía,  esperando con el día  horrible muerte, está el hombre  cuya fama, cuyo nombre  era, al bárbaro traidor,  más temible que el zumbido  del hierro o plomo encendido;  más aciago y espantoso  que el valichu rencoroso  a quien ataca su error. 
Allí está; silenciosa ella,  como tímida doncella,  besa su entreabierta boca,  cual si dudara le toca  por ver si respira aún.  Entonces las ataduras,  que sus carnes roen duras,  corta, corta velozmente  con su puñal obediente,  teñido en sangre común. Y en labios de su querida  apura aliento de vida,  y la estrecha cariñoso  y en éxtasis amoroso  ambos respiran así;  mas, súbito él la separa,  como si en su alma brotara  horrible idea, y la dice:  -María, soy infelice,  ya no eres digna de mí. 
Del salvaje la torpeza  habrá ajado la pureza  de tu honor, y mancillado  tu cuerpo santificado  por mi cariño y tu amor;  ya no me es dado quererte.-  Ella le responde: -Advierte  que en este acero está escrito  mi pureza y mi delito,  mi ternura y mi valor. 
Mira este puñal sangriento,  y saltará de contento  tu corazón orgulloso;  diómelo amor poderoso,  diómelo para matar  al salvaje que insolente  ultrajar mi honor intente;  para, a un tiempo, de mi padre,  de mi hijo tierno y mi madre,  la injusta muerte vengar. ... Huye tú, mujer sublime, 
y del oprobio redime 
tu vivir predestinado; 
deja a Brian infortunado, 
solo, en tormentos morir. 
y del oprobio redime  tu vivir predestinado;  deja a Brian infortunado,  solo, en tormentos morir. 
-No, no, tu vendrás conmigo,  o pereceré contigo.  De la amada patria nuestra  escudo fuerte es tu diestra,  ¿y qué vale una mujer?  Huyamos, tú de la muerte,  yo de la oprobiosa suerte  de los esclavos; propicio  el cielo este beneficio  nos ha querido ofrecer;  no insensatos lo perdamos. 
Huyamos, mi Brian, huyamos;  que en el áspero camino  mi brazo, y poder divino  te servirán de sostén.  -Tu valor me infunde fuerza,  y de la fortuna adversa,  amor, gloria o agonía  participar con María  yo quiero; huyamos, ven, ven.- 
Dice Brian y se levanta;  el dolor traba su planta,  mas devora el sufrimiento;  y ambos caminan a tiento  por aquella obscuridad.  Tristes van, de cuando en cuando  la vista al cielo llevando,  que da esperanza al que gime,  ¿qué busca su alma sublime?  la muerte o la libertad. 
-Y en esta noche sombría  ¿quién nos servirá de guía?  -Brian, ¿no ves allá una estrella  que entre dos nubes centella  cual benigno astro de amor?  Pues ésa es por Dios enviada,  como la nube encarnada  que vio Israel prodigiosa;  sigamos la senda hermosa  que nos muestra su fulgor, 
ella del triste desierto  nos llevará a feliz puerto.-  Ellos van; solas, perdidas,  como dos almas queridas,  que amor en la tierra unió,  y en la misma forma de antes,  andan por la noche errantes,  con la memoria hechicera  del bien que en su primavera  la desdicha les robó. 
Parte cuarta: La alborada:
En el campo de la holganza,  so la techumbre del cielo,  libre, ajena de recelo,  dormía la tribu infiel;  mas la terrible venganza  de su constante enemigo  alerta estaba, y castigo  le preparaba cruel. 
Súbito, al trote asomaron  sobre la extendida loma  dos jinetes, como asoma  el astuto cazador;  y al pie de ella divisaron  la chusma quieta y dormida,  y volviendo atrás la brida  fueron a dar el clamor 
de alarma al campo cristiano.  Pronto en brutos altaneros  un escuadrón de lanceros  trotando allí se acercó,  con acero y lanza en mano;  y en hileras dividido  al indio, no apercibido,  en doble muro encerró. El sol aparece; las armas agudas  relucen desnudas,  horrible la muerte se muestra doquier.  En lomos del bruto, la fuerza y coraje,  crece del salvaje,  sin su apoyo, inerme, se deja vencer. 
Pie en tierra poniendo la fácil victoria,  que no le da gloria,  prosigue el cristiano lleno de rencor.  Caen luego caciques, soberbios caudillos:  los fieros cuchillos  degüellan, degüellan, sin sentir horror. 
Los ayes, los gritos, clamor del que llora,  gemir del que implora,  puesto de rodillas, en vano piedad,  todo se confunde: del plomo el silbido,  del hierro el crujido,  que ciego no acata ni sexo, ni edad. 
Horrible, horrible matanza  hizo el cristiano aquel día;  ni hembra, ni varón, ni cría  de aquella tribu quedó.  La inexorable venganza  siguió el paso a la perfidia,  y en no cara y breve lidia  su cerviz al hierro dio. 
Parte quinta: El pajonal:
... Temerosos del salvaje, 
acogiéronse al abrigo 
de aquel pajonal amigo, 
para de nuevo su viaje 
por la noche continuar; 
descansar allí un momento, 
y refrigerio y sustento 
a la flaqueza buscar. 

 ... Pero con pecho animoso 
en el lodo pegajoso 
penetraron, ya cayendo, 
ya levantando o subiendo 
el pie flaco y dolorido; 
y sobre un flotante nido 
de yajá (columna bella, 
que entre la paja descuella, 
como edificio construido 
por mano hábil)  se sentaron 
a descansar o morir. 
 
Súbito allí desmayaron  los espíritus vitales  de Brian a tanto sufrir;  y en los brazos de María,  que inmoble permanecía,  cayó muerto al parecer. Allí en la orilla verdosa  el inmoble cuerpo posa,  y los labios, frente y cara  en el agua fresca y clara  le embebe; su aliento aspira,  por ver si vivo respira,  trémula su pecho toca; 
y otra vez sienes y boca  le empapa. En sus ojos vivos  y en su semblante animado,  los matices fugitivos  de la apasionada guerra  que su corazón encierra,  se muestran.  Brian recobrado  se mueve, incorpora, alienta; y débil mirada lenta clava en la hermosa María...

 Parte sexta: La espera:
Brian, por el dolor vencido  al margen yace tendido  del arroyo; probó en vano  el paso firme y lozano  de su querida seguir;  sus plantas desfallecieron,  y sus heridas vertieron  sangre otra vez. Sintió entonces  como una mano de bronce  por sus miembros discurrir. 
María espera, a su lado,  con corazón agitado,  que amanecerá otra aurora  más bella y consoladora;  el amor la inspira fe  en destino más propicio,  y la oculta el precipicio  cuya idea sólo pasma:  el descarnado fantasma  de la realidad no ve. 

... Parda, rojiza, radiosa, 
una faja luminosa 
forma horizonte no lejos; 
sus amarillos reflejos 
en lo obscuro hacen vaivén. 
 
La llanura arder parece,  y que con el viento crece,  se encrespa, aviva y derrama  el resplandor y la llama  en el mar de lobreguez.  Aquel fuego colorado,  en tinieblas engolfado,  cuyo esplendor vaga horrendo,  era trasunto estupendo  de la infernal terriblez. 
Brian, recostado en la yerba,  como ajeno de sentido,  nada ve: ella un ruido  oye; pero sólo observa  la negra desolación,  o las sombrías visiones  que engendran las turbaciones  de su espíritu. ¡Cuán larga  aquella noche y amarga  sería a su corazón! 
Miró a su amante; espantoso,  un bramido cavernoso  la hizo temblar, resonando:  era el tigre, que buscando  pasto a su saña feroz  en los densos matorrales,  nuevos presagios fatales  al infortunio traía.  En silencio, echó María  mano a su puñal, veloz. 
     Parte séptima: La quemazón:
Soplando a veces el viento  limpiaba los horizontes,  y de la tierra brotar  de humo rojo y ceniciento  se veían como montes;  y en la llanura ondear,  formando espiras doradas,  como lenguas inflamadas,  o melenas encrespadas  de ardiente, agitado mar. No hay cómo huir, no hay efugio,  esperanza ni refugio;  ¿dónde auxilio encontrarán?  Postrado Brian yace inmoble  como el orgulloso roble  que derribó el huracán. 
Para ellos no existe el mundo.  Detrás, arroyo profundo  ancho se extiende, y delante,  formidable y horroroso,  alza la cresta furioso  mar de fuego devorante. ... Pero del cielo era juicio que en tan horrendo suplicio no debían perecer; y que otra vez de la muerte inexorable, amor fuerte triunfase, amor de mujer...
Cruje el agua, y suavemente  surca la mansa corriente  con el tesoro de amor;  semejante a Ondina bella,  su cuerpo airoso descuella,  y hace, nadando, rumor. 
Los cabellos atezados,  sobre sus hombros nevados,  sueltos, reluciendo van;  boga con un brazo lenta,  y con el otro sustenta,  a flor, el cuerpo de Brian. ... Calmó después el violento soplar del airado viento: el fuego a paso más lento surcó por el pajonal, sin topar ningún escollo; y a la orilla de un arroyo a morir al cabo vino, dejando, en su ancho camino, negra y profunda señal. 
 
Parte octava: Brian: Pasó aquél, llegó otro día triste, ardiente, y todavía desamparados como antes, a los míseros amantes encontró en el pajonal. Brian, sobre pajizo lecho inmoble está, y en su pecho arde fuego inextinguible; brota en su rostro, visible abatimiento mortal.
... En el empíreo nublado 
flamea el sol colorado, 
y en la llanura domina 
la vaporosa calina, 
el bochorno abrasador. 
Brian sigue inmoble; y María, 
en formar se entretenía 
de junco un denso tejido, 
que guardase a su querido 
de la intemperie y calor. 

 Cuando oyó, como el aliento  que al levantarse o moverse  hace animal corpulento,  crujir la paja y romperse  de un cercano matorral.  Miró, ¡oh terror!, y acercarse  vio con movimiento tardo,  y hacia ella encaminarse,  lamiéndose, un tigre pardo  tinto en sangre; atroz señal. Cobrando ánimo al instante  se alzó María arrogante,  en mano el puñal desnudo,  vivo el mirar, y un escudo  formó de su cuerpo a Brian.  Llegó la fiera inclemente;  clavó en ella vista ardiente,  y a compasión ya movida,  o fascinada y herida  por sus ojos y ademán, recta prosiguió el camino,  y al arroyo cristalino  se echó a nadar. ¡Oh amor tierno!  de lo más frágil y eterno  se compaginó tu ser.  Siendo sólo afecto humano,  chispa fugaz, tu grandeza,  por impenetrable arcano,  es celestial. ¡Oh belleza!  no se anida tu poder, en tus lágrimas ni enojos;  sí, en los sinceros arrojos  de tu corazón amante.  María en aquel instante  se sobrepuso al terror,  pero cayó sin sentido  a conmoción tan violenta.  Bella como ángel dormido  la infeliz estaba, exenta  de tanto afán y dolor. 

...Cobra María el sentido  al oír de su querido  la voz, y en gozo nadando  se incorpora, en él clavando  su cariñosa mirada.  -Pensé dormías -le dice-,  y despertarte no quise;  fuera mejor que durmieras  y del bárbaro no oyeras  la estrepitosa llegada.


[Sigue el delirio de Brian]...¡Si al menos la azul bandera  sombra a mi cabeza diese!  ¡O antes por la patria fuese  aclamado vencedor!  ¡Oh destino! Quién pudiera  morir en la lid, oyendo  el alarido y estruendo,  la trompeta y el tambor. Tal gloria no he conseguido.  Mis enemigos triunfaron;  pero mi orgullo no ajaron  los favores del poder.  ¡Qué importa! Mi brazo ha sido  terror del salvaje fiero:  los Andes vieron mi acero  con honor resplandecer. ¡Oh estrépito de las armas!  ¡Oh embriaguez de la victoria!  ¡Oh campos, soñada gloria!  ¡Oh lances del combatir! 
Inesperadas alarmas,  patria, honor, objetos caros,  ya no volveré a gozaros;  joven yo debo morir. -¿Sabes? Sus manos lavaron,  con infernal regocijo,  en la sangre de mi hijo;  mis valientes degollaron.  Como el huracán pasó,  desolación vomitando,  su vigilante perfidia.  Obra es del inicuo bando,  ¡qué dirá la torpe envidia!  Ya mi gloria se eclipsó. 

...Calló Brian, y en su querida  clavó mirada tan bella,  tan profunda y dolorida  que toda el alma por ella  al parecer exhaló...


 Parte novena: María
Nace del sol la luz pura,  y una fresca sepultura  encuentra; lecho postrero,  que al cadáver del guerrero  preparó el más fino amor.  Sobre ella hincada, María,  muda como estatua fría,  inclinada la cabeza,  semejaba a la tristeza  embebida en su dolor. 
Sus cabellos renegridos  caen por los hombros tendidos,  y sombrean de su frente,  su cuello y rostro inocente,  la nevada palidez.  No suspira allí, ni llora;  pero como ángel que implora,  para miserias del suelo  una mirada del cielo,  hace esta sencilla prez: 
-Ya en la tierra no existe  el poderoso brazo  donde hallaba regazo  mi enamorada sien:  Tú ¡oh Dios! no permitiste  que mi amor lo salvase,  quisiste que volase  donde florece el bien. 

... Y alza luego la rodilla; y tomando por la orilla del arroyo hacia el ocaso, con indiferente paso se encamina al parecer. Pronto sale de aquel monte de paja, y mira adelante ilimitado horizonte, llanura y cielo brillante, desierto y campo doquier.
Adiós pajonal funesto,  adiós pajonal amigo.  Se va ella sola ¡cuán presto  de su júbilo, testigo,  y su luto fuiste vos!  El sol y la llama impía  marchitaron tu ufanía;  pero hoy tumba de un soldado  eres, y asilo sagrado:  pajonal glorioso, adiós. 
Gózate; ya no se anidan  en ti las aves parleras,  ni tu agua y sombra convidan  sólo a los brutos y fieras:  soberbio debes estar.  El valor y la hermosura,  ligados por la ternura,  en ti hallaron refrigerio;  de su infortunio el misterio  tú sólo puedes contar. 
Gózate; votos, ni ardores  de felices amadores  tu esquividad no turbaron,  sino voces que confiaron 
a tu silencio su mal.  En la noche tenebrosa,  con los ásperos graznidos  de la legión ominosa,  oirás ayes y gemidos:  adiós triste pajonal. 
De ti María se aleja,  y en tus soledades deja  toda su alma; agradecido,  el depósito querido  guarda y conserva; quizá  mano generosa y pía  venga a pedírtelo un día;  quizá la viva palabra  un monumento le labra  que el tiempo respetará. 
Día y noche ella camina;  y la estrella matutina,  caminando solitaria,  sin articular plegaria,  sin descansar ni dormir,  la ve. En su planta desnuda  brota la sangre y chorrea;  pero toda ella, sin duda,  va absorta en la única idea  que alimenta su vivir. 
En ella encuentra sustento.  Su garganta es viva fragua,  un volcán su pensamiento,  pero mar de hielo y agua  refrigerio inútil es  para el incendio que abriga,  insensible a la fatiga,  a cuanto ve indiferente,  como mísera demente  mueve sus heridos pies, por el Desierto. Adormida  está su orgánica vida;  pero la vida de su alma  fomenta en sí aquella calma  que sigue a la tempestad,  cuando el ánimo cansado  del afán violento y duro,  al parecer resignado,  se abisma en el fondo obscuro  de su propia soledad. 
Tremebundo precipicio,  fiebre lenta y devorante,  último efugio, suplicio  del infierno, semejante  a la postrer convulsión  de la víctima en tormento:  trance que si dura un día  anonada el pensamiento,  encanece, o deja fría  la sangre en el corazón.

 
...Dos soles pasan. ¿Adónde  tu poder ¡oh Dios! se esconde?  ¿Está, por ventura, exhausto?  ¿Más dolor en holocausto  pide a una flaca mujer?  No; de la quieta llanura  ya se remonta a la altura  gritando el yajá. Camina,  oye la voz peregrina  que te viene a socorrer. 
¡Oh ave de la Pampa hermosa,  cómo te meces ufana!  Reina, sí, reina orgullosa  eres, pero no tirana  como el águila fatal;  tuyo es también del espacio  el transparente palacio:  si ella en las rocas se anida,  tú en la esquivez escondida  de algún vasto pajonal. 

... Mas ¡ah! que en vivos corceles  un grupo de hombres armados  se acerca. ¿Serán infieles,  enemigos? No, soldados  son del desdichado Brian.  Llegan, su vista se pasma;  ya no es la mujer hermosa,  sino pálido fantasma;  mas reconocen la esposa  de su fuerte capitán. 
Creíanla cautiva o muerta;  grande fue su regocijo.  Ella los mira, y despierta:  -¿No sabéis qué es de mi hijo?-  con toda el alma exclamó.  Tristes mirando a María  todos el labio sellaron,  mas luego una voz impía:  -Los indios lo degollaron-  roncamente articuló. 
Y al oír tan crudo acento,  como quiebra el seco tallo  el menor soplo del viento  o como herida del rayo,  cayó la infeliz allí;  viéronla caer, turbados,  los animosos soldados;  una lágrima la dieron,  y funerales la hicieron  dignos de contarse aquí. La muerte bella la quiso,  y estampó en su rostro hermoso  aquel inefable hechizo,  inalterable reposo,  y sonrisa angelical,  que destellan las facciones  de una virgen en su lecho  cuando las tristes pasiones  no han ajado de su pecho  la pura flor virginal. 
Entonces el que la viera,  dormida ¡oh Dios! la creyera;  deleitándose en el sueño  con memorias de su dueño,  llenas de felicidad,  soñando en la alba lucida  del banquete de la vida  que sonríe a su amor puro;  más ¡ay! que en el seno obscuro  duerme de la eternidad. 
 

Epílogo:  Hoy, en la vasta llanura, 
inhospitable morada, 
que no siempre sosegada 
mira el astro de la luz; 
descollando en una altura, 
entre agreste flor y yerba, 
hoy el caminante observa 
una solitaria cruz. 
 Fórmale grata techumbre  la copa extensa y tupida  de un ombú donde se anida  la altiva águila real;  y la varia muchedumbre  de aves que cría el desierto,  se pone en ella a cubierto  del frío y sol estival. Nadie sabe cúya mano  plantó aquel árbol benigno,  ni quién a su sombra, el signo  puso de la redención.  Cuando el cautivo cristiano  se acerca a aquellos lugares,  recordando sus hogares,  se postra a hacer oración. Fama es que la tribu errante,  si hasta allí llega embebida  en la caza apetecida  de la gama y avestruz,  al ver del ombú gigante  la verdosa cabellera,  suelta al potro la carrera  gritando: -"allí está la cruz". 
Y revuelve atrás la vista  como quien huye aterrado,  creyendo se alza el airado,  terrible espectro de Brian.  Pálido, el indio exorcista  el fatídico árbol nombra;  ni a hollar se atreven su sombra  los que de camino van. ---























--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------